La lanzadora de nanosatélites
La ingeniera aeronáutica Lola López diseña la constelación, controla las órbitas de los artilugios y evita que se produzcan colisiones
Lola, de niña, quería ser astronauta. Hoy, a sus 31 años, mira cada día hacia el espacio: pone en órbita nanosatélites y luego los controla, junto a su equipo. Diseña la mejor trayectoria para ellos y procura que no colisionen con el abundantísimo material que flota, basura espacial incluida.
Esta tarraconense, que estudió en Mare Nostrum y en Lestonac, es la responsable de operaciones en Astrocast, una start up de Lausana (Suiza), con unos 80 empleados. «Yo quería buscar un trabajo relacionado con el espacio. En Astrocast acababan de conseguir una ronda de financiación. Y envié el currículum», cuenta ella, desde bien pequeña apasionada de las matemáticas y la física.
La joven venía de cursar ingeniería aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid. También trabajó en Airbus. Incluso tomó parte en un proyecto para diseñar una propuesta de Hyperloop, el tren supersónico futurista soñado por Elon Musk. Ella, junto con otros compañeros, recogió el llamamiento mundial a la ciencia que hizo el magnate y perfiló un prototipo de este transporte que debe alcanzar los 1.200 km/h.
Inquieta y ambiciosa
Todos sus pasos han ido encaminados a acercarse al espacio, desde que sus padres le vieran esa inquietud con solo diez años. Visitas al CosmoCaixa o cursos de verano en el observatorio de Roquetes la fueron moldeando. «Vimos que tenía capacidad y le gustaba ese mundo, y de alguna manera se lo fomentamos. Le interesaban la NASA, los satélites», explica Carmen Gilabert, la madre. «Creo que me atrae las ganas de conocer más sobre el espacio, la atracción de lo desconocido y el interés por saber más. Sabemos poco de él todavía y eso me fascina», dice la ingeniera.
Lola es inquieta, noble y ambiciosa. Tiene un carácter innato –quizás herencia de su padre, también ingeniero–, para liderar grupos y hacerlo casi sin ser consciente. No en vano, aprendía tan rápido en clase que los profesores la solían usar como apoyo. «A los alumnos a veces les parece más fácil preguntar a un compañero que al profesor. Pues ella hacía esa labor», cuenta la madre.
Lola está allí donde quiere estar, con un equipo al mando y un ritmo frenético de aprendizaje. «Estoy muy contenta, aquí todo evoluciona rápido. Es lo que llaman el ‘new space’ y los avances son constantes», dice. Actualmente la empresa tiene 12 satélites en órbita, va a lanzar otros ocho y la aspiración es llegar a los 80 operando de forma simultánea en los cielos.
Lola analiza las mejores órbitas para hacer el diseño de constelación más eficiente, pero su trabajo suele comenzar antes. «Validamos los satélites antes de enviarlos al espacio, comprobamos que operacionalmente son válidos», indica.
Es en esa previa donde están los momentos de mayor tensión y gratificación. «Lo más emocionante y el momento de más satisfacción es cuando acaba de ocurrir el lanzamiento, tienes ese primer contacto y ves que todo está bien, todo el mundo puede respirar tranquilo. En los siguientes días intentas poner el satélite en modo nominal, desplegar los paneles solares, estabilizarlo. Eso son los primeros días o la primera semana. Saber que todos tus satélites están bien reconforta», relata.
Después está el seguimiento y la monitorización, el control de cada uno de esos artilugios que no son más grandes que una caja de zapatos y que pueden llegar a costar 250.000 euros. «De repente vemos que puede haber una posible colisión. Entonces tienes que calcular y preparar las maniobras para evitarla. Siempre puede haber imprevistos. Cada semana podemos recibir una alerta pero la mayoría son de baja probabilidad y no hay que hacer nada. En otras ocasiones sí tienes que maniobrar», desgrana ella, ya habituada a vivir en ese ritmo exigente.
«Es cierto que hay presión, pero al final si pasa algo nunca va a ser responsabilidad solo de una persona. Una de las virtudes que hay que tener es reaccionar rápido, tener la capacidad de concentrarse, de ponernos juntos a trabajar y de resolverlo», apunta la joven.
A Lola le gusta tenerlo todo bajo control: desde perfilar la operatividad del nanosatélite hasta tutelar su viaje impecable, pasando por acomodar el final de su vida, algo que de momento no ha llegado en ninguno de los vehículos que están en danza ahí arriba.
Para que no se pierdan containers
De su pericia y la de sus compañeros depende el éxito de un sinfín de comunicaciones sobre la superficie terrestre: que los contenedores de barcos no se extravíen (un problema bastante común en el mundo), que determinados animales se puedan localizar a través del tracking o que la agricultura con sensores funcione correctamente. Son aplicaciones básicas para la expansión del llamado internet de las cosas. «Ves que las acciones que tomas tienen un impacto», confiesa ella, satisfecha por lo logrado: «No me imaginaba a esta edad estar en este puesto».
Todo es mezcla de trabajo y talento, y también de renuncias. «Son muchas horas de dedicación, con picos muy acentuados de trabajo a los que te tienes que adaptar. Reduces tu vida social». Montañas de disciplina para complementar a su alto nivel intelectual, aunque ella no lo reconozca, y a su apego a la cultura. Es buena lectora y abarca desde astronomía a la novela o la historia y, por supuesto, la ciencia ficción.
Lola no ha logrado ser astronauta, pero está cerca de ellos.