Así cambia la inflación nuestra dieta: más comida basura y menos productos frescos
Los alimentos más baratos y menos saludables se hacen protagonistas de la cesta de la compra a causa del alza de precios, que crecen el triple que los sueldos en Tarragona
La inflación le ha costado a usted, más o menos, 1.600 euros entre los últimos dos años, ya que, partiendo de un salario medio de 21.387 euros en la demarcación de Tarragona, los precios han subido un 16,14% desde el uno de enero del año 2021 y los salarios lo han hecho un 8,46%, según los datos publicados periódicamente por la Agencia Tributaria, el Instituto Nacional de Estadística (INE) y el Ministerio de Trabajo y Economía Social.
Una inflación que también repercute en la salud, ya que la subida de precios experimentada en los últimos dos años –meses antes de la guerra de Ucrania, ya asomaba el miedo inflacionista– ha provocado un auténtico cambio de hábitos en los hogares. Un cambio del que ya se habían vislumbrado síntomas, pero que la escalada de costes acentuó de manera significativa.
Únicamente basta con echar un vistazo al la estadística de consumo alimentario que publica de forma mensual el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación: desde agosto de 2021, mes en que la subida de precios comenzó a intensificarse, los hogares consumen un 13,4% menos de carne, un 21,5% menos de pescado, un 16,2% menos de frutas frescas y un 17,4% menos de hortalizas y patatas frescas. En resumen, los alimentos más sanos de la pirámide han caído, de media, un 17%.
Poniendo la lupa en la estadística y yendo al detalle, se observa que el consumo de carne de pollo, más barata, tan solo ha caído un 4,5% –y se ha incrementado un 5,8% si solo se tiene en cuenta el último año–. De igual forma, el de huevos ha subido un 6,14% desde agosto de 2022.
En los dos últimos años, la carne de ovino y caprino se ha desplomado un 32,3%, la de conejo un 31,1% y la de vacuno un 24,1%. Por otra parte, los pescados bajan un 21%, el marisco un 27,6%, el azúcar un 22,9%, las hortalizas frescas un 18,8%, las frutas frescas un 14,3% y las patatas frescas un 15,5%. Las patatas congeladas, en cambio, aumentan un 2,2% y los platos preparados caen solo un 1,4%.
Mònica Bulló, investigadora de la Unitat de Nutrició Humana de la Universitat Rovira i Virgili (URV), establece que «los datos muestran cómo han cambiado últimamente los criterios de compra; antes, salud y sostenibilidad influían en lo que se consumía, pero ahora, más de un 60% de personas basa lo que come en el precio».
«Las cestas de la compra son menos saludables porque lo que más se ha dejado de consumir son los productos más sanos, los frescos», expone Neus Soler, profesora colaboradora de los estudios de Economia i Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). «Son los que más se han encarecido, sobre todo el pescado, pero también la carne roja», añade.
Y es que, pese a que el IPC general parezca ‘moderarse’ en los últimos tiempos, el epígrafe que marca la evolución del precio de los alimentos y de las bebidas no alcohólicas señala aumentos de dobles dígitos durante diecisiete meses seguidos. Esto significa que, desde mayo de 2022, cada mes los alimentos son, al menos, un 10% más caros que en el mismo mes del año anterior, acumulando así subidas y subidas que lastran cada vez más a la ciudadanía.
En palabras de Soler, «últimamente, la inflación ha ido bajando, sin llegar a unos datos ‘normales’, pero los precios de los alimentos no han descendido del mismo modo, ya que, cuando las empresas suben precios, es muy difícil que se echen atrás».
También entran en juego los costes de las materias primas para la fabricación de alimentos, que son un 30% superiores a 2019. «El pescador que sale a la mar y gasta cada vez más en combustible también se ve perjudicado; si los costes de producción no bajan, tampoco lo harán los del producto final», indica Soler.
Pese a que la inflación explica en gran medida el cambio en la alimentación, Bulló comenta que no es el único motivo: «Lo de consumir cada vez más procesados va mucho con los hábitos [comprar en grandes superficies y cocinar menos por la falta de tiempo] y por eso se pide a la industria que los procesados que produzcan tengan un perfil nutricional más adecuado».
Hay que sumar a la cesta de la compra la factura de la luz, el gas, las hipotecas y los alquileres, entre otros gastos, lo que termina por causar que los hogares deban ajustar sus estrategias de compra. Con el aceite de oliva por las nubes, rozando el precio del whisky, su consumo se ha reducido en un 9,6% en tan solo un año, mientras que el de girasol ha crecido un 8,6%.
El VI Estudio Salud y Vida, elaborado por la aseguradora Aegon, establece que un 45% de los ciudadanos ha dejado de consumir algún alimento por la escalada de precios. En primer lugar, se encuentra el pescado –un 52,5% de personas ha dejado de comerlo–, mientras que, en segundo puesto, está la carne, con un 34,9% y, en tercero, la fruta, con un 18,1%.
Ante este panorama, las marcas blancas y los productos preparados y procesados se han erigido como protagonistas. En este sentido, el Estudio sobre la Marca Propia en España, elaborado por la cadena alemana Aldi, revela que los productos de marcas del distribuidor nunca habían tenido tanto peso en las cestas de la compra: el informe establece que, en 2023, el 43,5% del gasto en supermercados –más de cuatro de cada diez euros (sin contar lo que se destina a producto fresco)– se lo comen este tipo de referencias, lo que significa que el desembolso anual de cada familia en marcas blancas ha aumentado en 141 euros este año.
No solo las marcas, sino que el comercio de proximidad también pierde público: «Supermercados y grandes superficies ganan clientes respecto a la tienda de toda la vida, ya que un pequeño comerciante no tiene posibilidad de jugar tanto con las ofertas y se ve perjudicado», indica Bulló.
Según Soler, «al final, la gente intenta sustituir los productos que se encarecen más y comer de la forma más saludable posible, pero de otra forma, y claro, la otra forma no es tan sana». «No es que la alimentación saludable se haya perdido, sino que muchas familias se ven obligadas a dejar de consumir alimentos cuyo precio ha crecido mucho», añade la profesora, quien recuerda que «en la crisis del 2008, ya pasó, todo el mundo se tiró en plancha a las marcas blancas, algunas de las cuales incluyen productos más procesados, por el mismo motivo que ahora». En cualquier caso, es evidente que ha habido un cambio de hábitos en la compra y el consumo de los hogares.
Así ha variado el consumo en dos años
Productos Cantidad (millones de kg/l)
ago-21 ago-22 ago-23
Huevos 418,2 376,1 399,20
Carne de pollo 585,4 502,5 531,60
Carne de cerdo 462,3 415,2 410,5
Carne de vacuno 232,5 189,7 176,4
Carne de conejo 39,5 33,2 27,2
Carne de ovino/caprino 59,4 43,5 40,2
Carne transformada 550 499,6 487,3
Resto de carne 228 198,6 195,5
Pescados 580,7 487,1 458,5
Marisco 310,3 257,9 224,6
Leche 3.306,20 3.106,40 2.969,20
Pan 1.429,20 1.317,90 1.291,90
Bollería, galletas o cereales 646,4 606,9 586,4
Arroz 187,5 180,9 174,4
Azúcar 152,3 128,5 117,3
Legumbres 165,2 159,4 151,6
Aceite de oliva 375,9 345,8 312,6
Aceite de girasol 164,4 132,1 143,7
Resto de aceites 18,2 18,6 14,8
Patatas frescas 1.005,30 865,8 849,8
Patata congeladas 49,8 48 50,9
Patatas procesadas 71,4 67,2 64
Tomates 624,3 552 528,4
Resto de hortalizas frescas 2.173,70 1.857,10 1.763,20
Resto de frutas frescas 3.242,10 2.855,50 2.778,30
Platos preparados 773,9 765,5 762,8