La invasión de Gaza
En este mes caerá Gaza en manos del ejército invasor de Israel, después de provocar la muerte de miles de niños seguramente inocentes. Poco habrán servido las llamadas a una tregua humanitaria y las resoluciones de la ONU de un alto en el conflicto. El Imperio, y con ciertas reticencias también los países europeos, han considerado legítima la invasión del territorio.
La lucha entre Israel y Gaza es una lucha entre nacionalistas: el origen del conflicto se encuentra en la creación de la Nación israelita, y su continuación, precisamente en no querer admitir este hecho. El conflicto de Oriente Medio es el peor de todos, porque en esta lucha no hay términos intermedios, o unos u otros. Hace poco tiempo comentaba un libro de Tomás Alcoverro en el que el corresponsal durante cincuenta años en Oriente Medio narraba su entrevista con el presidente sirio actual. El periodista no se atrevía a hacer una pregunta tan directa, pero al final la formuló: «¿Usted no cree, señor presidente, que después de todo lo que está pasando en Oriente Medio desde hace tantos años, la política, al menos en esta parte del mundo, se puede resumir en o yo te mato a ti o tú me matas a mí?». No esperaba respuesta, pero el mandatario le contestó lacónicamente con un «Sí».
Israel piensa que tiene que matar si quiere vivir. El movimiento islámico piensa lo mismo. Ahora todo consiste en ver cuál es la lista de muertos. La balanza se inclinará a favor de Israel, sus mil quinientos muertos iniciales serán multiplicados por diez, incluso por más, en las filas contrarias. No hay muchas dudas de que la guerra (vamos a llamarla así) tendrá un triunfador al menos inicial. Tampoco hay muchas dudas de que los muertos reclamarán venganza, que será tan despiadada como lo sufrido, y que más tarde o más temprano se ejecutará.
Pero yo les quiero escribir de otra invasión de Gaza que ocurrió también en este mes de noviembre, pero del año 332 antes de Cristo.
El gran Alejandro Magno avanzaba rápidamente por las costas de Levante buscando acabar con el rey de reyes y todo su imperio. Las fuerzas macedonias y sus aliados llegan a Gaza, un lugar básico para entrar en Egipto y luego adentrarse en los grandes desiertos para llegar al corazón del Imperio de Darío.
Las fuerzas invasoras son claramente superiores. La reciente caída de Tiro era un incentivo para claudicar. Pero el gobernador de la plaza, Batis (o Betis), fiel a su rey, decide combatir en defensa de lo que él considera justo. Iba a ser el más arduo de todos los asedios, comenta un historiador reciente, Anthony Everitt (Alejandro Magno), prueba que el interés por el macedonio sigue vigente.
Quinto Curcio Rufo, que fue quizás contemporáneo del Emperador Claudio, reconoce que Batis luchó heroicamente hasta que fue abandonado por los suyos. Gaza calló, los hombres fueron muertos, las mujeres y los niños fueron vendidos como esclavos. Conducido Batis ante Alejandro Magno, cuenta el historiador que «el joven monarca, que en otras ocasiones supo admirar el valor, incluso en sus enemigos, se entregó entonces a la más insolente alegría». Alejandro le amenazó, pero Batis no dijo nada y le retó con la mirada. El castigo fue cruel y la muerte, indigna de un leal soldado. Dice el propio Curcio que obrando así Alejandro pensó que era Aquiles matando al troyano Héctor.
Todos los historiadores están de acuerdo que Alejandro Magno perdió el sentido de la realidad a medida que avanzaba hacia el infinito y se convirtió en un autócrata. Todos están de acuerdo que el punto de inflexión sucedió estando en Maracanda (Samarcanda actual) cuando ebrio mata a su amigo Clito. Yo creo, sin embargo, que el inicio estuvo en Gaza y la muerte ignominiosa de Batis. Poco después va al oasis de Siwa y cree que es el hijo de Dios, igual que había creído en Gaza que era Aquiles. Por eso mata a Clito, porque este le recuerda que su padre es Filipo y que él no es un Dios.
Alejandro, al final, se convirtió en una persona que se creía infalible, que no admitía la crítica y llegó a considerar como toda opinión contraria a la suya era alta traición, nos dice Pedro Barceló (Alejandro Magno). La muerte de Batis fue un acto de venganza innecesaria y el inicio de una locura que no tuvo fin.
No han cambiado mucho los tiempos, aunque los nombres sean otros.