El amor no mata

Un año más, llega el 25 de noviembre, y aunque siempre me pregunto cuando dejaremos de sumar víctimas para olvidar esta fecha, por ahora sigue siendo imprescindible conmemorarla para reflexionar sobre el punto en el que nos encontramos.

La violencia del patriarcado es un tema que me inquieta profundamente. Es la violencia machista, tan antigua como estructural en nuestra sociedad. Su máxima expresión es el asesinato de mujeres, cometido generalmente por las personas que eligieron como compañeros de vida y en quienes seguramente confiaban. Pero hay también otras expresiones de violencia: física, psicológica, económica, vicaria. Este fenómeno revela la complejidad de las dinámicas sociales que perpetúan el sufrimiento y la opresión en nuestra sociedad.

Recientemente, el juicio a Pelicot en Francia ha expuesto una realidad alarmante: los familiares de los violadores los defienden como si fueran personas ejemplares, presentándolos como seres afectuosos y cariñosos en la intimidad de sus hogares. Sin embargo, la realidad que se vive fuera de esas cuatro paredes es muy diferente. Este tipo de defensa no solo es un insulto a la memoria de las víctimas, sino que también refleja una complicidad del sistema que permite que la violencia continúe sin consecuencias. En lugar de cuestionar a las víctimas, deberíamos señalar a los culpables y exigir justicia.

En lo que va del año, hemos lamentado el asesinato de 40 mujeres en España, un recordatorio doloroso de la urgencia de abordar este problema. La violencia vicaria se ha convertido en una herramienta para aumentar el temor y el dolor de las mujeres, convirtiendo a los más indefensos en víctimas de este sistema opresor. Hay más de 400 huérfanos y huérfanas por el asesinato machista de sus madres desde que se lleva registro.

Además, la violencia entre adolescentes aumenta, lo que indica que la toxicidad en las relaciones se está normalizando. Estamos dejando en manos de la pornografía la educación sexual de nuestros jóvenes, lo que genera criterios éticos y morales basados en la ficción y en la violencia. Esto atrapa a toda una generación en estas malas prácticas. Muchas veces, estas dinámicas se justifican bajo la idea de propiedad, disfrazadas de amor. Es crucial recordar que el amor no duele y no mata; el egoísmo y el autoritarismo que algunos hombres creen tener derecho a ejercer son los verdaderos culpables.

La educación en las escuelas, especialmente sobre sexo y sexualidad, debe ser la clave del cambio. La pedagogía y el conocimiento son nuestras herramientas más poderosas para erradicar el machismo. Es fundamental que las personas ms jóvenes reciban una educación integral que fomente el respeto, la igualdad y la empatía. Solo así podremos desmantelar las creencias tóxicas que perpetúan la violencia y construir relaciones sanas y equitativas.

Recuerdo una campaña de una organización juvenil que clamaba: “EL AMOR NO ES LA OSTIA”. Sin embargo, parece que este mensaje no ha calado lo suficiente. A menudo los contras mensajes del patriarcado defendidos por la ultraderecha y movimientos conservadores, tienen más eco en la sociedad. Mensajes que sugieren que el feminismo ha ido demasiado lejos o que los hombres están siendo victimizados se popularizan a través de las redes sociales, distorsionando la realidad.

La resistencia a este cambio es comprensible, ya que pocos están dispuestos a renunciar a sus privilegios como hombres heterosexuales. Desde su posición de dominio, algunos hombres creen que tienen derecho a ejercer un autoritarismo que perpetúa la violencia.

Es fundamental cambiar la narrativa. Debemos transformar la vergüenza en empoderamiento y el silencio en voz. Solo así podremos construir un futuro donde la violencia no tenga cabida y donde cada individuo, sin importar su género, pueda vivir en paz y dignidad.

La lucha contra la violencia machista es una responsabilidad colectiva ante un gravísimo problema social y público. Necesitamos unir fuerzas para crear un entorno donde se respete la vida y la dignidad de todos. Y no cansarnos en los intentos. Es hora de que la sociedad se despierte y actúe, porque el cambio no solo necesario, sino absolutamente urgente.

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