La UE contra la pesca de arrastre: Los barcos del infierno operan tranquilamente
Enormes factorías marinas que operan desde puertos de los Países Bajos escapan al control de la Unión Europea
El puerto se llama IJmuiden, está en Holanda y no es un lugar bucólico lleno de tulipanes. Está cerca de Amsterdam, fuera de todos los mapas. Es gris y feo. El lugar ideal para esconderse. El barco se llama Annelies-Ilena y pertence a la empresa armamentista La Compagnie des Peches Saint-Malo, en la Bretaña francesa. Saint-Malo con sus mareas, sus faros, sus restaurantes bucólicos es el puerto natural del Annelies-Ilena, que es el mayor barco de arrastre del mundo.
Capaz de capturar 400 toneladas de pescado al día y almacenar 7.000 toneladas, este barco -factoría pesca bacaladilla en el Atlántico, principalmente para transformarla en pasta de surimi. Repito las cantidades porque dan vértigo: 400 toneladas de pescado al día. 400 toneladas.
Apodado el «barco del infierno» por los pescadores de Mauritania, después de años de campaña en sus costas, el Annelies-Ilena es faraónico. Sus dimensiones: 144,6 metros de largo, 24 metros de ancho, no le permiten atracar en el puerto de Saint-Malo y, por ello, tras sus campañas en los océanos, se esconde en IJmuiden.
Del bacalao al surimi
El Annelies-Illena enarbola bandera polaca, y está dotado de una unidad de producción de «base de surimi». El arrastrero pelágico (que arrastra sus redes en aguas abiertas, sin tocar el fondo) ha estado pescando en aguas internacionales y con sus 7.000 toneladas (repito 7.000 toneladas) de pescado en las bodegas hace unas semanas enfiló la proa para descargar en IJmuiden, Países Bajos.
De allí, unos camiones trasladaron una parte de la carga hasta la fábrica de La Compagnie des Peches Saint-Malo, que produce barras de surimi. El surimi, ese palito de «pescado» lleno de azúcar que inunda los supermercados y los menús infantiles.
Cuando hablamos de pesca, habamos de surimi, no de las maires, del salmonete, del lluçet, de las gambas rojas, del rape, del lenguado, del mero... Hablamos de 400 toneladas diarias, no de las cajas de pescado que llegan a las lonjas de los puertos de nuestro litoral. Cuando hablamos de depredación de los mares, hablamos del Annelies-Illena y sus 7.000 toneladas de pescado, no de nuestros 23 barcos en Tarragona o de los 40 barcos de arrastre de la Ràpita.
Tres cuartas partes de los barcos pesqueros industriales faenan sin ser detectados. La lógica industrial resulta más implacable en tanto que las grandes empresas pesqueras operan con diferentes sociedades y se saltan el límite de cuotas impunemente.
El grupo propietario del Annelies-Ilena es uno de los dos principales actores de la pesca industrial en Europa, y opera con lógicas del capitalismo más demencial. Pero opera protegido por su desmesura, por su capacidad de producción, por sus accionistas, por su poder.
La cultura del pescado
A la mayoría de los europeos no les importa el futuro de la pesca de arrastre mediterránea porque en realidad no les gusta la pesca. Para los belgas, holandeses, daneses, alemanes, polacos y checos, el pescado, fresco, de piel brillante y ojos incisivos, que buscamos nosotros en los mercados, les asusta. El pescado es para la mayoría de europeos algo que viene rebozado, disimulado, troceado, despedazado. No es un ser viviente, no es un animal, no tiene familia, no tiene descendencia.
El éxito del sushi se entiende porque no vemos pescado, vemos una tira de color insípido que no nos recuerda a nada. Cuando voy a la pescadería en París y les pido que me guarden las cabezas del rape para hacer caldo me miran como si acabara de confesar que he asesinado a unos bebés. Se lo tengo que pedir con días de antelación, porque del pescado solo quieren el lomo blanco, desnudo de su animalidad, de su verdad. Cuando viajan, visitan los mercados como quien visita un museo antropológico, como quién visita una tribu de indígenas con taparrabos y plumas en la cabeza. Fotografían las paradas y señalan soprendidos la cabeza de un rape que no han visto jamás, porque los rapes, en el norte de Europa no tienen cabeza. Algo anacrónico, esos salvajes que aún comen comida real. Esto es lo que se está debatiendo en Bruselas. Las cuotas, las moratorias, las inversiones... El sector pesquero tarraconense lo ha hecho todo. Ha cumplido con su parte del trato.
Ha aguantado las vedas y las ha respetado escrupulosamente. Es cierto que el maniqueismo no existe. Buenos, malos, no es el análisis correcto. Pero no pescamos para hacer surimi. No pescamos para transformar nuestras merluzas en harina que sirva para alimentar las piscifactorías de salmón de Noruega, que luego servirán para alimentar las cadenas de sushi infernales. All you can eat. Eso, comerse el océano entero. 400 toneladas diarias de pescado. Que se lo digan a nuestros pescadores. Nuestra gente, es otra cosa.
¿Por qué la UE quiere acabar con el arrastre en el Mediterráneo?
La pesca es políticamente incómoda. Mucho más incómoda que la agricultura. Pero ambas, dificiles de justificar, de defender. Desde hace décadas los papeles de la UE están muy bien repartidos. En las direcciones generales de la Comisión Europea, la agricultura es cosa de los franceses, la pesca es cosa de los españoles. Lo mismo ocurre en las comisiones parlamentarias. La pesca, eso lo sabe todo el mundo en Bruselas, c’est un affaire espagnol.
Esto ya es un punto de debilidad intrínseco, visualizar un sector economíco como muy territorializado. Eso dificulta el pacto, la transacción. Defender la pesca de arrastre mediterránea le va a costar mucho a España, e igual ahora no está en capacidad de ofrecer nada a cambio. El problema también es cómo se visualiza el sector: prescindible o sistémico. La pesca industrial responde a otros criterios, pero la pesca artesanal, no es sistémica para la UE. Si desaparece, no pasa nada. Se paga. Podemos imaginar la escena: ¿Cuántos barcos de este tipo dices que hay en el mediterráneo? ¿Cuántas personas dependen de este sector? Los números salen. Se paga y punto. Se paga durante años, se subvenciona una transición que el papel aguanta perfectamente.
Otra cosa es la realidad de cientos de familias. Un modo de vida, una historia, una tradición, una raíz común. Y, por supuesto, está el equilibrio entre sostenibilidad y crecimiento económico. La geopolítica de la pesca. Si los gobiernos de la UE renuncian a este sector, podrán pensar que han ganado tiempo. Que han comprado, en parte, un respiro frente a la presión de la sociedad que exige cambios para conseguir una sostenibilidad climática. No es verdad, pero eso es lo de menos. Todo va tan rápido que lo que interesa es que mañana el titular nos sea favorable. Poco importa que sea un sector que ha hecho esfuerzos para adaptarse a los tiempos. Eso es lo de menos.