Y el lobo llegó
La primera referencia que tenemos de Esopo apareció en una vasija griega de mediados del siglo V a. C. Nuestro protagonista vivió presuntamente dos siglos antes de esta fecha, aunque algunos historiadores dudan incluso de su propia existencia, pese a las menciones que podemos encontrar en textos de Platón, Herodoto y Aristófanes. Sus cuentos, que suelen retratar las debilidades humanas en forma de fábula, han sido adaptados durante milenios por numerosos autores, como el romano Fedro en el siglo I, el francés Jean de La Fontaine en el XVII, o el alavés Félix María Samaniego en el XVIII. Antes de morir en Delfos el año 564 a. C., Esopo dejó para la posteridad la popular narración El pastor mentiroso, que frecuentemente se confunde con el relato Pedro y el lobo de Prokofiev, con un argumento sensiblemente diferente.
Como todos sabemos, aunque este cuento tiene un obvio trasfondo moralizante (quien miente de forma habitual corre el riesgo de no ser creído cuando dice la verdad), el texto también suele interpretarse como una metáfora genérica sobre nuestra tendencia a minusvalorar los riegos reales cuando hemos sido repetidamente advertidos sobre ellos de forma infundada. Si nos avisan varias veces de que viene el lobo y no aparece, es probable que no reaccionemos el día que efectivamente venga, por mucho que nos alerten sobre el ataque real. Algo parecido puede habernos sucedido en Europa con el auge de los pseudofascismos populistas que han florecido durante los últimos años en el viejo continente, al calor de diversas crisis de carácter fundamentalmente económico.
De acuerdo con el escrutinio de las elecciones italianas del pasado fin de semana, puede que un partido ultra lidere por primera vez el gobierno en uno de los grandes países de la Unión Europea. La extrema derecha de Giorgia Meloni, gracias a una abstención récord, ha logrado multiplicar por cinco sus mejores resultados, obteniendo el 26% de los sufragios. En conjunto, la coalición conservadora (Fratelli d’Italia, Liga y Forza Italia) ha conquistado una victoria clara con el 44% de los votos. Por su parte, la alternativa de izquierdas, que agrupaba al Partido Democrático de Enrico Letta con los ecologistas y la escisión de Luigi di Maio, ha debido conformarse con un pobre 26% de las papeletas. Y, por último, el Movimiento Cinco Estrellas se quedó en el 15%, y el centrista Terzo Polo del ex primer ministro Matteo Renzi apenas ha alcanzado el 8%. Con estos porcentajes, gracias a un sistema electoral de orientación mayoritaria, los conservadores disfrutarán de una cómoda mayoría absoluta en el Congreso y el Senado. Es cierto que en la política italiana todo parece posible, pero es previsible que el presidente Sergio Mattarella no tenga más remedio que encargar a Meloni la conformación del primer gobierno de perfil ultraderechista desde los tiempos de Mussolini, bajo el lema «Dios, patria y familia».
La antigua ministra de Berlusconi no lo tendrá fácil. Deberá apoyarse en otros dos partidos conservadores habituados a las puñaladas dentro de la propia barricada. En la bancada contraria se encontrará una oposición frontalmente combativa, y deberá lidiar con un contexto internacional complejísimo, zarandeado por una crisis económica, energética y bélica sin precedentes próximos. Con todos estos ingredientes, especialmente tratándose del país de los gobiernos efímeros, son muchos los que dan pocos meses de vida al ejecutivo aún no nato. Este caos institucional sistémico resultaría impensable en la inmensa mayoría de Europa, pero como suelen decir los propios italianos, el país avanza a pesar del gobierno. Ya están acostumbrados.
Sean cuales sean las expectativas temporales de la futura primera ministra, lo históricamente relevante es que la amenaza de resurrección del populismo ultraconservador en Europa ha dejado de ser un cuento de miedo para niños, para convertirse en una triste realidad con la que deberemos convivir bastante tiempo. Cuando menos lo esperábamos, después de tantos avisos aparentemente infundados sobre este riesgo, el lobo efectivamente ha llegado y convertirá el Palazzo Chigi en su ostentosa madriguera.
Volviendo al relato de Esopo, podríamos intentar identificar quién encarna cada uno de los personajes en nuestro cuento particular: el pastor (una parte de la ciudadanía que, eso sí, bienintencionadamente, avisó repetidamente sobre el peligro); los lugareños (un amplio sector social que ha minusvalorado la amenaza, tras enésimos malos augurios que nunca terminaban de cumplirse); el lobo (la charlatanería que apuesta por las respuestas simples para afrontar los problemas complejos); y las ovejas (los principios que alumbraron la república italiana, devorados por los cantos de sirena del extremismo).
En cualquier caso, no iremos muy lejos si la respuesta a la marea ultraderechista que se extiende por Europa (Le Pen, Abascal, Orban, Morawiecki...) se reduce a proponer otro populismo, en este caso de izquierdas, como el que algunos enarbolan en nuestro entorno más cercano. El pensamiento simplista no se combate por contraposición, sino por elevación. Los problemas a los que Giorgia Meloni ha sabido dar respuesta son reales, pues millones de familias viven actualmente momentos de angustia (justificados) y desconfían de los partidos tradicionales (con razón). Es el momento de que las clases dirigentes asuman que su posición no está garantizada, que deben persuadir a la ciudadanía con ejemplaridad y rigurosidad empáticas, y que ha llegado el momento de implementar políticas que reconozcan y afronten eficazmente los graves retos que la población se encuentra en su día a día: inflación desbocada, inseguridad ciudadana, subida de los tipos de interés, ineficiencia del aparato público, colapso de la atención primaria, precariedad laboral, fuga de talento, inconsistencia del modelo educativo, quiebra del sistema de pensiones, etc. Si seguimos como hasta ahora, tendremos que poner las barbas a remojar.