‘Caso Rubiales’: la punta del iceberg
El ‘caso Rubiales’ no es simplemente un tema personal y aislado. La chispa inicial fue su particular felicitación a la futbolista Jenni Hermoso y abrió el debate de si fue o no una agresión a la jugadora aprovechando el momento especial que se vivía. Pero todo lo que ocurrió a posteriori requiere un análisis más extenso y profundo.
A partir de la reiteradísima escena televisiva donde todos pudimos ver lo sucedido y sacar nuestras propias conclusiones, hubo una especie de ‘silencio’ expectante de quienes tenían algo que decir. El presidente Sánchez, el Partido Popular y Podemos pidieron la renuncia de Rubiales. Con el paso de las horas, el escándalo fue creciendo pero las reacciones se produjeron muy gradualmente. En cuentagotas. Y dejaron espacio para que este personaje encaramado en una función pública de alta responsabilidad pudiera atrincherarse en el cargo. Dio sus argumentos y reiteró que no renunciaría.
Pero en el mundo del fútbol había más expectación que pronunciamientos. El jugador del Betis Borja Iglesias fue uno de los pocos que habló claro: «No volveré a la selección hasta que este tipo de cosas cambien y esto no quede impune». Después vino la asamblea de la entidad que preside Rubiales, convocada por él mismo.
Quienes desconocemos las interioridades de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) esperábamos que la asamblea fuera el espacio para anunciar su dimisión. Todo lo contrario. Hizo oídos sordos a los reclamos para que dejara su cargo y denunció lo que llamó «lacra del falso feminismo». Y definió las denuncias por su acto machista como «un intento de asesinato contra mi persona» (suponemos que se refería a que le quiten el cargo que disfruta desde mayo del 2018, y que tiene una retribución próxima al millón de euros: 700.000 anuales, y otros 250.000 como vice de la UEFA, más viajes y otras prebendas).
Al parecer la mayoría de los componentes del cuerpo fueron fieles a Rubiales, porque «deben favores personales al presidente». El representante de la Federación Navarra fue el único que en una reunión previa pidió la renuncia de Rubiales. Lo más lamentable es que la trascendencia de lo sucedido fue dejando en segundo plano la conquista de la Copa del Mundial por las jugadoras españolas.
Poco a poco se fueron sumando pronunciamientos en el mundo del fútbol y del deporte. La mayoría, de condena, pero también otros que intentaban quitar importancia a lo sucedido. Pero en general, prevalece una actitud neutra, con una evidente reticencia a pronunciarse. Esa posible ‘prudencia’, con el transcurrir de los días, se transforma en complicidad. Demasiados silencios. Y quien calla, otorga, dice el refrán. Pero retomo aquello de que el caso Rubiales tiene raíces y ramificaciones. El presidente de la Escuela Nacional de Entrenadores de Fútbol de España, Miguel Ángel Galán, hizo pública una nota en la que menciona, entre otros, a Pedro Rocha, vicepresidente designado «su heredero» por Rubiales y Andrés Camps, a quien señala como «cerebro jurídico».
En su comunicación dice también Galan: «El problema del machismo y la corrupción en el fútbol no termina con la salida de Rubiales, hace falta un cambio estructural en la institución de la Real Federación Española de Fútbol». Esta advertencia señala que el ‘caso Rubiales’ no es una anécdota, sino un indicio que corrobora lo que muchos han denunciado. Sólo es la punta de un iceberg. Su historial de visitas a los tribunales es extenso. Muchas causas están pendientes. Entre ellas, un posible cobro de comisiones por la disputa de la Supercopa de España en Arabia Saudí. También se le investiga por una fiesta celebrada en un chalet de Salobreña, en la cual estuvieron un grupo de mujeres y pudo haber sido financiada con dinero de la Federación.
El fútbol, lamentablemente, se ha convertido en un deporte que genera y mueve grandes cantidades de dinero. Nos escandalizarnos por lo que cobran algunas ‘estrellas’, porque son signos más evidentes. Pero está claro que todo el andamiaje directivo de federaciones que organizan competencias internacionales maneja y dispone de cantidades millonarias. De allí la sucesión de torneos, partidos entre los ‘grandes’ equipos, espectáculos que convocan multitudes y dejan beneficios espectaculares.
A quienes nos gusta el fútbol, resignadamente decimos que «lo que importa es el deporte». Pero tenemos que admitir que lo que realmente prevalece y lo perjudica como tal es el negocio. El profesor Francisco Umpierrez Sánchez, en su libro Fútbol y economía nos recuerda que el deporte más popular del mundo no escapa a los mecanismos del capitalismo. Para este sistema –nos recuerda– todo es un negocio, y para eso debe convertirse en mercancía. Y esto ha sucedido con el fútbol. Antes estaba en manos de clubes, incluso de barrio o de comarca.
Los clubes se fueron transformando en sociedades anónimas y el fútbol comenzó a producirse como mercancía. Ha sido una gran victoria de la propiedad privada sobre la propiedad pública, como debería ser un deporte, apunta el economista. Pero quienes ya tenemos unos años recordamos y añoramos cómo era realmente el fútbol. Los jugadores percibían un salario normal y solían volver a su trabajo habitual cuando terminaban su etapa deportiva.
Eran ‘estrellas’ y muy admirados. Pero no se enriquecían ni vivían como reyes a costa de explotar las necesidades e ilusiones de las mayorías sociales. Lo han convertido en otra cosa. Como bien decía José Luis Sampedro, «el dinero es el dios de una civilización que convierte todo en mercancías». También el fútbol.
Seamos ateos en este aspecto materialista y denunciemos las manipulaciones de quienes trafican y se enriquecen a costa del deporte y de sus seguidores.