El Priorat pierde casi 900 habitantes en la última década tras un pequeño repunte
La comarca creció entre finales de los 90 y el 2010 a raíz de la inmigración, atraída por la agricultura, pero ha vuelto a retroceder. Falta diversificación de la economía y vivienda
La despoblación rural sigue avanzando en el Priorat. Aunque durante la primera década del siglo XXI hubo un repunte, en los últimos diez, la comarca ha perdido 848 habitantes. Esto representa el 9% de la población actual, que se situaba en los 9.239 en 2021, según el Institut d’Estadística de Catalunya (Idescat). Todos los actores consultados indican como principal causa la poca diversificación de la economía. Por otro lado, la proliferación del turismo y, por lo tanto, de alojamientos, hace cada vez más difícil encontrar vivienda. En los municipios más pequeños, el acceso a servicios básicos es dificultoso. Una suma de factores que no ayudan a repoblar un territorio que vivió su máximo éxodo en los años 50 y que, a pesar de que ha habido algunos repuntes, parece que la tendencia a la baja sigue.
En una comarca donde el principal cultivo es la viña, «es difícil vivir de ello por la poca rentabilidad. La calidad es muy buena, pero la producción es poca», relata el alcalde de Margalef, Joaquim Vila. Actualmente, es el municipio más pequeño del Priorat, con 104 habitantes el año pasado. Aunque la cifra ha llegado a ser inferior: en 2018 eran 94. «Si nos mantenemos por encima de los cien habitantes, en las próximas municipales podrán haber en el consistorio cinco concejales. Ahora somos tres porque en 2019 no llegábamos al centenar de vecinos», relata Vila.
El paisaje del Priorat es el bien más preciado de la comarca. Por contra no se ha creado industria, «ni un solo polígono», recuerda Jordi Blay, responsable del Grado de Geografía, Análisis Territorial y Sostenibilidad de la Universitat Rovira i Virgili (URV). Esto pasó factura durante el siglo XX, cuando la economía experimentó un gran crecimiento, y no precisamente en el mundo rural, sino en zonas costeras y bien comunicadas.
La evolución del Baix Camp, totalmente contrapuesta a la del Priorat, así lo demuestra. «La gente va donde hay alternativas y es lo que pasó en Reus, donde hubo un crecimiento industrial, de servicios, turismo... Y la agricultura no ha podido competir», un sector que, como recuerda Blay, primero tuvo que afrontar la filoxera y, después, ha acarreado varias crisis. El resultado es que el Baix Camp ha ganado más de 130.000 habitantes en cien años (a principios del siglo XX no llegaba a los 60.000) y el Priorat ha perdido más de 13.000 vecinos (hace un siglo rondaba los 22.000).
Desde finales de los años 90 y hasta el 2010, el Priorat vivió un ascenso hasta alcanzar los 10.145 habitantes. «Coincide con la llegada de inmigrantes y la agricultura tenía demanda», recuerda Blay. Desde entonces, la población no ha parado de retroceder, con un pequeño repunte en 2021. «Los municipios que han crecido a raíz de la pandemia son los más cercanos a grandes ciudades», puntualiza el geógrafo. La incógnita es saber qué sucederá en los próximos años. ¿Este pequeño repunte es algo puntal o es el inicio de una tendencia?
Hay varias iniciativas que trabajan para, precisamente, revertir el proceso, aunque Jordi Blay también recuerda que es difícil evitar que los jóvenes se vayan «cuando lo que quieren es ver mundo. Otra cosa es trabajar para repescarlos». Destaca especialmente el proyecto de especialización y competitividad territorial (PECT) ‘Pobles vius i actius. Territori equilibrat i innovador’, que busca crear oportunidades laborales y servicios y que vivir a la zona rural sea atractivo. Coordinado por la Diputació de Tarragona, cuenta con la implicación de varios agentes del territorio y se trabaja en varias líneas, desde la escuela, a la calidad de vida o el desarrollo económico.
Desde Margalef, lo que lamenta el alcalde, Joaquim Vila, es la falta de vivienda. «Muchos han comprado para alquiler vacacional», dice, lo que deja sin posibilidades a los interesados en instalarse permanentemente. No obstante, detalla que el pueblo cuenta con algunas nuevas familias, algunas, con hijos. Algo que valora porque «prácticamente no tenemos jóvenes». Y, al fin y al cabo, de esta franja de edad depende la evolución de la población.
Francesc Delpueyo Aceña, de 31 años, es de Porrera, pero hace años que no vive en el pueblo. Tuvo que irse cuando empezó los estudios universitarios de Historia, en la URV. «Durante el primer curso sí que iba cada día en coche a la universidad, pero al siguiente año ya opté por coger un piso en Tarragona, sobre todo por una cuestión económica», relata. Detrás de la decisión había, también, otros motivos, como las ganas de salir de casa y conocer nuevos ambientes.
Si los estudios le ‘obligaron’ a irse de la comarca, con el mundo laboral pasó igual. Y es que «o te dedicas a la economía local, es decir, a la viña o a la hostelería, o tienes que irte», recuerda. Este no es su caso, por lo que ha tenido que buscar oportunidades laborales fuera del Priorat. Inicialmente, sí que había apostado por gestión forestal, lo que le habría podido permitir quedarse, «pero al final escogí la parte más vocacional, que era Historia», recuerda.
No obstante, subraya que le gusta estar cerca de la comarca. El año pasado, estuvo en Barcelona por empleo, pero «en enero, la empresa por la que trabajo me propuso trasladarme más cerca de casa» y ahora vive nuevamente en Tarragona.
Por ahora, el futuro lo ve en la zona de Reus-Tarragona, valorando la cercanía a su pueblo, a solo 30 minutos. «Hay más calidad de vida en una zona menos densa que no en una gran ciudad», señala Francesc, por lo que agradece poder hacer su trabajo desde Tarragona en vez de Barcelona.
Sus motivos de dejar Porrera son similares a los de muchos jóvenes que también viven fuera, «pero la particularidad es que todos acabamos volviendo», y es que el lazo con el pueblo no se desvanece. Lo que es difícil es encontrar vivienda porque «no hay oferta». En cuanto a las salidas laborales del Priorat, Francesc cree que falta diversificación para evitar la despoblación pero, a la vez, valora que sea «otro ritmo de vida».
A pesar de la despoblación del mundo rural, siempre hay quien encuentra en la tranquilidad su refugio. Este es el caso de Toni Arbonès, que dejó el ruido de Barcelona para instalarse en Siurana «cuando no había ni carretera ni agua en verano», recuerda. De todo ello hace ya 35 años y él tenía solo 20. Perseguía su sueño, dedicarse a la escalada, y fue entonces que tuvo una oportunidad: ser el guarda del refugio de Siurana.
En aquel entonces, Toni competía en el equipo nacional de escalada y, estando en Barcelona, escalaba en Montserrat. También empezó estudios universitarios «pero no encajaba», dice. Y es que tenía claro que «quería dedicarme a mi sueño». Sus padres proceden de la Ribera d’Ebre y sus raíces siempre le han atraído hacia Tarragona. Así pues, empezó a escalar por la zona de Siurana hasta que le surgió la oportunidad de trabajar en el refugio, después que el anterior guarda se jubilara.
Pasó de la gran ciudad a un pequeño núcleo que «tardabas 45 minutos para recorrer seis kilómetros, de lo mal que estaba la pista», recuerda. Un cambio radical que a Toni le permitió vivir día a día en contacto con la roca, abriendo nuevas vías de escalada hasta las 2.000 actuales. Tras 18 años en el refugio, abrió su propio negocio, el Càmping Siurana.
Ahora, echa en falta el silencio de aquellos años. «El Priorat está muriendo de éxito», dice. La escalada ha pasado de ser un deporte minoritario a gozar de máxima popularidad. «Cada año pasan por aquí 50.000 escaladores porque, por un lado, es una zona de referencia mundial, y por otro, porque no hay ningún tipo de control», denuncia.
De hecho, explica que no hay oferta de vivienda porque «sale más a cuenta el alquiler vacacional». Por contra, «hay gente que trabaja en Cornudella que tiene que venir cada día de fuera porque no encuentra vivienda aquí» lo que «destruye el pueblo», alerta.