Domingueros, guiris y otras especies invasoras
Se acaba el verano y pronto nuestras playas empezarán a vaciarse de turistas. En unas semanas solo quedaremos los autóctonos y los habituales pixapins-domingueros de fin de semana. Por fin. Siempre he sido de la opinión de que la primavera y el otoño son las mejores estaciones para disfrutar plácidamente de nuestra costa.
Si hablamos de la ciudad de Tarragona, nadie negará que tenemos playas casi paradisíacas. Especialmente las de la zona de Llevant, léase la Savinosa, Cala Romana, Llarga, La Móra, Cala Fonda... y así hasta Altafulla. Flanqueadas por el Bosc de la Marquesa, constituyen el último reducto de lo que en su día fue la costa tarraconense. Este frente litoral de unos pocos kilómetros nos invita a imaginar cómo era la Costa Daurada hace tan solo unas décadas, antes de sucumbir a la especulación inmobiliaria, a la presión turística y a la implantación de la gran industria.
Medio obligado, este verano me ha tocado ir varias veces con mi mujer e hijos a la Llarga de Tarragona, playa de referencia de mi familia. También lo es para el alcalde Ricomà, al cual más de una vez nos hemos encontrado leyendo bajo una pequeña sombrilla. A pesar de ser una de las más populares entre las familias tarraconenses, la Platja Llarga no está demasiado masificada. Es verdad que la gente se amontona en los accesos y frente a los chiringuitos, pero es posible estar relativamente tranquilo si haces el esfuerzo de caminar unos 100 metros con la sombrilla a cuestas.
Es una de esas playas que aún guarda un cierto grado de virginidad, con su flora y con su fauna. En sus aguas hay lubinas, obladas, sargos, raspallones, salpas o pamoletas (gracias Xavi Veciana del Xaloc por chivarme el nombre de los peces). Ya en tierra, en las dunas cercanas al camping Las Palmeras, es posible visualizar aves y encontrar variedad de plantas autóctonas, como por ejemplo el lirio de mar. Parece pues que las zonas protegidas van dando resultados. Incluso en los últimos años se ha conseguido que en sus arenas (y también en la playa del Miracle) anide nuevamente la Tortuga Boba, especie en peligro de extinción.
Pero si hablamos del litoral tarraconense en verano, sin duda la especie boba predominante es la humana. En las playas podemos encontrar toda la fauna humana imaginable, cada una perfectamente clasificable y con unas características físicas y conductuales propias.
Así es fácil distinguir entre guiris, chiringuiteros y ocupantes de segunda residencia. También están los TTV (Tarragonins de Tota la Vida, que siempre ocupan el mismo lugar de la playa). Luego los domingueros (con nevera, mesa y sillas incluidas), los culturitas (que se pasan el día leyendo), los deportistas (ahora no eres nadie si no haces paddle surf), los lagarto (capaces de pasarse horas inmóviles bajo el sol sin morir), los caminantes y runners (dónde deben ir), los voyeurs y exhibicionistas, los resacosos, los solitarios, los dormilones, los de la radio, los de las palas y la pelotita, las parejitas enamoradas, los matrimonios jubilados... y así hasta el grupo de los que aprenden a pescar al atardecer.
La amalgama de fauna humana que encontramos en nuestras playas es innumerable. Yo, por ejemplo, me encuentro en el grupo de los padres de familia, a los que el verano se nos puede hacer eterno y caro, sin más remedio que pasar cada día por la playa para que los críos nos den un respiro, aunque sea a costa del pobre que ose poner su toalla a pocos metros de la nuestra.
Pero de toda esta fauna, la más invasora en estos últimos años es la especie del turista de apartamento. Estos pasan aquí unos días, en un alojamiento lo más cercano posible a una concurrida playa y, literalmente, la ocupan. La hacen suya. No deja de sorprenderme la impunidad con la se adueñan de la primera línea durante todo el día incluso sin estar ‘cuerpo presente’. Temprano por la mañana, como si preparasen la ascensión a la cima del Everest, establecen el campamento base en la mejor localización posible y ocupan así la arena durante horas con sillas vacías, hamacas, toallas y todo el arsenal que sea necesario para reservar ’su sitio’ preferencial hasta su regreso de la siesta en el apartamento, de la paella en el restaurante o de hacer turismo por la zona. Este fenómeno no es nuevo y tampoco es exclusivo de la Llarga de Tarragona. Ocurre desde hace veranos en la mayoría de municipios turísticos de la Costa Daurada. Y cuanto más apartamento hay, más se repite la escena.
Son como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Cual especie invasora, voraz y sin escrúpulos, esta tipología de turismo se queda sin pestañear con las playas en todas las franjas horarias, sin pensar que su actitud incívica e insolidaria limita su uso y disfrute a otras personas.
En municipios como Vila-seca esta invasión es tan grave y provoca tantos quebraderos de cabeza que el Ayuntamiento no ha tenido más remedio que intervenir prohibiendo explícitamente reservar sitio en la playa de La Pineda. La medida empezó el verano pasado y ha seguido este 2022, donde la ocupación turística ha sido altísima. Habrá que ver el balance oficial que Vila-seca hace de esta acción ahora que se aproxima el fin de la temporada alta de baño.
Si la medida funciona y ayuda a evitar suspicacias y rencillas entre los bañistas, espero que otros ayuntamientos tengan esta misma sensibilidad en sus respectivas playas. En Tarragona, ya les digo, la impunidad con la que actúa esta especie invasora es total en julio y agosto.
En el municipio de Cullera, Valencia, la multa para los ‘reservaplayas’ puede llegar a 3.000 euros. Poca broma.