Problemas de orientación

Como revela su nombre, orientarse es localizar el oriente, el punto por el que se eleva el sol en su viaje aparente alrededor de la Tierra. Determinado este punto, las cosas pueden ser ya situadas, pues uno sólo puede saber dónde está colocado algo si dispone de una referencia.

El mejor sistema del que nos servimos para lograr este propósito es el conjunto de los puntos cardinales y su armazón numérico, esto es: las coordenadas. Latitud y longitud no dependen jamás del punto de vista, el interés o la posición en que esté aquel que habla.

Decir que algo está cerca o lejos, o junto al río, puede echarnos una mano, pero sin duda indica de manera insuficiente lo que queremos saber si necesitamos ser precisos. Conviene recordar estas obviedades para tomarse menos en serio la clasificación política más habitual, el par izquierda/derecha, pues algo está a la izquierda o a la derecha sólo después de que quien lo dice se haya instalado en algún lugar en concreto. Sin necesidad de ser prolijo: quien mueve su mano izquierda ante un espejo verá cómo se mueve justamente su mano derecha.

¡Cuidado! No por ello carece de sentido la distinción izquierda/derecha, pero la distinción debe ser relativizada. Por ejemplo: el tradicional tablero de ajedrez consta de cuadros blancos y negros. Sin duda podríamos jugar con un tablero cuyos escaques fueran verdes y rojos, o azules y amarillos. En ningún caso podríamos jugar sobre un tablero de cuadros del mismo color.

Ha de haber contraste y oposición entre los cuadros, pero no es esencial que los colores que se oponen sean el blanco y el negro.

La distinción izquierda/derecha procede de la revolución francesa del año 1789. En aquella ocasión, los diputados que apoyaron con mayor ardor el desmantelamiento de la sociedad estamental se sentaban a la izquierda. Desde aquel entonces, y en un esfuerzo por adaptarse a los tiempos, la llamada izquierda ha defendido la abolición de los privilegios feudales, el libre comercio y la ausencia de aranceles, pero también el proteccionismo económico, la expansión capitalista y, unos años después, el fin del capitalismo y la instauración del sistema socialista, el veto al sufragio femenino, luego su promoción, el desprecio al rock and roll y el horror a las “costumbres degeneradas de occidente”, y hoy su ridícula apología...

Con ello queremos decir que las causas de la izquierda incluyen preciosas verdades, pero también un elevado número de idioteces, tal vez en una loca competición por igualar e incluso superar las necedades de la llamada derecha. No obstante, puede reconocerse en la izquierda un hilo conductor: la lucha por la igualdad es el aroma que se deja percibir bajo los múltiples rostros que ha manifestado el izquierdismo, incluyendo también sus versiones más siniestras. O al menos era así.

Gracias a los socialistas españoles, la igualdad ha sido definitivamente eliminada del programa llamado izquierdista. En un grandioso trabajo de enmienda a la labor de 1789, los socialistas españoles se afanan por restaurar los privilegios feudales y decretar que no somos en absoluto ciudadanos iguales ante la ley. En suma: ¡un programa reaccionario de manual!

A ti, sufrido lector, que debes pagar hasta el último céntimo de una multa de aparcamiento, que sabes que darías con tus huesos en la cárcel si apedrearas una escuela, te alegrará saber que hay un modo de llevar a cabo estos y otros muchos y más graves desmanes: que el gran jefe necesite tu voto.

A este modo de proceder lo podemos llamar izquierda, o derecha, o Manolito...Pero en ningún caso es progresista, pues socava de raíz cualquier ideal igualitario. Que haya gente que se lo crea sólo se comprende si atendemos al dato que divulga la web del ministerio de agricultura: España es el país de la Unión Europea con mayor número de ovejas.

Encabezar la cabaña lanar tiene pues sus inconvenientes: acatar sin reservas los caprichos del Amado Líder, que dice conocer las necesidades de los demás cuando en verdad sólo se mira en el espejo.

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