Pregúntale a qué dedica el tiempo libre
En los últimos tiempos muchas amigas y amigos han dejado de trabajar y probablemente no volverán a hacerlo. Se trata de un momento crucial de la existencia poco estudiado. Es aquel en el que una persona se encuentra consigo misma tras haber dedicado muchos años a una empresa o haber ejercido una profesión o cargo. Pertenecen a la generación del baby-boom, tienen de 55 para arriba y han dado cuanto tenían casi sin poder separar el trabajo de su vida privada y familiar. Desde antaño los oficios sirvieron para construir los apellidos de las personas, y los demás tampoco podemos disociarlos: la razón social de la empresa ha pasado a ser su apellido y les nombramos como Pedro, el del Sabadell, o Rosa, la de Danone.
Unos ya llevaban tiempo anunciando ese bendito momento como un esclavo se libra de las cadenas. A diferencia de nuestros abuelos y padres, quienes percibían la jubilación como una tragedia asociada a la vejez, cada vez son más quienes la esperan como un merecido momento soñado, el deseo de una segunda juventud.
Otros hubieran deseado liar el petate con las botas puestas y entran en una depresión existencial de soledad interior, angustia, tristeza y melancolía conocida popularmente como ‘Bailando Los pajaritos’. Para quitarse el mono son capaces de seguir almorzando en bares del polígono o buscar atascos de circulación.
A pesar de lo sobrerregulado que está todo, la figura de la prejubilación no está contemplada como tal en el Ordenamiento jurídico. Es territorio Comanche. Se trata de un acuerdo hecho a medida entre la empresa y el empleado por el que este dejará de trabajar a cambio de una compensación económica y recibiendo un elevado porcentaje de su sueldo hasta la edad de jubilación. Y el compromiso empresarial de seguir cotizando a la Seguridad Social. Para envidia de los trabajadores de las empresas pequeñas y medianas, la costumbre nació en el siglo pasado para ajustar excedentes de plantilla de sectores industriales en crisis. Pero hoy se utiliza masivamente por las grandes compañías para reducir costes y mejorar resultados, de forma que esas cantidades destinadas a liberar empleados forman parte de sus presupuestos anuales.
Sucede así: le llaman al despacho y su jefe le suelta, «Manolo, tenemos dinero». Quienes lo esperaban como agua de mayo intentan no poner cara de pascua como si les hubiera tocado el gordo. «Joder, creía que no éramos suficientemente amigos para que me despidieras». Luego dicen soltando el trapo, estos de alegría y aquellos de llanto: «Voy a echaros mucho en falta».
Algunos psicólogos advierten que incluso los más optimistas en sus expectativas deben ser cautos. Una cosa es trabajar para hacer vacaciones y otra pasar del por fin ya es viernes a los lunes al sol. Tampoco es lo mismo el ocio que la inactividad ni el asueto que el tedio. La pérdida de la rutina y soltar de golpe la mochila de la responsabilidad puede resultar peligroso y la bajada vertiginosa de estrés provoca, durante el crítico primer año y en un 39% de la población sin antecedentes médicos, problemas musculares, digestivos, vasculares o eréctiles.
También pueden sufrir una pérdida seria de identidad personal como suele suceder en la adolescencia. Si les preguntan a qué dedica el tiempo libre ya los ves que no saben ni si están hablando de ellos mismos. Desde la mañana que ya no suena el despertador se levantan como si hubieran oído la alarma y quienes consiguen verse reflejados en el espejo se cuestionan: Usted, ¿quién es?
Aunque técnicamente los prejubilados son parados, desde estas páginas también recomendamos decir públicamente que se han retirado. Cada cierto tiempo los llaman del INEM y les ofrecen un empleo. «¿Sabe inglés y trabajar con Windows?».
Si las primeras veces que acudes a una entrevista de trabajo quieres ser el mejor candidato, ahora hacen un esfuerzo para causar la peor impresión posible. Pues, aunque tienen firmado con el SEPE un compromiso de actividad, difícilmente se le ofrece un empleo a su medida. «Yes, but no idea about carpentry».
Otros amigos viajan, compran una caña de pescar, coleccionan chapas, escriben poesía o se matriculan en la Universidad. A partir de ese momento su suerte económica depende de la salud de las personas que, cada vez en menor proporción, cotizamos. «Juanito –me dijo un secretario judicial que se ha retirado–, vigila esa tos».
Es una lata el trabajar, pero la vida pasa felizmente si hay amor. Y la buena noticia es que con la pareja no suele haber problemas sentimentales, vienen de superar el Síndrome del Nido vacío. Para echar el resto algunos venden el piso y adquieren otra vivienda más reducida con un colchón más grande. Generalmente los hijos ya trabajan y hay que procurar cerrar el paraguas y dejar de pagar el colegio a los nietos.
El trabajo no es solo una forma de ganarse la vida. Es, en muchas ocasiones, una medicina, una droga adormecedora que nos ha proporcionado cordura para seguir pilotando contra viento y marea. Y por mucho que hayamos destinado la vida a un empleo o profesión que ha consumido nuestro talento, nuestro tiempo y nuestra identidad, hay que colocar las cosas en su justo lugar y saber cambiar de rol cuando te quedas solo contigo.