Qué hacercon el verdugo
El alemán Paul Mauser inventó un tipo de bala, fusiforme, que disparada por el mosquetón de su invención te atraviesa y mata sin hacer una carnicería. Se le llamó «bala humanitaria». El francés doctor Guillotin también inventó una manera «humanitaria» de ajusticiar reos, que lleva su nombre. La guillotina, «máquina del terror», se usó hasta 1977.
Desconfiemos de los que perfeccionan la manera de matarnos y dicen que nos están protegiendo. Hay demasiados. Algunos llegan a decir que lo hacen por nuestro bien. Y tienen la desfachatez de tildar de victimistas a sus víctimas. Deben de estar esperando que éstas les aplaudan.
El victimismo lleva consigo la falsa etiqueta de que uno que se considera dañado así lo expresa, pero que esa actitud tiene tintes manipuladores. La manipulación es el concepto que aplican a la víctima aquellos a los que no les resulta agradable la reiteración de la protesta del damnificado. Muchos de los que la escuchan llegan incluso a pedir que cese en su queja.
Se hace también con los enfermos que con razón expresan su dolor. Y se es injusto con él, sin ser conscientes de que se busca la comodidad de no tener que oír más sus lamentos. Molesta, de forma egoísta, tener presente ese dolor. En consecuencia, la víctima debe morderse los labios para no incomodar. De esta manera, el perjudicado se siente culpable de su mal, que, en consecuencia, se multiplica.
El problema del victimismo radica, excepto en las enfermedades y en los sufrimientos de las circunstancias naturales, en que hay alguien que infringe un daño a un perjudicado. El castigador. Habitualmente, el punidor se cree con el poder de ajusticiar, martirizar. Actúa como un verdugo. Jamás escucha a su víctima porque le incomoda, y en la mayoría de los casos cree tener razón.
Piensa que la víctima está ahí para ser usada a su antojo, es decir, en beneficio suyo. Explotará a su afectado hasta que dé con otro o hasta que ya no le sea útil. Y trata de convertir su abuso en una virtud. «Hay que ser justos», proclama el injusticable.
Podemos aplicar esta componenda tanto a una futbolista ultrajada como a muchas esposas maltratadas, e incluso, atención, a ciertas e importantes circunstancias de Catalunya.
La clave de estas situaciones está en la pregunta sobre cómo tratar al verdugo, sin ser victimista. El Estado, la mayor parte de los estados, legaliza al verdugo si puede y así recibe un amparo en forma de capa dorada y honorable. Ya se sabe, el Estado es el único autorizado para usar la violencia y los excesos.
En realidad, eso denigra al concepto de Estado, pero no va de una más, el Estado es fuerte. Y si el verdugo no forma parte de esa maquinaria, entonces se busca siempre una excusa legal para que otros actúen de semejante manera. Para eso están los abogados. Con lo cual no se deja espacio para la víctima, sobre la que cae siempre la sospecha del «algo habrá hecho».
La inferioridad no protege al débil, al contrario, permite zaherirle, cometer abusos, hasta convertir el verduguismo en una actitud de loa que deja sin consuelo ni justicia a la víctima.
No está bien visto que la víctima se lamente. La sociedad actual lo tilda de excusa. «La vida no está para lamentos», justifican los filósofos del abuso.
Vivimos en una sociedad que busca la evasión, la risa continua y la fiesta. Las penas se las ha de tragar cada cual, no nos vayan a amargar la vida a los demás. También es cierto que a veces el victimismo gratuito pretende confundir a quien le escuche. Pero eso no debiera hacer olvidar que siguen en pie víctimas y sayones, uno de los rincones más oscuros de la pretendida gloriosa democracia.