El problema es la política
Ahora que ya han pasado las elecciones, que nadie nos lee y que no se atribuirán mis palabras a una determinada inclinación ideológica a favor de este o aquel partido, me gustaría transmitirles mi diagnóstico de cuál es el principal problema de España. No creo que sea ninguna razón económica, como nuestro alto desempleo general y joven en particular, o la baja productividad y los bajos salarios, o lo difícil que es ser autónomo, o lo complicado que es comprar una vivienda.
Tampoco creo que nuestro principal problema sea de tipo jurídico, como la estructura territorial del Estado y su mejorable diseño constitucional, o nuestro sistema electoral y como beneficia a unos y perjudica a otros, o nuestra enormidad burocrática que hace perder tiempo y dinero. No, todo eso son efectos del verdadero problema, consecuencias de la raíz del mal que nos asfixia y que no es otra que nuestra política y el modo y forma en que está organizada.
La estructuración del sistema político español provoca que tengamos políticos poco formados, poco innovadores, de escasos recursos intelectuales y con mucha más voluntad de esforzarse por el bien de su partido, que por el bien de los ciudadanos que dicen representar. No es que sean voluntariamente malos, es que el modelo provoca que su comportamiento sea malo. No es que conspiren malignamente para hacernos la puñeta, es que no tienen más remedio que hacernos la puñeta, porque ni son capaces de hacer otra cosa ni, aunque quisieran, podrían hacer otra cosa y seguir dedicándose a la política.
Y aquí da igual que sean de derechas, de izquierdas, de centro o mediopensionistas, no es una cuestión ideológica.
Todos padecen los efectos del mismo sistema y, como los hechos de la última década demuestran, ninguno, por muy rupturista que diga ser, es capaz de evadirse de los efectos del sistema, el cual acaba más pronto o más tarde absorbiéndolo y, como si de la invasión de los ultracuerpos se tratase, comiéndole el cerebro para volverle otro más como el resto. Es, en cierto modo, la fatalidad de la política española. Un modelo que no fue diseñado para causar los efectos que causa (quien quiera conspiraciones que toque a otra puerta, no a la mía), pero que los causa.
¿Por qué nuestro sistema político crea políticos poco preparados, poco inteligentes, poco innovadores, para nada valientes y con enorme tendencia a satisfacer los intereses de su partido por encima de los de los ciudadanos? Bueno, tienen un libro mío circulando por ahí titulado Teoría General de la Estupidez Política donde lo explico (sí, es la segunda vez en esta columna que me hago publicidad a mí mismo), pero les haré una sinopsis que puede exponerse en una famosa frase: es el mercado, amigos.
La política es un negocio peculiar. Tiene unas peculiares empresas, que son los partidos políticos y unos aún más peculiares consumidores, que son los ciudadanos. Pero ni lo que se ofrece es exactamente un producto de consumo, sino una ideología y unas propuestas; ni el mercado en el que se juega es abierto, sino cerrado a la competencia extranjera; ni las empresas que compiten en él premian la innovación, sino el conservadurismo, no el mérito, sino la obediencia. Con lo que los resultados no son equiparables a los de un mercado ortodoxo.
En los partidos políticos no se buscan líderes geniales que, como Steve Jobs, inventen un nuevo tipo de teléfono. Al contrario, ese tipo de personajes se rechazan. ¿Para qué innovar si los votantes no buscan un producto nuevo, sino el mismo producto de siempre más o menos adaptado a las necesidades del presente?
No es tan fácil reinventar el liberalismo, el conservadurismo o el socialismo cada cuatro años, como si se tratara de una Playstation. Y, aunque lo fuera, ¿quién en su sano juicio querría hacerlo y arriesgarse a que salga mal? Total, no va a venir ningún competidor extranjero a echarnos y los competidores que surjan dentro tienen muy difícil consolidarse en un sistema ya dominado por nosotros. Así que todos esos desgraciados nos votarán a poco que la caguemos menos que los de enfrente.
Derivado de lo anterior, los procesos selectivos, que en cualquier empresa premian el mérito y castigan el error, en la política funcionan diferente: se premia la obediencia, la falta de pensamiento independiente y la mediocre eficiencia burocrática (la gente brillante e independiente tiene mayor tendencia –se suele creer- a apuñalar a sus superiores).
Repitan este proceso durante tres o cuatro generaciones, donde los jefes siempre busquen a sucesores menos brillantes que ellos (para evitar la puñalada), y les saldrá una hermosa clase política con la misma vida intelectual que una sepia y similares capacidades neuronales. ¿Y qué país puede ser bien gobernado por una sepia?