Siempre nos quedará Cabinda
El 25 de noviembre de este año ha tenido lugar en la Sala Clara Campoamor del Congreso de los Diputados la presentación de un libro editado por Silva Editores que lleva un título muy largo Siempre nos quedará Cabinda. 26 miradas al mundo. Encuentros en el Forn del Senyor. Estuvieron presentes, además una gran parte de los autores (veintiséis), un público muy variado, unidos todos por la pasión por los viajes. El acto fue cerrado por Félix Alonso, diputado en la Cámara, y alcalde de Altafulla durante varios años. Muchos elementos ligan este acto con Tarragona, y sobre todo con el pueblo de Altafulla, y en mi opinión merecen ser compartidos. Como moderador, y en cierta forma notario del acto, lo hago a continuación, con ciertas notas que en parte pude compartir con los asistentes.
Al principio uno piensa que los viajeros tienen algo en común, que participan de un mismo credo, que son miembros de una logia. No es así. Cada viajero tiene sus reglas. Un viajero no se parece en nada al otro, o si se parece, lo es por razones diferentes al viaje. Nada une a los viajeros, salvo el viaje, y ya saben ustedes que esto es un concepto difícil de definir.
Ser viajero, o creérselo, no te da una mirada especial y única. Si uno es un estúpido, ser un viajero no te quita esa etiqueta. Por eso, con este título («26 miradas al mundo») se quiere indicar que no hay una única mirada, sino tantas como observadores, y que no hay un mundo único, ni un sitio, ni un lugar, que no pueda ser visto desde diferentes órbitas, no sólo por varios, sino por uno mismo, a lo largo de los años. Marcel Proust decía que no morimos una vez, sino constantemente a lo largo de nuestra vida, y que sólo el recuerdo logra vencer ese destino fatal. Y hasta el recuerdo, no deja de ser recreación del presente. El recuerdo del viaje es una experiencia nueva que muchas veces sustituye a la propia experiencia vivida o al menos la rectifica y modifica.
La vida misma es movimiento. No les descubro nada nuevo, ya lo decía Heráclito. El movimiento implica viaje. Y el viaje viene marcado por varios caracteres, que no intento ni mucho menos acotarles, y que resumo:
a) El descubrimiento de lo que hay más allá, de lo que hay al otro lado de la montaña, que nos hace abandonar nuestro lugar y empezar a caminar sin saber muchas veces cuál es nuestro destino. Pero este descubrimiento no siempre ha sido igual y no siempre hemos contado con los mismos medios, como ahora en que basta marcar nuestro teléfono para encontrar detalladamente nuestro destino. Attilio Brilli (Cuando el viajar era un arte. La novela del Gran Tour, un libro muy recomendable) nos recuerda que Bacon indicaba que los postulados de Aristóteles nos han hecho dar pasos inciertos e inseguros, hasta que la aguja magnética nos ha hecho surcar mares y continentes. El viaje aparece como exploración y búsqueda, algo que el mismo Bacon reconoce en sus Ensayos y cuyo libro 18 se llama Of Travel.
b) La curiosidad. El viajero del siglo XVII le mueve la curiosidad y por medio del viaje intenta obtener una experiencia completa: al viaje se le reconocen funciones iniciáticas. Con Defoe interesa la cultura especializada del geógrafo y del economista, del antropólogo y del arquitecto: en el siglo XVIII observamos un desplazamiento del libro de ciencia, en que el narrador está oculto, a un libro de acontecimientos, que hace surgir al yo narrador, que tan peligroso puede llegar a ser, y lo es en los libros actuales protagonizados por el viajero-autor.
c) La trascendencia. Todo viajero, el verdadero viajero, se busca a sí mismo y vuelve siempre sobre sí mismo para intentar explicarse el sentido de la vida. Si no lo hace, es simplemente un correcaminos, un contador de países o de cromos que coleccionar.
En algún momento se preguntarán ustedes por el sentido del título de este artículo y del del libro mismo presentado. ¿Dónde está el lugar? ¿Es un lugar, me atrevería a preguntarles, o es simplemente un imaginario o una idea? Es, como el viaje mismo, algo real y al mismo tiempo algo imaginario. Cabinda existe como sitio (un enclave de Angola) pero también expresa el deseo del descubrimiento, de la curiosidad y la trascendencia que es inherente al ser humano y que nunca puede ser completado. Por más que viajemos y vivamos, siempre nos quedará una Cabinda que descubrir.
Uno de los autores, Ana María Briongos, una escritora de larga trayectoria, escribió en este libro su último artículo. La presentación en el Congreso de los diputados es en cierta forma un póstumo homenaje a ella.