Haremos campos

Los españoles haremos campos en los que meteremos a los musulmanes. Y, como nosotros, lo harán el resto de los países europeos. Olvidaremos nuestro pasado, todos los horrores a los que llevaron soluciones similares, y meteremos a hombres, mujeres y niños, inocentes de todo, menos de su origen, su religión, su idioma y su color de piel, en campos en lo que trataremos de olvidarnos de ellos y rezaremos por que nunca salgan. ¿Cómo llegaremos a tal atrocidad? Permítanme que, como si fuera una de esas historias sobre un horrible futuro alternativo que tan de moda están en la televisión y en las novelas baratas, se lo cuente. La única diferencia es que esta sí será una historia real.

Todo comenzará, todo ha comenzado ya, desde nuestro interior. Desde las entrañas de nuestro modelo político. En las próximas décadas continuaremos un camino que ya hemos empezado y que nos llevará a perder progresivamente elementos de lo que hoy en día aún llamamos democracia. Una clase política cada vez más analfabeta, sabedora de ser perfecto reflejo de su sociedad, con cada vez menos escrúpulos, en la que abundarán los líderes con ínfulas mesiánicas, con una mezcla de desconocimiento y desprecio por los límites al poder que tradicionalmente ha impuesto la democracia y con la única voluntad de conseguir y mantener el poder a toda costa, se consolidará en el gobierno debilitando la democracia liberal haciendo que elementos de esta como la separación de poderes, el Estado de Derecho, el pluralismo e incluso la garantía de los derechos, sean cada vez más menospreciados y, si bien formalmente alabados, en la práctica destruidos. Se oirá con más fuerza y desde diferentes ámbitos ideológicos que la ley no puede oponerse a la voluntad popular, que el pueblo como todo tiene derechos irrenunciables, se escucharán concepciones que olvidarán al individuo y lo construirán todo alrededor del colectivo, del que líderes vulgares y groseros se erigirán en portavoces.

Entonces, en el patio trasero de nuestra sociedad, allí donde no miramos, porque nadie mira al que le limpia el inodoro o le sirve la caja de cartón de la comida basura, habrá una explosión. Tras décadas de aumentar en número, pero no en derechos, ni en calidad de vida. Habiendo sido arrinconados en barrios marginales. Habiendo sido considerados ciudadanos de segunda, extranjeros aún y llevar aquí generaciones. Unos pocos perderán la cordura. Y algo terrible sucederá que se llevará la vida de miles. Veremos en nuestras calles a hombres oscuros con cuchillos y fusiles matando a madres con sus niños blancos en los brazos. No será un hecho aislado. No serán unas decenas o quizá unos centenares. Será una reacción en cadena en la que una parte de nuestra sociedad a la que le negamos el derecho a ser nuestra sociedad se alzará furiosa contra nosotros y nos matará a miles. Una minoría, desde luego. Un porcentaje muy reducido, no cabe duda. Pero que hará mucho ruido.

Entonces, surgirá una voz indignada que pedirá venganza. Y después otra. Y otra. Finalmente, el líder, reclamado por la muchedumbre, por la masa, por la chusma misma hecha redes sociales, se asomará al balcón y en nombre de la democracia dirá que no puede dejar de escuchar a su pueblo. Y que el pueblo pide soluciones. Y soluciones les dará. Se dirá que es por su propia seguridad. Que, por supuesto, sabemos que no todos son iguales. Que el Estado de Derecho esto, que la garantía de las libertades esto otro. Buscaremos lugares apartados. Donde nadie mire. Donde nadie pregunte. Y los meteremos a todos. Y cerraremos la puerta. Y confiaremos en que se mueran. O, quizá, como respuesta a alguna que otra explosión adicional de rabia y frustración, los mataremos nosotros mismos. Los matarán los que ahora ya saben que los odian y los desprecian. Pero también los que ahora piensan que ellos jamás lo harían. Porque, cuando este tipo de cosas se ponen en marcha, al final todo el mundo se une.

No es un cuento de horror. Es el futuro. Y usted lo verá. Y yo lo veré. Y nadie hará nada. Porque, cuando pase, todo lo que se podría haber hecho se habrá dejado ya sin hacer. Proteger la democracia, la verdadera democracia y no esa mentira energuménica de la voluntad popular por encima de todo. Como dijo Arendt, el exterminio del pueblo judío no se hubiese producido sin que desde décadas antes Occidente no se hubiese acostumbrado a renunciar a sus principios liberales en sus imperios coloniales. Primero se debilita la libertad y después caen los más débiles. Ya pasó. Y volverá a pasar. Y, en última instancia, ¿sabe usted por qué? Porque el monstruo está ahí. Porque, por más que usted lo niegue, usted escucha a esa voz que, en silencio, cuando nadie lo mira, le dice: son diferentes, no son de aquí, me dan asco, me dan asco, me dan asco.

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