Daphne Glorian: «Pasamos de Woodstock a la escala de Milano de un día para otro»
La dama del Priorat explica sus primeras impresiones cuando llegó a la comarca en 1989 y las posibilidades de la candidatura como Partimonio de la Humanidad
Daphne Glorian nació en París hace 63 años. Llegó al Priorat en 1989 de la mano de René Barbier y Álvaro Palacios, donde posteriormente fundó la bodega Clos i Terrasses, en el municipio de Gratallops. Los tres, junto con Josep Lluís Pérez y Carles Pastrana, fueron el motor de cambio de un territorio del que huían los jóvenes por falta de oportunidades y que a partir de los noventa empezó a ser mundialmente conocido entre los paladares más selectos del mundo del vino.
El Clos Erasmus y el Laurel son las dos marcas que embotella Clos i Terrasses, con una producción de tan solo 3.200 botellas en el caso del primero y de 22.000 en el del segundo.
¿Cómo se inició en el mundo del vino?
Porque una empresa inglesa me ofreció un trabajo totalmente por casualidad. No sabía nada de vino y la idea era estar allí tres meses, pero me quedé. Fui catando vinos, asistiendo a clases y me encantó.
¿Qué fue lo que la atrapó?
Me encanta trabajar físicamente y estar cerca de la naturaleza. En general es un mundo encantador y lo bueno es que si no lo vendes te lo puedes tomar.
Hasta que por casualidades de la vida conoció a René Barbier y a Álvaro Palacios y aquí empieza todo. ¿Cuál fue la primera impresión?
Nos conocimos en una feria de vinos en Estados Unidos y nos hicimos amigos al instante. Habían empezado aquí, me explicaron un poco y unos meses más tarde vine a visitarlos. La idea era hacer la bodega juntos y cada uno con su tros de viña. No teníamos dinero y era la única manera de poder hacer vino.
¿De un día para el otro lo dejó todo para venir al Priorat?
Tampoco dejé gran cosa. De hecho, trabajaba en una empresa de vino y seguí durante un tiempo, porque tenía que pagar las facturas. Estaba allí y después recogía la uva. Fue muy bonito.
Llegó al Priorat a finales de los ochenta. ¿Cuál fue su primera impresión?
Como llegar a la luna. No me esperaba nada parecido. Me acuerdo subiendo de Falset que pensé dónde me he metido. Gratallops era totalmente otro mundo. Veníamos con la idea de hacer vino con amigos y pasárnoslo bien.
¿Visto en perspectiva fue una aventura hippy?
Sí, sí, bastante. Con ambiciones de hacer un buen vino, pero es que teníamos veinte y pocos años, no teníamos miedo a nada.
¿Qué fue lo que más la sorprendió?
La sensación de aislamiento total. Cuando llegué, Gratallops tenía sesenta habitantes. Se había ido todo el mundo a Barcelona o a Francia porque la gente no podía vivir de sus fincas, ya que vendían la uva a la cooperativa y no estaba valorada. Había muy pocas bodegas que embotellaran.
La gente se marchaba porque no podía ganarse la vida y llegaron aquí para empezar esa aventura. ¿Qué les hizo pensar que tendría futuro?
Supongo que porque lo habíamos visto viajando por otras regiones del mundo del vino y entonces teníamos una idea de lo que podía hacerse.
Se ha hablado y escrito mucho de los cinco magníficos del Priorat. ¿Cree que hay un poco de romanticismo en todo aquello?
Sí. Mucha gente ve que hacer vino es súper romántico, pero no ven los problemas de cada día. No es suficiente plantar una viña y tirar la uva a la tina. Hemos salido adelante, pero fue muy duro y más de una vez pensamos que esto no iba a ir bien. Fuimos obstinados y al final hemos aguantado todos, no sé cómo, pero lo hemos conseguido.
¿Locura o visionarios?
Quizás las dos cosas, éramos soñadores pero sabiendo el tipo de vinos que se hacían por el mundo y al ver el suelo aquí y catar algunos de los vinos más antiguos, no hacía falta ser un genio o un visionario total para pensar que se podía hacer un muy buen vino, si no no lo habríamos intentado. Pasan cosas aquí durante las vinificaciones y el envejecimiento del vino que cada año me quedo boquiabierta.
Usted practica la agricultura biodinámica. ¿Cómo empezó?
Conocí a gente en Borgoña que lo hacía y me interesaba el tema. Aquí en Priorat trabajar de manera orgánica es fácil. Con el clima que tenemos si se cuida un poco bien no hay enfermedades. Es un tema de medioambiente y no pretendo que mi vino sea mejor porque lo trabajo de manera orgánica o biodinámica, para mí es saber que la naturaleza está bien tratada y que no voy a tirar productos que van a envenenar o impactar al suelo, las aguas o lo que sea.
¿Aquello que soñasteis, cómo se ve ahora?
Se han hecho proyectos muy diferentes porque tenemos sensibilidades distintas y cada uno hemos seguido un camino por temas de experiencia y de ideas. Álvaro tiene su experiencia de La Rioja, René había tenido la de su familia, yo tenía poca comparada con ellos, porque no vengo del mundo del vino. Siempre hemos seguido direcciones diferentes, pero después hacemos cosas juntos y cenamos juntos.
Y en los noventa empezó a recoger los primeros frutos y su vino, el Clos Erasmus, fue el primero en España en conseguir 99 puntos en la lista Parker.
Fue un tema de trabajo, pero también tuvimos suerte porque en los noventa cambiaron muchas cosas en la sociedad. Había más dinero y el mundo en general enriqueció por la globalización, lo que hizo que la gente empezara realmente a interesarse tanto por la gastronomía como por los vinos. La cosa fue más rápido de lo que pensábamos y empezamos a obtener muy buenas notas en revistas de vinos.
¿Qué buscaba con el Clos Erasmus?
Es difícil describir esto. Hablando con un bodeguero le expliqué qué quería hacer y después de escucharme me dijo que el vino se parece a la persona que lo hace. Puedes intentar todo lo que quieras, pero volverás al mismo sitio. Lo encontré deprimente, pero es un comentario que la verdad es que sí, la personalidad de quien lo hace se siente a través del vino. Son las decisiones de cada día, que ni nos damos cuenta.
¿Se reconoce en el vino que hace?
Quizás sí, pero, ¿nos conocemos a nosotros mismos? Es muy subjetivo, porque cada año yo estoy proyectando ya para el año siguiente. Estoy constantemente pensando en la próxima añada.
Acaba de ganar por cuarta vez la máxima puntuación en la lista Parker. No ha ido tan mal.
Sí, además 2020 fue una añada dura en la que fue muy complicado e hicimos mucho trabajo. Es bonito.
Cuando llegó aquí supongo que no se imaginaba algo así.
No pensábamos tan lejos. Con los 99 puntos en 1994 no me lo podía creer. Es que pasamos de Woodstock a la escala de Milano de un día para otro. Estábamos aquí haciendo el hippy y de repente vino gente del mundo entero, importadores y periodistas.
¿Se dieron cuenta de que había valido la pena?
A pesar de los momentos difíciles, hay más buenos que malos. Valió la pena y más que todo porque al final, la cosa más importante es que ahora viven 200 personas en Gratallops en vez de 60. Y en todos los pueblos es lo mismo, la gente joven ha vuelto, hay niños en el cole y los que tenían fincas que venían una vez al mes porque vivían en Barcelona, los hijos han estudiado enología y están trabajando la tierra. Esto sí tiene sentido y es algo importante.
¿Con el Clos Erasmus y el Laurel se reinventa cada año?
Sí, no hay que quedarse fijo. Todos los años pienso ya está, ya lo he visto todo, no me sorprenderá nada y el año siguiente dices qué es esto. Hay que pensar, adaptarse y ser flexible. Fue una aventura y sigue siéndolo en cierto modo porque lo interesante del vino es que es un sin fin y seguimos aprendiendo más cosas.
Aprender o desaprender teniendo en cuenta el cambio climático.
Hay que plantearse trabajar la viña un poco diferente y adaptarse, y lo bueno del vino es que nos obliga a hacerlo. No es una fábrica de llantas, aquí hay que entender también los cambios del mercado porque los clientes también evolucionan. Mi paladar hoy no es el mismo de hace no sé cuantos años, por tanto, no voy buscando las mismas cosas en un vino. Es como la música, empezamos con Mozart, pasamos por Rajmáninov y volvemos a Bach. Vamos evolucionando y nuestro gusto también. Y esto es lo que me fascina de este mundo.
Si en lugar de hacer 30.000 botellas hiciera 60.000 los beneficios serían mayores. ¿Por qué no lo hace?
60.000 botellas, ni hablar. A nivel práctico es mucho más complicado porque somos un equipo muy reducido. Crecer mucho no sería fácil. Un poco sí, porque ocurre que tengo un par de fincas que tenía para plantar y son preciosas. Da placer verlas, pero tampoco quiero comprar uva y esto ya va limitando.
¿Le molesta la etiqueta vino femenino?
No me molesta, pero no entiendo muy bien qué se entiende con esto, yo no lo tengo claro.
¿Qué significaría que el Priorat fuera reconocido como Patrimonio de la Humanidad?
Sería una maravilla para proteger este sitio. Es muy complicado porque es un puzzle en el que hay que aceptar también unas limitaciones y esto no todo el mundo lo quiere hacer. Hay que ir buscando un intermedio, sin olvidar que el Priorat es muy especial y un sitio precioso, pero la Unesco tiene a muchos otros candidatos.
¿Son los ‘culpables’ de haber puesto esta comarca en el mapa mundial?
Sí, pero tampoco te creas. Hay mucha gente de Barcelona que no sabe ni que existe el Priorat y estamos a una hora y media. Hay que ser realistas también. El problema de ser una zona muy pequeña con una producción muy pequeña es que no da para conocer el mundo entero.
¿Problema o ventaja?
Totalmente. Lo intentamos, porque el futuro del Priorat depende de esto. Es el peligro de creer que el trabajo está hecho, pero para nada. Tenemos que seguir hablando del Priorat, haciendo mejores vinos y trabajando cada día. No nos podemos poner la corona de laureles y ya está.
¿La agricultura es la misma que hace treinta años?
Hace 30 o 40 años, cuando la gente descubrió que podría comprar abono químico y que la viña produciría tres veces más, estaban encantados. Ahora estamos volviendo a productos de mejor calidad, pero debemos ser muy conscientes de que esto tiene otro coste, no hay más. Después es irónico pero al final trabajo la viña con mulas porque no hay otra. La pendiente no te deja muchas opciones. Tengo la suerte de que puedo hacerlo así y de que después la gente lo compra.