Hágase idiota
Hace una semana, miles de manifestantes vestidos con la camiseta de la selección carioca asaltaron el Congreso de los diputados y todos los políticos, articulistas, tertulianos (hasta los rusos y los chinos), han condenado unánimemente el ataque llenándose la boca con la palabra democracia.
A los asaltantes haciéndose selfies no parecía que les fuera a cambiar mucho la vida gobernara quien gobernara en Brasil. Pero han atentado contra esa joven y adorable dama ateniense, expresión de la legitimidad de un gobierno salido de las urnas. Y quieren meterlos treinta años en una prisión indigna; por rebelión.
Nosotros ingenuamente pensamos que alguno de nuestros políticos, viendo las barbas de su vecino afeitar, pondría las suyas a remojar. Que se daría golpes en el pecho y, en vez sacar la taladradora, haría un mínimo examen de conciencia de cómo se llega a esa situación.
El populismo cruzó el charco desde la corrupta Sudamérica y ha calado hasta los huesos en un sistema que da limosna a los más desfavorecidos para evitar que cambien al otro bando. Hay muchas personas que sufren en sus carnes el estado constante de violencia y enfrentamiento que nos llega desde los propios poderes, siempre apelando a nuestro bienestar.
De unos años para acá, los gobernantes y sus colaboradores se dedican a encender la mecha y condenar enérgicamente la explosión. Calientan a la gente, sembrando el odio, la crispación y la polarización, y si seguimos por esa senda, ¿por qué no creerse el mensaje como ha hecho en Brasilia un chico rebelde que fue a defecar en la misma Asamblea?
Cualquiera siente empatía por el sufrimiento de quien tiene problemas con la salud, el amor o el dinero, pero ver gente angustiada por creer en «el decorado teatral de la farsa democrática» (Samir Amin), todavía produce más tristeza. Esta es una sociedad de poco criterio y hay quienes van al psicólogo con palpitaciones porque se están derritiendo los polos.
He recibido un christmas que me desea Felicidad para 2023 y viendo quién era el remitente, he acudido a la enciclopedia a averiguar su significado. En Atenas, tres corrientes filosóficas (estoicos, epicúreos y escépticos) se afanaron en explicarnos qué es y cómo conseguirla.
Aunque recorrieron distintos caminos partieron de una idea común, no podemos controlar los acontecimientos, pero sí la forma en que los percibimos. Si los orientales creen que la felicidad consiste en vivir el presente (presente significa regalo), las tres escuelas griegas llegaron a la conclusión de que se logra por la ausencia de turbación e imperturbabilidad del espíritu (‘ataraxia’).
La primera corriente filosófica, los estoicos, se dieron cuenta de que el mayor enemigo de nuestra felicidad es nuestra mente. No podemos controlar lo que pasa, pero sí lo que pensamos sobre esos sucesos.
La segunda, el Epicureísmo, buscaba el placer por el placer (hedonismo) pero modesto y sostenible. Se dedicaban a rebajar la intensidad de pasiones y deseos que puedan alterar el equilibrio mental hasta eliminar el dolor espiritual (‘aponía’).
Consejos vendo que para mí no tengo y mezclando las tres antiguas escuelas podemos obtener enseñanzas aptas para esta época:
Tomar del Estoicismo que dejemos de guiarnos por el imaginario –siempre positivo y absolutamente falso– de que vivimos en una sociedad ideal. Y liberarnos del sufrimiento por las cosas que no podemos controlar.
Del Epicureísmo, hacerse idiota. En Grecia no tenía una connotación peyorativa, eran ‘idiotés’ quienes no participaban de la vida pública, y los seguidores de Epicuro se retiraron de la política porque conducía a ambiciones incompatibles con las virtudes que solo podían lograr en el mundo privado.
Hemos dejado para el final a los escépticos, que surgieron simultáneamente en Grecia y en la India y alcanzan la ataraxia a través de la total incredulidad ante cuanto sucede a nuestro alrededor. «Da igual si la verdad existe porque somos incapaces de conocerla».
La democracia en Grecia era poder de un pueblo que no debía nada a sus gobernantes. Sinónimo de justicia, libertad e igualdad se instauró para vivir en armonía. Y si cualquiera de los griegos de los siglos precedentes a Jesús se levantara como Lázaro, renegaría de su criatura y lamentaría lo vieja y agotada que se encuentra la señora.
En Atenas solo se presentaban una vez a los comicios y eran elegidos directamente, y los escépticos afirmarían que el poder votar a un partido político no nos hace partícipes de cuanto sucede en la esfera pública.
«No se crea usted ni por asomo una sola palabra de esta gente que utiliza el mito de la democracia cuando sirve para legitimar un gigantesco engaño de corruptos, agentes e inspectores inquisidores», remataría Jenófanes de Colofón.
Hace unos días recibimos otro christmas en el que un presunto amigo nos deseaba que nos sonriera la Esperanza en 2023 y nosotros eso sí que no se lo deseamos a nadie. «La esperanza es el peor de los males, porque prolonga la tortura de los hombres», dijo Nietzsche.
Pueda parecer precipitado felicitarles en enero el próximo año nuevo y saltarse este. Pero como va a ser electoral y sonarán insistentemente los tambores, deberíamos practicar un último ejercicio para lograr la ataraxia. Y, en eso coincidirían estoicos, epicúreos y escépticos, eliminando cualquier expectativa de que las cosas de la ‘polis’ puedan mejorar. Ánimo y buena suerte con aquellas por las que vale la pena brindar.