Más personal y periodistas que viajeros en la estación de Tarragona
La tranquilidad ha sido la tónica de la mañana y la mayoría de los autobuses del operativo han salido con pocos usuarios. En uno solo iba una mujer
La estación de tren ha estado durante las primeras horas de la mañana semi-desierta y es que, por un día, la acción no estaba dentro sino fuera, justo enfrente, donde se cogían los autobuses del operativo. Era imposible asomar siquiera por aquella acera sin que apareciera alguien con chaleco fosforito preguntando: ¿A dónde va? ¿A Barcelona?
Detrás de ellos los siguientes en preguntar eran los periodistas (casi tan numerosos como los informadores de los chalecos) deseosos de buscar las primeras reacciones. Y es que, a primera hora, los viajeros escaseaban, al punto de que un autobús partía con una única pasajera.
Lo cierto es que la mayoría los usuarios que llegaba a la estación estaba informado de que no podría ir directamente a Barcelona sino que tendría que tomar antes un autobús hasta Sant Vicenç de Calders. Con todo, siempre había quien se encontraba con la sorpresa, como Gloria Hernández, que iba a trabajar. «Si ya de normal no funciona no me quiero imaginar lo que va a ser esto», decía. Su cara era un poema cuando le explicábamos que la situación se va a prolongar hasta marzo del año que viene.
Andrea, una de las informadoras, apostada allí desde la siete de la mañana, explicaba que hasta el momento la gente estaba bastante informada y solo les quedaba por responder alguna duda.
Los había también muy previsores, como Cori, profesora de secundaria que próximamente tiene que acompañar a 120 alumnos de cuarto de la ESO a Barcelona y quería saber cómo podía organizarlo porque siempre van en tren. Uno de los operarios que estaba allí le ofrecía un teléfono para coordinar el autobús un día antes.
Ana Gómez, portavoz de Dignitat a les vies, aseguraba que «hay mucha desconfianza, mucha gente no se ha fiado del plan alternativo» por lo que, calculaba, faltaban aproximadamente la mitad de los usuarios habituales. Explicaba que «los buses están yendo bien, pero estamos fallando en los trenes que es lo que suele fallar»’. Se quejaba también de que es imposible seguir los horarios reales porque, por la mañana, la página de Adif no funcionaba.
El corte de vías tiene, además, otros daños colaterales. En la cafetería de la estación el camarero que nos atiende reconoce su preocupación. El número de personas que pasa por el negocio no es, ni de lejos, como el de un día normal, por lo que teme lo que va a suceder en los próximos meses.
Otros que están a la expectativa de cómo irá el operativo los próximos meses son los vecinos de la zona. Por la mañana el principal inconveniente de movilidad era que los autobuses puestos por Renfe para el corte se paraban en la misma parada que los autobuses municipales. La principal preocupación, señala Mari Carmen Puig, presidenta de la Asociación de Vecinos del Port, es lo que va a suceder con tantos autobuses en las horas punta de las escuelas o cuando hay partidos en el polideportivo porque «en el barrio solo tenemos una vía de entrada y salida, que es el Carrer Reial» que solo tiene un carril de ida y uno de venida.
Esta preocupación se la han expresado a los responsables municipales, con quienes tuvieron una reunión ayer. A ellos también les explicaron que se han eliminado las cerca de 40 plazas de aparcamiento de la Plaça dels Carros para estacionar los autobuses mientras dure el operativo. Son unas plazas, asegura, que hacen mucha falta a los residentes.
En resumen, la mañana en la estación de Tarragona ha transcurrido sin demasiados sobresaltos a excepción de cuando han aparecido los representantes políticos o los responsables de Renfe. Entonces la maraña de cámaras y micrófonos que pululaba por los alrededores (había también un grupo de estudiantes de periodismo) encontraba, por fin, un foco.
La cosa comenzaba a cambiar, eso sí, cuando llegaban los viajeros que venían de Sant Vicenç de Calders. Uno de ellos era Juan, que se lamentaba de que «esto es un cachondeo, me han engañado». Todavía con el mono de trabajo explicaba que le habían informado mal sobre el autobús que tenía que coger y le habían dejado en la estación de autobuses. Allí, había tenido que coger un taxi que le había costado 10 euros «y no ha servido de nada porque cuando he llegado el tren ya se había ido», señalaba mientras enseñaba el tíquet. Había salido por la puerta de su empresa a las siete de la mañana y cuando hablábamos con él en Tarragona eran las 10.15 h.