Frankenstein
Se denominan gobiernos frankenstein a aquellos que, como el monstruo ideado por Mary Shelley a los 18 años, ciega de opio, son creados a base de pedazos de cadáveres diseccionados. El nuestro cobró vida una noche de tormenta eléctrica aupado por un nutrido número de partidos de muy distintas ideologías y lleva tres años, con pandemia incluida, dirigiendo este país.
Fue el profesor socialista Rubalcaba quien acuñó el sobrenombre en un curso de verano diciendo «no se puede ir de la mano de quienes quieren romper aquello que otros quieren gobernar». Y este ‘horrendo huésped’, inédito en Europa, comparte trozos capitalistas con otros antisistema, secesionistas y comunistas.
Con su cabeza cuadrada, dos tornillos en el cuello y puntos de sutura por todo el cuerpo, ya se le ve que no anda fino. Padece un trastorno de identidad disociativo, lucha contra sus personalidades alternativas y, la pasada semana, unos se han abstenido y otros han votado a una ley, una parte a favor y otra, en contra.
No se puede faltar, insultar, denigrar y despreciar a los empresarios y aprobar normas para fomentar a los emprendedores. Ni reprochar a Ferrovial que no pague aquí los impuestos y a Amancio Ortega que se guarde sus donaciones a la sanidad por donde mejor le quepa.
La penúltima víctima fue mi paisano Juan Roig, capitalista desalmado. Les han tildado de piratas, ladrones o indecentes. Y esta vez el mismo presidente se ha burlado públicamente de Del Pino haciendo un chiste sobre la patria y el patrimonio.
Hace mucho tiempo que servimos el registro Mercantil de Tarragona, donde nuestra tarea consiste en controlar la legalidad de las sociedades pequeñas y medianas porque las grandes de los humos están domiciliadas en Madrid o Barcelona. Ello nos ha llevado a una cierta comprensión de las empresas, pero haber conocido a los de carne y hueso nos ha hecho empatizar con sus problemas, ser flexibles y descubrir su mundo desde el otro lado de la barrera.
Entre las distintas razones alegadas por Ferrovial que está revisando con lupa la CNMV, la falta de seguridad jurídica de España (o la mejor de Holanda). Porque, si se dan cuenta, fue la verdadera causa de que muchas empresas catalanas cambiaran de sede cuando se anunció la desconexión.
Quienes han hecho negocios en países sin seguridad jurídica saben que esa es la madre de las demás seguridades. Las leyes de este gobierno en las postrimerías de la legislatura están siendo, ideologías aparte, un despropósito que ha provocado beneficios para 723 violadores sin que nadie haya dimitido.
En Europa preguntan por qué tienen que mandar esas cantidades ingentes de fondos habiendo reducido las penas por malversación. Popularmente no se comprende que podamos elegir ser hombre o mujer y no, de Albacete. Si quieres seguridad jurídica, toma dos tazas.
De hecho, han registrado una proposición de ley que no firmarían en Afganistán por la cual pretenden exigir, con carácter retroactivo, a todas las empresas receptoras de ayudas públicas su restitución si trasladan su domicilio al extranjero. Como el cambio de sede se lleva a cabo mediante una absorción, desde el gobierno les han anunciado gravarlos con tantas trabas impositivas como puedan.
La posibilidad de que este año electoral, el monstruo y su creador no se desvanezcan en el hielo ártico y una nueva chispa eléctrica lo reedite y, además, se transforme en Drácula, anuncia un panorama que, no es de extrañar, produzca en los empresarios, constantemente preteridos en las negociaciones sociales, la correspondiente desazón.
Quién nos iba a decir que defenderíamos a una empresa multinacional que juega con otra baraja respecto de los empresarios de a pie que tanta admiración o al menos respeto merecen. Cuando un amigo se va algo se muere en el alma y les reprochan haber suscrito contratos con el Estado por valor de mil millones de euros se supone por el favor.
Ellos hacen como que les multan por irregularidades en las adjudicaciones y ellas como que les duele. Nunca quiebran a pesar de soportar endeudamientos que a otros los llevarían a la ruina.
A pesar de que vivimos en un estado de derecho con libertad de circulación de personas, capitales y empresas, y más en la Unión europea, la inmensa mayoría no tiene la capacidad de escapar de sus manos y pies gigantescos, otro gallo cantaría en la forma de actuar de los poderes y las administraciones públicas.
Hay una manera alternativa de mostrarse al mundo. En Europa, la antaño pobre Irlanda ha logrado bajando los impuestos triplicar la renta de España con un tercio de la deuda soberana sobre el PIB. En Estados Unidos existen las denominadas Leyes de cielo azul (Blue sky laws) que compiten flexibilizando las normas societarias y el pequeño estado de Delaware ha conseguido creando una atmósfera de bienvenida empresarial atraer a más de la mitad de las grandes compañías mercantiles cotizadas.
A diferencia de la novela donde Frankenstein mide ocho pies y «no había mortal capaz de soportar el horror de aquel semblante», en el cine, con ese flequillo, responde como un niño tierno y temeroso que reacciona con furia cuando alguien lo abandona.
Pongamos que estamos compartiendo un cocido y hablo de Madrid. La sede del gobierno que facilitó con un decreto urgente del popular Rajoy, la fuga de miles de empresas catalanas sin la intervención de sus socios.