Pan de molde sin corteza

Hace más de treinta años que soy maestra de infantil. Son muchos los aspectos que han ido evolucionando en el tiempo, como la llegada de la tecnología a las aulas, las leyes educativas, la innovación, el entender y aceptar que sin emoción no hay aprendizaje, y muchos temas más. Pero hay alguno que se sigue repitiendo.

Al principio de trabajar, cuando el pan de molde aún no estaba tan comercializado como ahora, y por supuesto el que había todo venía con corteza, recuerdo encontrarme a la hora del desayuno con algún niño que pedía que se la quitara, o él mismo quitaba los bordes del pan. Me decían que sus padres les habían dicho que no pasaba nada si no se comían esa corteza.

Reconozco que yo siempre he sido y soy muy fan del pan, y tengo bastante poco criterio al respecto. Sé reconocer un buen pan, aunque me conformo con cualquiera, y a ese conformismo le sirve tanto el pan del día, como el que se está poniendo duro. Ah y sigo comiendo el pan caliente si puedo, ese que desde niña me decían que hacía daño a la barriga. Con esto me refiero a que a mí me sorprendía que no quisieran la corteza del pan, yo que además soy del club del «corrusco». Pero lo que me sorprendía aún más, es que los propios padres se lo quitaran, les dejaran quitárselo a ellos o les dieran la opción de no comérselo.

Y aquí llega uno de los aspectos que se sigue repitiendo durante todos estos años, el querer evitar situaciones molestas o de frustración a los hijos, o incluso querer vivirlas por ellos. Actuando desde el instinto más puro y duro de protección, que tal vez funcione a corto plazo, pero que sin duda a largo plazo se da la vuelta y se gira en contra tuyo.

Porque un día le quitas la corteza del pan, otro pides a alguna familia que te diga los deberes que tocan porque tu hijo no se los ha apuntado, y otro día estás cuestionando al entrenador porque no le hace jugar el tiempo que tú piensas.

Y ahí, queriendo ayudarles se está haciendo justo lo contrario. Porque lo que necesitamos las personas es amor, apoyo y acompañamiento según sean las situaciones que vayamos viviendo, pero no necesitamos que otro gestione nuestras frustraciones, o que haga trabajo para que no las tengamos que ver como si no existieran. Si pensamos en ese niño que se ha dejado el libro en clase y no ha podido estudiar, y son los padres los que se encargan de pedir al colegio que lo pueda ir a buscar, o que le piden a otros padres que les hagan copias, que se lo escaneen, lo que sea... Es posible que nuestro hijo pueda estudiar y así tenga la posibilidad de aprobar ese examen. Pero... ¿qué aprendizaje está teniendo? El de que, si me pasa algo... me lo van a solucionar. El caso es que luego, así no funciona la vida.

Porque llega el día en que tienes que ser tú mismo el que encuentre la solución al problema, y como no lo has entrenado no sabes cómo hacerlo, y te sientes perdido. O si estás jugando y a la mínima que tienes un conflicto con otro niño, los padres o incluso los profesores intervienen antes de dar tiempo a ver como lo gestionas, piensan que te están ayudando pero... no.

Tanto con los hijos como con los alumnos, pienso que hay que estar cerquita, tan cerquita como su edad te lo permita. Pero siempre al lado, siempre que sepan que estás ahí, pero no que estás para resolver sus problemas, que estás ahí para quererle, apoyarle y acompañarle en la tarea de saber asumir y responsabilizarse de sus actos.

Sé la importancia de anclarse al presente pero cuando hablamos de educar, es para que les sirva en el presente, pero por supuesto para que acumulen el aprendizaje que les hará vivir lo mejor posible en el futuro. El corto plazo funciona cuando ganas un partido con un triple en el último segundo, pero creedme que nunca funciona en la educación.

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