Capítulo cerrado
La ciudadanía catalana habló alto y claro el pasado domingo. La victoria incontestable de Salvador Illa, así como la pérdida de la mayoría social y parlamentaria del bloque independentista, representan el responso final para un procés que agonizaba desde hacía años. La decepción de unos, la oposición de otros, y el cansancio de todos ellos han terminado finiquitando un período que ha dejado el país exhausto en muchos y diferentes aspectos.
Tras conocerse los resultados, Laia Estrada se quejaba amargamente de que el próximo Parlament iba a ser, efectivamente, más unionista y conservador que nunca. Sin embargo, lo decía como si se tratara de un fenómeno meteorológico, cuando en realidad este volantazo se debe simplemente a la voluntad de la ciudadanía. Por algo será. De hecho, si yo fuera dirigente de la CUP, me miraría en el espejo a la hora de identificar los factores que han convertido esta última década en un período irrespirable para la mayoría de catalanes.
El domingo era día de calculadoras. Y el escrutinio final parecía ofrecer sólo dos opciones: pacto de izquierdas o repetición electoral. Carles Puigdemont planteó crípticamente desde Argelès-sur-Mer que no renunciaba a la presidencia, sin explicitar que la minoría independentista requeriría la abstención del PSC. Todos entendimos que su plan era presionar a Sánchez para que la Moncloa obligase a Salvador Illa a renunciar. Se admiten apuestas, pero estoy convencido de que no será así, entre otras cosas porque esta rendición supondría un suicidio para el PSC. Sus electores jamás perdonarían semejante timo.
Tampoco debe minusvalorarse la capacidad de presión en sentido inverso. Recordemos que la ley de amnistía aún no ha sido aprobada. Los plazos de tramitación pueden superponerse a la negociación para la conformación del Govern, y Sánchez es un estratega nato. No sé si los dirigentes de Junts y ERC están ahora mismo en condiciones de romper la baraja.
En cualquier caso, el apoyo de los Comuns al candidato socialista no parece complejo. La duda es ERC, abocada a un debate previsiblemente caliente entre los sectores pactista y maximalista del partido, que posiblemente se resuelva con un acuerdo interno de compromiso, en forma de pacto de investidura o de legislatura, no de gobierno. Ciertamente, ERC debería sentir pavor ante una eventual repetición electoral, que podría convertirse en una segunda vuelta entre Illa y Puigdemont, donde los republicanos probablemente sufrirían una derrota de escándalo. Casi de refundación.