Oriol Tarragó: «Con el sonido puedo crear emociones y dar vida a una película»

Con cinco Goyas y ocho Gaudís, este reusense rezuma pasión por el cine a través de todos sus poros

Hablar con Oriol Tarragó (Reus, 1976) es hacerlo de la pasión por el cine. Más concretamente, por el sonido en el cine, no en vano ha ganado cinco premios Goya (El orfanato, Lo imposible, El niño, Un monstruo viene a verme y Tres) y ocho Gaudí, entre otros galardones. La conversación transcurre en el Teatre Fortuny de Reus, un lugar con un significado muy especial para él. «Aquí descubrí el teatro y conecté con un mundo que me despertó un gran interés». Oriol no para; ahora está enfrascado en un nuevo proyecto con el director Juan Antonio Bayona, La sociedad de la nieve. ¿Su próximo Goya?

¿Cómo vivió la gala del sábado pasado desde la barrera?

Este año no he ido a la gala de los Goya, aunque en otras ocasiones en las que tampoco estaba nominado había ayudado entre bambalinas, lo que es muy bonito, porque desde allí ves la emoción de los premiados. Esta vez la vi desde casa, desde donde resulta más aburrida, aunque te da la oportunidad de levantarte, comer algo, ir al baño... Cosas que también son de valorar.

¿Dónde tiene tanta estatuilla?

Los tengo en el estudio. Antes estaban en mi casa, pero me mudé y los dejé en el lugar donde trabajo. El hecho de no verlos cada día me ayuda para que no se me suba el ego. Que estén en el estudio es bueno, porque no los he ganado yo solo, sino todo el equipo. Pero el próximo sí me lo llevaré a casa (ríe).

Con tantos premios, ¿aún le emociona recibir nuevos?

Estar nominado es bonito y cuando ganas, una vez hablas y te quitas la presión, te das cuenta de lo que significa. Es gratificante, sobre todo cuando te tomas tu trabajo como algo vocacional. Emociona porque es el reconocimiento al mucho esfuerzo y trabajo que hay detrás. La vida no te cambia en lo esencial, pero sí lo hace en pequeñas cosas; te ponen más en el mapa y te escuchan más, tus ideas son tenidas en cuenta, te facilita el trabajo. También genera algunas envidias –muy pocas–. A nivel social la gente te conoce.

¿Se siente una estrella?

Trato de mantener los pies en el suelo para que los premios no se me suban a la cabeza. Hay que saber que son parte del Star system, para que la gente vaya al cine, para dar visibilidad a la gente que hace las películas. Me toca ser parte de esto, de la industria del cine. Sí, hacen ilusión, pero es parte del trabajo.

¿Siempre quiso dedicarse al mundo del cine?

De pequeño me encantaba el teatro. Iba mucho al Fortuny. Incluso a veces iba solo al salir de clase. Luego descubrí el cine, que permite explicar ideas muy complejas en poco tiempo. Me atrapó y me dije que yo quería aprender eso. Iba a un multicine y me colaba en otras salas al acabar mi película. Me daban los carteles de las películas... Era un friki.

¿Hubo alguna película que le marcó de forma especial?

Sí, Blade Runner. La vi un día de Navidad, en casa. Me impactó muchísimo. Unos replicantes, unos robots, se rebelan porque les han dado poco tiempo de vida. Yo empatizaba con esa idea. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Era decoradora, muy creativa. Y yo pensaba que, como aquellos robots, también ella habría deseado tener más tiempo. El cine forma parte de mí y me ayudó a entender muchas cosas.

Y decide estudiar cine.

Mi padre es arquitecto y yo iba a estudiar Arquitectura o escenografía, pero el cine era más reto. Era 1995, yo tenía 18 años y entonces no se estudiaba cine. En mis manos cayó un panfleto de la ESCAC. ¿Qué era eso? La escuela llevaba solo un año de existencia. Mi padre no lo veía claro. Pero yo llamé, me presenté a las pruebas, con más de 400 personas, y entré el último, el número 50. Bueno, de hecho, en un primer momento quedé fuera, no tanto por la prueba de acceso como por la nota de selectividad. En junio me dijeron que no había entrado, pero que era el primero en la lista de reserva. Pensé en estudiar arquitectura, pero en septiembre llamaron a casa de la ESCAC para decir que entraba. Mi padre me apoyó, creo que con la esperanza de que viera que aquello no iba a ninguna parte y yo mismo desistiera.

¿Cómo surge esa pasión por el mundo del sonido?

Ya desde pequeño el mundo sonoro estaba muy dentro de mí. Estudié música, hice de dj en algunas fiestas, el Teatre Fortuny me introdujo en la música clásica –allí asistí a mi primera ópera–, ya de muy joven grababa cintas de casete de la radio... En segundo curso nos mandaron hacer una práctica en 16 mm, de 3 minutos en blanco y negro sin sonido. Teníamos que explicar una historia en imágenes. Yo grabé una secuencia de una persecución. La monté en la moviola e iba cortando los planos, pero sentía que faltaba algo. Me apunté los tiempos y en una cinta grabé una música de una película de Brian de Palma. Puse el proyector y el casete a la vez, le di play y se sonorizó la secuencia. A toda la clase le gustó, menos al profesor, que quería una película muda. Yo no concebía el lenguaje cinematográfico sin sonido. Me di cuenta de que tenía esa necesidad.

Y encontró un filón.

El sonido estaba muy abandonado en el cine español, que era sonoramente muy pobre. Había mucho que hacer y me tiré a la piscina. Al principio con dudas. No he parado de aplicar el mismo principio que con aquella cinta, pero con más sofisticación.

¿Qué le aporta a una película el sonido?

Con el sonido puedo dar vida a una película, puedo hacer que la gente sienta más allá de la propia imagen, ayudo al director a crear las emociones que él desea expresar. El sonido puede ayudarte a alcanzar esa parte que no se acaba de mostrar con la imagen. Además el sonido es muy importante para que el espectador sepa en qué se tiene que fijar en cada momento.

Usted crea sonidos que no existen. ¿En qué se inspira y qué herramientas utiliza?

Sí, es creación sonora. Se trata de ayudar a visualizar algo que no existe teniendo en cuenta qué emoción se pretende transmitir. Yo lo llamo ‘audiovizar’. No hay método, yo intento escuchar en mi cabeza el sonido que puede funcionar y trato de crearlo utilizando elementos de aquí y de allá. Por ejemplo, la mujer de mi padre es protésica dental y en ocasiones he utilizado sus herramientas para crear algunos sonidos. Pero lo más importante son las ideas.

¿Cuál es el sonido que más le ha costado crear?

Uf, hay tantos... Un monstruo viene a verme fue una película complicada, pero quizá lo más difícil fue crear la voz de un dinosaurio (Jurassic World); no hablan, pero tienen que transmitir muchas cosas.

Ha trabajado con directores de fama mundial: Bayona, Guillermo del Toro, Denis Villeneuve, Kike Maíllo, Jaume Balagueró, Daniel Monzón... ¿Con cuál ha sido más difícil?

Sí, he tenido mucha suerte. Me encanta hacer películas con directores diferentes, de todos he aprendido mucho y lo sigo haciendo, siempre te llevas algo que no imaginabas que existía. Es muy gratificante. Bayona es un director visionario. Todos son difíciles. Nuestro trabajo requiere mucha atención, es muy psicológico. Tienes que adaptar tus sonidos al estilo del director. Yo tengo una gran capacidad de empatizar y conecto con la emoción que exige el director.

¿Es esa la clave de su éxito?

Sí, podríamos decir que es una de las claves, junto a la capacidad ejecutiva, claro. Yo soy más creativo que técnico.

También ha trabajado en Hollywood. ¿Ha notado mucha diferencia con España?

Trabajé con Guillermo del Toro en La cumbre escarlata. También participé en Jurassic World. Sí, hay muchísima diferencia. Fue muy duro, allí está todo muy segmentado, hay mucha competencia, el nivel es muy alto y todo el mundo defiende de manera férrea su área de trabajo. Es mucho más industria y te sientes más que estas ejecutando. Tienen un supervisor que juega un papel muy importante. Aquí hay más libertad. Pero fue muy interesante, aprendí muchísimo y al final me los gané.

¿Cómo se lleva una vida que requiere un ritmo tan frenético?

Cuesta acostumbrarse. Al principio es duro. Luego te llega el éxito y todo es sí. Te absorbe mucho y te das cuenta de que has descuidado la dedicación a tu familia y a tus amigos. Y a ti mismo. Hay que aprender que la vida no es solo trabajo. Tienes que poner tú el freno. Intento obligarme a parar durante un mes.

¿No siente la necesidad de detenerse a escuchar el silencio?

Totalmente, el silencio es parte del sonido, el silencio es como la oscuridad, es necesaria para iluminar de manera deseada. No se puede escuchar sobre otros sonidos. En música también existe la nota blanca, la nota que no se toca. Voy caminando al trabajo y no me pongo ni música. Me gusta ir por el parque y oír la naturaleza. Me apasiona escuchar, una palabra que en catalán se ve mejor que la raíz viene de ‘sentire’, en latín, que representa la percepción de todos los sentidos, un vínculo con la emoción.

¿Sabemos escuchar?

No, la sociedad no sabe escuchar, hay mucho ruido y la imagen nos apabulla. Hay una dictadura de la imagen. No sabemos escucharnos ni a nosotros mismos.

Su empresa se llama Coser y cantar. ¿Tan fácil es lo que hace?

A mí me lo parece (ríe). No es fácil, pero nos gusta lo que hacemos, y eso facilita las cosas. Mi trabajo es un poco coser sonidos con esa filosofía de hacer un traje a la medida, un traje único, artesanal, como un sastre.

¿Un consejo para los jóvenes?

Que se escuchen a ellos mismos y que apuesten sin miedo por lo que quieren hacer, porque están más capacitados de lo que creen. Que no esperen a que la sociedad les dé algo; ellos tienen que ser el motor de lo que quieren ser y hacer.

¿Hay algún sonido que le irrite?

He tenido que utilizar ruidos horribles para películas de terror, pero el de las uñas rascando la madera o el cristal no lo soporto.

¿Y uno que le agrade?

Muchos. Aquí y ahora te diría que el del viento pasando a través de las hojas de un pino, es como si estuviera peinando el aire.

¿Qué sonido le evoca la provincia de Tarragona?

El del mar es bonito, pero Reus y otras áreas del territorio no tienen mar. Sería el del viento.

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