sin hogar
Conxa Manrique es abogada especialista en Derecho Administrativo. Miembro de la Sociedad de Estudios Económicos. Patrona de la Fundació Trencadís Modernismo y Cultura.
El 8 de Marzo se habla de la mujer y la necesidad de su reconocimiento desde muchos puntos de vista, con ejemplos destacados: Clara Campoamor, en el ámbito político; Marie Curie, en el científico; Frida Kahlo, en el artístico; Simone de Beauvoir, en el intelectual; Ana Botin, en el económico, etc. Todas ellas son mujeres relevantes y modelos a seguir. ¿Pero qué pasa con las mujeres sin ningún tipo de relevancia social? Nadie repara en la mujer sin trabajo, sin hogar, sin escalafón social, sin nada..., de las mujeres invisibles que viven en la calle, sin techo y sin hogar. Estas mujeres son tan importantes como las otras, o más.
Según el INE, en el año 2022 el 23% de las personas sin hogar en España son mujeres; 925 de ellas viven en Cataluña; desde el año 2012 las mujeres en esta situación han aumentado en un 147%. La carencia de hogar afecta a muchas más mujeres. No es sinónimo de carecer de techo. Es también vivir en infra-viviendas, convivir con pareja agresora; okupar un piso por necesidad o vivir en realquiler, estar en prisión o vivir en la casa de la familia para la que se trabaja, etc.
Hay que distinguir entre mujeres sin techo, que viven al raso o en albergues de noche, y las que habitan viviendas inseguras o inadecuadas. La falta de datos y estadísticas hace que sean mujeres invisibles. Invisibilidad que afecta también a los hijos menores que están con ellas o aquellos cuya custodia quieren recuperar. Por lo tanto, podemos decir que existe una carencia de hogar femenina como fenómeno social no perceptible. Una invisibilidad a la que se suman situaciones de abusos, violencia machista, diferenciación por género y desigualdad económica y laboral, racismo, mala salud mental o adiciones tóxicas... Todo ello lleva a cuestionarnos si las estadísticas son reales y qué uso hacemos de ellas. Tener datos es importante como motor de cambio.
Las mujeres en situación más vulnerable son aquellas que sufren la violencia de género. Con mucha frecuencia la mujer no tiene más opción o alternativa que convivir y soportar a la persona que la maltrata. Incluso se piensa que es mejor que te maltrate un familiar, pareja o conocido, que un extraño. Otras veces se oculta el problema por temor a perder la custodia de los hijos o que pasen a la tutela de las instituciones públicas.
No hay duda de que hemos de enfocar siempre el problema desde la perspectiva de la dignidad y la defensa de los derechos humanos de la persona. Hay que usar estrategias para remover conciencias, propiciar el cambio, buscar las causas y comprender las condiciones que provocan esta situación.
Las conclusiones son claras: la carencia de hogar femenina es un fenómeno estructural y multicausal; es el fruto de un sistema machista, capitalista y racista, propiciado por la dificultad en el acceso a la vivienda como derecho. El parque de viviendas públicas (sociales) en Cataluña no llega al 2%. Cada hora se produce un desahucio y hay 2.000 familias en lista de espera en la mesa de emergencia. Cuando hablamos de familia nos estamos refiriendo a unidades monomarentales (mujer e hijos).
Una mujer no termina en la calle de la noche a la mañana. Es un proceso largo y lento de sufrimiento. Que le puede pasar a cualquiera cuando todos los paracaídas fallan. Las mujeres sin hogar son supervivientes. Han padecido múltiples violencias: sexuales, físicas, psicológicas, económicas y laborales, habitacional y culturales. Violencia institucional que se traduce en trámites, leyes como la de extranjería, pérdida de custodia de hijos, etc. Estas personas están estigmatizadas socialmente y son vulnerables por su condición femenina.
La mitad de las mujeres sin hogar han sufrido aporofobia, término acuñado por Adela Cortina para dar nombre al fenómeno consistente en odio, aversión o rechazo a las personas en situación de pobreza, especialmente las abocadas al sin hogar. No olvidemos a la mujer que un grupo de radicales prendieron fuego en Barcelona cuando dormía en la calle. Había tenido una exitosa carrera profesional como secretaria de alta dirección. Después perdió el trabajo, llegó un divorcio, un desahucio, y... la calle.
A menudo las mujeres utilizan estrategias durísimas para sobrevivir y se oyen expresiones como, por ejemplo, «prefiero que me pegue uno a que me peguen veinte». Y, a pesar de todo, al final utilizan la táctica de buscar una pareja para obtener cierto grado de protección.
Las mujeres inmigrantes generalmente vienen sin asistencia de redes sociales y en precario, sin trabajo, algunas con hijos y con la presión añadida de tener que enviar dinero a su país. Ellas tienen mayor capacidad de consolidar redes de apoyo y de movilizar recursos personales y por este motivo llegan más tarde que los hombres a vivir situaciones de calle. Viven el ‘sinhogarismo’ de diferente manera y son más vulnerables al raso que los hombres. Por todo ello, estas mujeres tienen mucho que decir y nosotros mucho que escucharlas.
La solución no pasa por gestionar el ‘sinhogarismo’, sino en erradicarlo. Y para ello es imprescindible facilitar una vivienda estable e integrar a la mujer en la comunidad, facilitando los apoyos necesarios para conseguir una vida lo más normalizada posible. Las políticas sociales del ‘sinhogarismo’ han de tener perspectiva de género e ir unidas a políticas de vivienda. Sin una casa, sin un hogar ¡no hay salida! Cabe preguntarse si existen soluciones más allá de los albergues de cama y comida. La respuesta es: ¡sí, existen!
El ‘Housing First’ es un modelo de intervención con personas carentes de hogar, que se basa en la vivienda como elemento prioritario en el proceso de inclusión, acompañándolo con el apoyo de un equipo técnico, que se fundamenta en el respeto a la persona y su autodeterminación. El objetivo es el acceso a una vivienda estable como medio desde el que se propicie el cambio. El ‘Housing First’ ha dado origen a proyectos muy interesantes promovidos por diferentes entidades públicas y del tercer sector. Estas iniciativas tienen dos pilares: considerar la vivienda como un derecho, ofreciendo solución residencial a las personas participantes; y el acompañamiento integral, incluyendo el ámbito laboral, con diseño y desarrollo de itinerarios muy personalizados. El fin es que las mujeres recuperen su propio proyecto vital.
No cabe duda que la colaboración supramunicipal y público-privada es una oportunidad para sumar recursos y responder mejor a situaciones de gran vulnerabilidad. Esperamos que estas experiencias se repliquen en nuestro territorio y colaboren nuestros ayuntamientos y comarcas. Ojalá este articulo sea una piedra de toque y dé en pleno rostro a quienes puedan actuar.