«En casa ya no hay gritos ni miedo. Por fin soy feliz»
Inma Fernández, que estuvo casada dos décadas, deja atrás su maltrato tras seis años de periplo judicial desde que puso la denuncia hasta que hubo condena a su ex. La Audiencia Provincial de Tarragona anuló previamente una sentencia absolutoria por no ser imparcial
De los 44 años de Inma Fernández casi la mitad, 20, fueron de un matrimonio tormentoso, otros seis son de un periplo judicial extenuante hasta obtener una sentencia condenatoria para su exmarido, recién emitida, y solo los últimos de tranquilidad y paz doméstica. «Soy feliz viviendo con mis hijos. Ellos agradecen la comunicación. No hay gritos, ya no hay miedo en casa», se sincera, plenamente recuperada de décadas de sufrimiento, como relata, y afectada también por la demora de la justicia.
Rompió con todo en 2016, denunciando a su marido. «Fue mucho maltrato psicológico, muy fuerte, vejación personal, un control económico brutal», explica Pilar Casas, su abogada.
Hubo orden de alejamiento pero la travesía siguió: juicio tres años más tarde de la denuncia, en 2019; sentencia en 2020, que no le daba la razón y absolvía a su marido; un recurso a la Audiencia Provincial de Tarragona que anuló ese primer juicio y su veredicto porque la intervención de la jueza estuvo «trufada de prejuicios y rezuma pérdida de la debida imparcialidad y objetividad», lo que comportó «una grave infracción de las reglas de obtención de la información probatoria y la vulneración de su derecho a un proceso justo y equitativo»; se ordenó la repetición del proceso con otro magistrado; así que vuelta a empezar hasta obtener este mes de octubre una sentencia, aún no firme, que por el momento condena a su expareja por violencia doméstica, además en presencia de hijos menores, y por injurias.
«Tengo un sentimiento de fuerza, de confianza en mí, me siento más fuerte, pero siento que la justicia la he hecho yo. Ha sido desesperante, he pasado por un primer juicio en el que la juez me trató fatal, me sentía la acusada, no me dejó expresarme con libertad ni un espacio para aportar pruebas», cuenta Inma, resumiendo un sentir común en las víctimas: la reparación personal va más rápida que la justicia, que revictimiza en todo el proceso. Por ello muchas desisten en el camino. «Estoy satisfecha con la sentencia, pero también pensaba que si no era lo esperado, no pasaba nada. Entendí que la condena se la puse yo a él diciendo basta. Ha sido duro tener que recordar, en estos seis años haces lo posible por sacarlo todo de tu mente, y no te acuerdas de muchas cosas porque el cerebro es muy inteligente y lo negativo lo elimina».
Así arrancó su testimonio en el último juicio: «No me acuerdo (de los hechos) porque he hecho todo lo posible por borrar todo de mi cerebro». Fue poco antes de su demoledor relato, reflejado en la sentencia. Inma manifestó que «durante todo su matrimonio prácticamente hubo señales de violencia; en el día a día de su relación, siempre la insultaba con ‘hija de puta, guarra, eres una inútil, mentirosa...’, muchas veces delante de sus hijos. Cuando llegaba a casa, si no tenía preparada la cena, las cosas, se enfadaba, luego se iba al jardín, fumaba un rato, se relajaba y luego estaba algo mejor. Si veía que gastaba dinero se quejaba y, si no, preguntaba de ‘dónde has sacado el dinero, a quién se la has chupado».
Inma recuerda ahora otros momentos: «Era oír la llave de la puerta y todos al sofá, y callados. Él bebía mucho. Por las tardes llegaba, se iba al jardín a beber y a fumar y yo y mis hijos nos íbamos de casa, subíamos al coche a dar vueltas, haciendo tiempo para que le hiciera efecto la bebida. Él se calmaba y estaba mucho mejor cuando llegábamos. Pero luego por la noche volvía a empezar todo».
«¿Mamá, ¿cuándo te vas a separar?»
A ella le costó tiempo vencer sus miedos, dar el paso, denunciar, separarse y marcharse de casa con sus hijos. «Ellos mismos me lo decían: ‘Mamá, ¿cuándo te vas a separar? Siempre dices que lo harás y no lo haces’. Tenía miedo a salir sola de la situación, sentía que no era capaz, que dependía de él, me sentía un cero, me limitaba a cocinar y a limpiar, y asumía que no era capaz de nada más», dice.
El relato judicial se recrudece por momentos. Ella sufría la enfermedad de Graves, que le produjo secuelas estéticas como que los ojos se hacen saltones. «Él se reía de mí, de mis ojos, y eso me acomplejaba mucho. Siempre gritaba, me hablaba con la cara muy pegada a mí, a un palmo, y se ponía rojo. Y yo acababa llorando, encerrada en la cocina o en la habitación. Era cada día».
Hubo agresiones e insultos a los niños. Perdió la relación con su familia por defenderle a él. «Me decían que le denunciara pero yo me enfadaba porque eso lo veía exagerado. Ellos tenían toda la razón. Es muy difícil ver que eres víctima. Siempre buscaba una excusa para justificarlo, del tipo ‘viene cansado’ o ‘no lo he hecho bien’. Estaba renunciando a toda mi vida, no salía, no trabajaba, me dieron una invalidez por depresión».
Incluso llegó a estar ingresada por ansiedad. En ese calvario hubo un punto culminante. «En una ocasión mi hijo se metió por medio en una discusión. Ahí vi que cuando le atacaba a él ya no podía seguir», rememora Inma. En julio de 2016, la mujer «recuerda al niño tirado en el suelo, entre los dos sofás y él (el padre) encima con las manos en el cuello, pegándole», según la sentencia. Inma se tiró a la espalda del padre y le decía «para, para, para... déjalo».
No denunció entonces pero sí cuatro meses más tarde. Aquel día «el acusado llegó a casa con la libreta del banco, preguntando que dónde estaba el dinero, que si ella lo había sacado, que a ver qué has cobrado...». Según contó ella en el juicio, discutieron y él la empujó contra la pared. «En la cocina es donde me empujó». No cayó al suelo ni tuvo lesión pero se encerró en el baño y llamó a los Mossos, que le dijeron que denunciara.
Mantener la denuncia pese a todos los obstáculos en el camino es una tarea titánica para ellas. «Les diría a las mujeres que están en mi situación que denuncien, que luchen hasta el final, que no retiren la denuncia nunca. Habrá días mejores y peores, pero la denuncia tiene que permanecer siempre, al final si ha habido maltrato lo vas a demostrar. Yo he tenido ganas de dejar la denuncia muchas veces pero he seguido adelante».
Del proceso de violencia machista han quedado fuera parte de los hechos. «Aquí no se ha denunciado por violencia sexual, no se ha recogido como prueba, pero lo pasé muy mal y fue muy grave. Teníamos relaciones pero cuando él quería y obligándome, todo eso son agresiones que se han quedado fuera pero que me han hecho sufrir mucho», apunta.
La resolución judicial refleja esa vida rehecha. La sentencia sostiene que su declaración y también la de sus hijos se percibe «espontánea y sincera»: «La señora Fernández afirma estar trabajando desde 2018 y estar feliz tomando el control de su vida. Y en el mismo sentido se expresaban sus hijos».
Inma asiente. Acudió a talleres de víctimas y a terapias. Lo principal fue valerse por sí misma: «Mi mejor tratamiento ha sido volver a trabajar. Ha sido poco a poco. Con mis hijos somos una piña los tres. Siento la libertad de decidir por mí, de llegar a casa sin miedo, de no tener normas, de ser autosuficiente. Cuesta pero al final se sale».
El juzgado señala, por último, las dilaciones sufridas en este caso: «Si bien durante la instrucción de la causa no se aprecian paralizaciones relevantes, a partir de la fase intermedia el procedimiento se ralentiza». Esta última magistrada califica de «tiempo excesivo» esos «seis años desde los hechos», «teniendo en cuenta la entidad de los hechos y las diligencias de investigación practicadas».