De cronopios y barbas

Agosto de 2010. China. Entre Huanian y Pekín se produce el mayor atasco circulatorio de la historia. Diez mil camiones varados en una caravana de más de cien kilómetros. Fueron necesarios once días para deshacer el embotellamiento. Julio Cortázar lo había imaginado mucho antes en La autopista al sur (1966). La alta literatura tiene algo de previsión meteorológica. Aquel relato inspiró el Week-end de Godard y más tarde El gran atasco de Luigi Comencini.

Decía Saúl Yurkievich que Cortázar siempre intuyó que bajo lo real «latía un orden distinto de más secreta naturaleza». No es para menos. Muy de niño, el autor de Rayuela, quedó fascinado con la literatura fantástica de Edgar Allan Poe. Después, ya de adulto, tradujo todos sus cuentos y ensayos. Fue un encargo de Francisco Ayala desde la Universidad de Puerto Rico. Corría el año 1953. Poco antes de casarse, Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, como los protagonistas de Vacaciones en Roma, planeaban un viaje a Italia en Vespa. Lo de la Vespa no fue la mejor idea. El 14 de abril, todavía en París, una viejecita se cruzó en el camino y Cortázar, para no atropellarla, se cayó y se rompió la pierna. De aquella convalecencia en el hospital surge otro cuento emblemático: La noche boca arriba. Luego, al fin, el viaje a la città eterna, instalados en una pensión de la Via di Propaganda, a escasos metros de la Piazza di Spagna, cerca, muy cerca, de la casa donde vivió John Keats. Fueron nueve meses en Italia. Lo que dio de sí la traducción de Poe, más de dos mil páginas, incluidos prólogos, notas bibliográficas y apuntes críticos, según recoge Miguel Herráez en Julio Cortázar, una biografía revisada.

Pero no todo fue trabajo. En los ratos libres la pareja solía vagar por la ciudad. Precisamente, en una visita al santuario de la Scala Santa, Cortázar encontró un panfleto con instrucciones para subir de rodillas, según manda la tradición, las dichosas escaleras, motivo suficiente para alumbrar en adelante lo que sería su futuro manual de instrucciones.

De esa creatividad incesante, de ese juego especular entre vida y obra, tratará el IIº Congreso Internacional Carlos Barral y... Julio Cortázar, que se celebrará los días 13 y 14, organizado por la Universitat Rovira i Virgili, el ayuntamiento de Calafell y el Museo Casa Carlos Barral, en un homenaje por partida doble, «se cumplen 110 años del nacimiento del escritor y 40 de su muerte», tal y como señala María Isabel Calle, especialista en Literatura Hispanoamericana de la URV. Al encuentro acudirán, entre otros, Carles Álvarez, editor y biógrafo del argentino; Malcolm Otero Barral, nieto de Carlos Barral; y Berta Marsé, hija del autor de Últimas tardes con Teresa. La cita, por supuesto, también hará hincapié entre la relación Barral-Cortázar, la historia, más bien, de un desencuentro. El editor catalán siempre quiso fichar a Cortázar para su catálogo, pero el autor, seguramente por motivos comerciales, nunca le entregó un texto inédito. Aun así, lo importante es «reivindicar la figura esencial de Carlos Barral en el desarrollo del boom hispanoamericano. Y de Calafell como ínsula mediterránea de toda una generación de escritores inimitables», señala María Isabel Calle.

De hecho, Julio Cortázar fue el primero en recalar en Catalunya. Tenía apenas dos años cuando sus padres, huyendo de los obuses del káiser en mitad de la Primera Guerra Mundial, llegaron a Barcelona. Cabe recordar que Cortázar nació, casi por casualidad, en Bruselas, donde su padre ejercía de contable para la embajada argentina. El Parc Güell y la Barceloneta quedaron grabados para siempre en su imaginario, según apunta Xavi Ayén en Aquellos años del boom. De ahí sus visitas constantes a la ciudad condal. Si el año pasado, durante el primer congreso, descubrimos que Gabriel García Márquez dejó Calafell por culpa de un jarrón con plumas que traía mal fario, ahora es el turno de Gran Cronopio, el escritor con pinta de eterno adolescente al que nunca le crecía la barba.