Los demonios de Hard Rock

El lunes 19 de diciembre se cumplen dos aniversarios. Para el primero no necesito especiales alardes memorísticos: es mi 53 cumpleaños. Quincuagésimo tercero. Sólo por lo larga que sale la palabra se hace evidente que el arroz se me pasa de forma inexorable, aunque llevo razonablemente bien el preámbulo del acceso a eso que mi buen amigo Antoni M. Lluch ha bautizado como ‘Generación Silver’. Del segundo me he enterado por el Diari; no tenía ni idea de que comparto celebración con la plataforma Aturem Hard Rock, que cumple su primera década.

Sí que recordaba con claridad que llevamos diez años mareando la perdiz con Hard Rock, lo que se llamó antes BCN World, y todavía antes Eurovegas. En la tercera entrega de esta Tribuna -es la décima si no me fallan las cuentas-, les relaté mis recuerdos sobre la puesta en escena de Antonio Bañuelos-Veremonte en Tarragona. Pocos meses después nació la asamblea Aturem BCN World, germen de la actual No juguem, aturem Hard Rock.

Pueden leer en su web que el objetivo de la plataforma consiste en parar «por todas las vías posibles el enésimo proyecto de la Generalitat, que ataca frontalmente las condiciones de vida de los habitantes del territorio». El primer motivo de tanta ojeriza es medioambiental; según esta visión, Hard Rock pone en riesgo la biodiversidad de un área de interés natural, «entre espacios protegidos de la Red Natura 2000 y el Espacio de Interés Natural de la Sèquia Major».

Por otra parte, el modelo turístico de Hard Rock les da urticaria porque lo ven como «un monocultivo totalmente obsoleto que destruye el territorio y aboca a los vecinos del Camp a trabajos precarios y a vivir bajo una presión turística que degrada nuestras villas en beneficio de unos pocos». Sostienen que, aunque la Costa Daurada ha pasado de dos a cinco millones de turistas de 2009 a 2019, el poder adquisitivo de los vecinos ha disminuido: «El turismo de sol y playa no sólo no comporta beneficio para el conjunto de los vecinos, sino que potencia las desigualdades».

Luego está el tema del juego, ya que todas las asociaciones de adictos y los profesionales expertos en la materia, desaconsejan totalmente un casino de 8.500 metros cuadrados. «No queremos ser la sede nacional de la ludopatía y el juego», esgrimen. Además, la oscura operación de La Caixa para vender «unos terrenos tóxicos, expropiados a familias de pageses bajo un supuesto interés público» por 120 millones de euros. Por último, un «contrato fraudulento» por el que el Incasòl avanza la compra del suelo, que pone en peligro el dinero público al hacer de banco en una operación entre privados.

Desde su perspectiva, como se aprecia, la guitarra gigante de Hard Rock encarna la síntesis de un buen cúmulo de pecados. Algo así como la metáfora de un infierno por el que deambulan los demonios más abominables. Ni más ni menos que la destrucción de un vergel, un manual de explotación laboral en condiciones indignas, turbias megaoperaciones financieras de dudoso pelaje y, como remate, la exaltación de la ludopatía. Vaya tela. Paradójicamente, el lunes pasado, los principales agentes empresariales e institucionales de Tarragona han salido a la palestra con voz unánime -toda una rareza en nuestro territorio- para volver a ponerle la alfombra roja al Príncipe de las Tinieblas, disfrazado para la ocasión como CEO de una multinacional estadounidense.

Los municipios más interesados (Salou y Vila-seca), la URV, la Diputació, las Cámaras de Comercio, las patronales de los motores económicos (química, turismo, transporte...) e incluso la Xarxa Santa Tecla, -que tiene mano en esto de los exorcismos-, consideran prioritario ahuyentar a esta galería de seres monstruosos que, a su juicio, ni son tan grandes ni tan fieros como los pintan. En especial cuando está en el aire una inversión de más de 1.000 millones de euros y varios miles de puestos de trabajo en una provincia con 42.000 parados, 30.000 de ellos en el sector servicios.

El consenso de la reivindicación empresarial corre el riesgo de quedarse en agua de borrajas. Desde que lo aceptó a regañadientes como una herencia envenenada, el actual Govern
-ya liberado de la presión del ala más tecnócrata de Junts- nunca ha visto el proyecto con buenos ojos. De ahí su escasa voluntad, el sesteo y la pereza. De hecho, da la sensación de que existe más sintonía entre su discurso y el de la plataforma Aturem que con el clamor que emana de una mayoría de la sociedad civil de Tarragona.

El president Pere Aragonés prefiere ponerse de perfil. El Govern, asegura su cabeza visible, sigue trabajando con el máximo rigor para incorporar todos los informes y recomendaciones. Aunque nunca le dio por la empresa familiar y prefirió dedicarse a la política, él viene de una saga de hoteleros con intereses en el Maresme, la Costa Brava, y también la Costa Daurada. Su abuelo paterno Josep creó el Taurus Park, por entonces el hotel más grande de España con 343 habitaciones en primera línea de playa. Ya ven, caprichos del destino, una especie de Hard Rock de la época. Sería verdaderamente interesante saber qué le diría su abuelo, o qué piensan su padre y sus tíos, hoy dueños de Golden Hotels, sobre la eficaz gestión de su hijo/sobrino en todo este asunto.

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