Un puente de plata sobre el Dniéper
Elon Musk, fundador y consejero delegado de Tesla, ha abierto esta semana la caja de los truenos al proponer en Twitter una paz negociada con Rusia para acabar con la guerra de Ucrania. El plan puede resumirse en dos puntos básicos: por un lado, el empresario apuesta por mantener Crimea bajo soberanía rusa, «como lo fue desde 1783, hasta el error de Jrushchov», y por lo que se refiere a las regiones recientemente anexionadas por Moscú, sugiere repetir las votaciones que se acaban de celebrar, en este caso bajo la supervisión de Naciones Unidas («Rusia se va si lo quiere el pueblo»). En definitiva, el ingeniero sudafricano defiende el retorno a las fronteras previas a la guerra, e iniciar un proceso transparente de autodeterminación de los nuevos territorios en disputa. El argumento del multimillonario es que éste será probablemente el resultado final de la contienda, y pactándolo antes se salvarían infinidad de vidas.
El tuit también hace referencia a la amenaza nuclear, que Putin ha explicitado de forma reiterada durante las últimas semanas. En este punto, conviene considerar las recientes declaraciones del general David Petraeus, antiguo director de la CIA. Este prestigioso estratega ha afirmado contundentemente que el Pentágono tiene estudiada, decidida y planificada la respuesta estadounidense al menor amago ruso de emplear armamento nuclear: ante semejante escenario, Washingnton entrará en guerra de forma instantánea y con todos los medios a su alcance, que son casi ilimitados e infinitamente más modernos que los del Kremlin. Según Petraeus, no se responderá nuclearmente contra la población civil, pero sí contra la armada y las tropas rusas de forma fulminante y devastadora. «Acabaremos con todo su ejército convencional y su flota del Mar Rojo. Con todo. No quedará ni un barco a flote». Conviene recordar que EEUU es el único país que ha lanzado bombas atómicas en toda la historia de la humanidad, y probablemente volvería hacerlo si se siente forzado a ello. La posibilidad, absolutamente creíble, de que el ejército ruso quede reducido a dimensiones andorranas en 24 horas, probablemente constituya una amenaza suficiente para frenar los delirios nucleares de Putin, salvo que se vuelva completamente loco, en cuyo caso la advertencia quizás convenza a su entorno para derrocarlo por la vía rápida. Para colmo, los apoyos externos de Rusia empiezan a brillar por su ausencia, tras el rechazo explícito a sus recientes anexiones por parte de antiguos aliados como China, India, Turquía, Serbia, Azerbaiyán o Kazajistán. Putin está hoy más solo que nunca.
Para refrendar su plan de paz para Ucrania, Elon Musk lo sometió votación. Tras casi tres millones de respuestas, su reflexión fue amplísimamente reprobada por la comunidad de internautas, un fracaso que su autor atribuyó a la interferencia de cuentas falsas. A Elon nunca le ha gustado perder. En mi opinión, esta iniciativa nació viciada por dos factores fundamentales, el tiempo y el espacio, que la convirtieron en una propuesta inoportuna y desubicada desde su nacimiento. Por un lado, la apelación a una salida negociada con cesiones recíprocas suele proceder habitualmente de la parte más débil, y precisamente ahora el ejército ucraniano está logrando un avance sin precedentes en los frentes del noroeste y del sur, mientras las tropas rusas muestran una fragilidad inédita. De hecho, pese a los intentos moscovitas por ocultar sus derrotas a la opinión pública, esta semana hubo un desliz imperdonable en su aparato de propaganda: en su triunfal sesión informativa diaria, pudo verse en un mapa cómo el frente de Jersón se había desplazado treinta kilómetros al sur respecto del día anterior, con una retirada similar en la zona de Járkov. Supongo que algún responsable de comunicación militar ya va camino de Siberia.
Más allá del estado actual de la contienda, la segunda causa del rechazo al plan de Musk probablemente sea el foro elegido para presentarlo. Proponer en pleno ardor guerrero un acuerdo de paz, que siempre conlleva una renuncia parcial de las partes, requiere unas dosis elevadísimas de pragmatismo, cabeza fría, visión a largo plazo y contención verbal y gestual, un clima antitético al que suele presidir los debates navajeros de las redes sociales. No lo duden: si algún día sienten un arrebato de placer enfermizo por ser descarnadamente vilipendiados, anímense a plantear una reflexión serena sobre un tema que levante pasiones en algún foro digital. El masoquista más exigente quedará plenamente satisfecho con la experiencia.
Como era previsible, la bienintencionada iniciativa del emperador tecnológico ha sentado a cuerno quemado entre los dirigentes ucranianos, que ven la victoria al alcance de la mano, y lógicamente no quieren saber nada de negociar contrapartidas con Putin. No fue precisamente sutil el embajador de Ucrania en Berlín, Andrij Melnyk, quien contesto así a la encuesta de Musk: «El único resultado es que ahora ningún ucraniano comprará nunca tu jodida mierda de Tesla». Más contenido se mostró el presidente Zelenski, quien respondió irónicamente al empresario con una nueva encuesta: «¿A qué Elon Musk prefieres? -Al que apoya a Ucrania. -Al que apoya a Rusia». El resultado de esta consulta obtuvo rápidamente varios millones de respuestas con una aplastante mayoría, obviamente, a favor de la primera opción. Gol por la escuadra.
Aparentemente, la propuesta de Musk parece más que razonable y realista, por muy errados que hayan sido el momento y el foro elegidos para plantearla. Y, sobre todo, aprende de las lecciones del pasado. La pulsión por aplastar y humillar al adversario vencido constituye una estrategia comprensible pero terriblemente torpe, y a medio plazo, suicida. Ya lo dice el refrán: al enemigo que huye, puente de plata. Pensemos en la influencia del Tratado de Versalles en el estallido de la II Guerra Mundial. No repitamos, justo un siglo después, el mismo error.