La huella de Domènech i Montaner en el Pati Jaume I
Crónica
El Museu d’Història de Tarragona se suma a la conmemoración del cien aniversario de la muerte del arquitecto catalán con una visita guiada que permite conocer una de sus obras más singulares
No es el Institut Pere Mata ni el Palau de la Música Catalana o el Hospital de Sant Pau. Sin embargo, Tarragona también tiene una de las obras del arquitecto Lluís Domènech i Montaner y, como tal, la ciudad también se ha sumado a la conmemoración del cien aniversario de la muerte del arquitecto modernista, dando a conocer una de sus obras más singulares: el Mausoleu de Jaume I.
Ubicado en uno de los patios del Ayuntamiento, es fácil que con el ajetreo del día a día las personas que entran al Palau Municipal se percaten de su existencia. Sin embargo, coincidiendo con la efeméride, el Museu d’Història de Tarragona ha organizado una serie de visitas guiadas que permiten conocer al detalle tanto la obra, como la trayectoria del arquitecto y la del personaje que tenía que encontrar el reposo absoluto en su interior (que yace profundamente en el Monestir de Poblet).
El historiador y periodista Àlex Botella actúa como maestro de ceremonias. Ya al inicio advierte a los asistentes: «Es un mausoleo inusual ya que no lo hizo el arquitecto a quien se encargó ni tiene el cuerpo ni está en el sitio en el que debía colocarse». Pese a ello, la belleza artística y la importancia histórica cubren estos déficits.
La llegada al trono de Jaume I, con tan solo seis años, permite irse adentrando en el personaje que primero conquistó Mallorca y más tarde también el Regne de València. La muerte le llegó en el año 1276, cuando fue enterrado en los panteones del Reial Monestir de Poblet.
En el año 1852 el rector de L’Espluga de Francolí fue el encargado de salvar los restos, cuando se llevaron a cabo los saqueos en las tumbas reales, durante la desamortización. Y no fue hasta 1906 cuando la Comissió de Monuments decidió invertir la suma de 63.000 pesetas en la construcción del nuevo mausoleo.
Este se encargó a Lluís Domènech i Montaner, que a parte de arquitecto también era historiador y tenía una implicación política. Sin embargo, cuando falleció en 1923 la obra todavía no había finalizado, por lo que su hijo heredó el encargo que había iniciado su padre. Este se encontró con otro problema. Y es que, el sarcófago debía instalarse en la nave central de la Catedral, una propuesta que despertó oposición, quedando paralizado el proyecto con la llegada de la Segunda República, de forma que los diferentes elementos acabaron almacenados en cajas.
Los restos del monarca ya habían regresado al monasterio cisterciense cuando en 1992 finalmente los tarraconenses podían disfrutar de la obra acabada de Domènech i Montaner.
El gran pedestal rosado y la proa de un barco –como los que utilizó durante sus conquistas– son los principales elementos que a uno le llaman la atención en un primer momento. Pese a ello, el monumento está cargado de simbología, recordando el estilo bizantino. Los interesados en participar en esta actividad tendrán una nueva oportunidad el próximo jueves día 28 por la tarde. Y créenme, a partir de ahora, cuando entren al Pati Jaume I lo mirarán con otros ojos.