Todos son socialdemócratas
En España no existe la derecha. No, al menos, la derecha económica. No existe un partido estrictamente liberal que defienda que el Estado debe ser reducido a su mínima expresión, que lo público debe dejar de prestar servicios a los ciudadanos, más allá, y como máximo, de la policía, el ejército y la justicia, y que los impuestos deben ser reducidos de un modo brusco junto con una brusca reducción de la burocracia, de la cantidad de leyes que nos rigen y de la injerencia del Estado en nuestras vidas. En España no hay nadie que abiertamente defienda que los servicios públicos serían más eficientes y baratos si se privatizasen por completo. No hay un partido político que arguya con decisión inequívoca que el verdadero lastre de la economía nacional es el enorme gasto público que se paga con una emisión desaforada de deuda que deja sin la tan necesaria financiación a la empresa privada, especialmente a los pequeños negocios y a las nuevas empresas innovadoras.
¿Escucharon a alguien últimamente decir que, quizá si colegios, institutos y universidades fueran íntegramente privados (aunque el Estado pagase las matrículas, al estilo del modelo propuesto por Milton Friedman y llevado, en parte, a la práctica en países como Suecia), mejorarían los pésimos resultados académicos de nuestros jóvenes y, con ello, tal vez, bajaría el paro juvenil? ¿Les suena que algún partido con expectativas de gobierno haya propuesto recientemente convertir nuestra sanidad en un modelo privado al estilo, qué se yo, de Singapur? ¿Alguien que haya afirmado que los subsidios y ayudas a los desempleados y personas con pocos recursos fomenta que sigan siendo desempleados con pocos recursos? El último ejemplo lo tuvieron en las pasadas elecciones: ¿alguien levantó la voz para decir que subir las pensiones conforme a la inflación llevará a quebrar al sistema al hacerle gastar mucho más de lo que ingresa? Nadie. El supuesto partido de derechas, el PP, se sumó tan rápido como pudo y los errores/desviaciones de la verdad/mentiras de su líder se lo permitieron, al coro de voces que consideraban de justicia que los jubilados vean subir sus pensiones tanto como suban los precios.
Para buscar, no ya partidos liberales, sino propuestas liberales (reducción del Estado, ahorro, simplificación de la legislación), habría que irse al extinto Ciudadanos, que hubo un tiempo en que apoyó la desaparición de las diputaciones y que defendió que subir las pensiones conforme a la inflación es un despropósito, o, incluso, y Dios me perdone por citar al diablo, a Vox cuando dice que deben eliminarse las comunidades autónomas, aunque es evidente que no le mueven motivos de ahorro liberal, sino razones de nacionalismo español. Lo cierto es que, más allá de opciones políticas que de tan minoritarias son marginales, ninguno de los partidos con posibilidades de gobierno a nivel nacional respalda otra cosa que políticas socialdemócratas consistentes en aumentar el gasto, inflar las políticas asistenciales y engordar al Estado hasta volverlo no ya el centro, sino el único actor de la vida política, económica, pública y privada nacional.
El PSOE es un partido socialdemócrata progresista y el PP es un partido socialdemócrata conservador. El primero se siente más cómodo con las reivindicaciones feministas, de las minorías sexuales y de los grupos minoritarios en general y el segundo se siente más cómodo con lo que podrían llamarse los valores tradicionales. Pero tampoco tanto, porque, cuando los segundos llegan al poder, no acostumbran a eliminar los cambios sociales introducidos por los primeros. Y en lo económico ambos defienden lo mismo: Estado grande, derechos sociales poderosos, gasto desaforado. Quizá el PP sea un poco más ortodoxo y el PSOE un tanto más alocado, pero, si somos sinceros, las diferencias son menores. Cuando hubo que recortar derechos sociales, Zapatero lo hizo y, cuando hubo que rescatar con dinero público a estos y aquellos, Rajoy lo hizo. Sus roles son perfectamente intercambiables y no son más que salsas de tomate más o menos picantes, pero no muy diferentes.
Por supuesto, Sumar también es socialdemócrata. Incluso aunque ellos (o parte de ellos) se crean comunistas. Y Vox..., bueno, Vox es Vox. Unos friquis con una política económica absurda de corte joseantoniano que, si sonara la flauta y llegaran al poder, harían lo mismo que Meloni en Italia: ser socialdemócratas. Porque Europa en sí misma es socialdemócrata. Es nuestro modelo como continente desde hace décadas. A veces ponemos el turbo, a veces levantamos el pie del acelerador, pero nunca dejamos la socialdemocracia. ¿Es esto bueno? No, pero, como dice la leyenda que dijo Juncker, a ver quién es el guapo que le dice la verdad a la gente y después gana unas elecciones.