Borrachera electoral
Este domingo fui a votar. Y, la verdad, no tenía muy claro qué votar. O si votar. Mis opciones iban del voto en blanco a votar a este partido, quizá a ese, tal vez a aquel.
El caso es que me dirigí al colegio electoral y, como acostumbro a votar por la tarde y hacía un fuerte calor, opté por detenerme en uno de los muchos bares que hay entre mi domicilio y las urnas.
Me senté junto a la barra, pensé que un café frío no me vendría mal y cometí el error de alzar la mirada para ver una televisión encendida con un líder político dando sus opiniones sobre lo divino y lo humano. Maestro, ese café me lo vuelve un carajillo. ¿Y eso? Me dijo el maestro. Le señalé la pantalla. Y él entendió.
Me tomé el carajillo. El dueño del bar, limpiando la barra con un trapo que nunca había estado limpio, murmuró panda de indocumentados mirando de refilón las imágenes que vomitaba la televisión. Asentí y le señalé el vaso. ¿Otro? Me preguntó. Trato de decidir el voto, respondí. Asintió comprensivo. Me puso otro. Pagué y me dirigí con paso algo dubitativo al colegio electoral.
A unos pocos metros me encontré con un matrimonio amigo, los conozco del gimnasio, que me pararon sonrientes. ¿Vas a votar? Dije que sí con un gesto no muy convencido. Nosotros ya lo hemos hecho. ¿No te parece maravilloso poder cumplir con la democracia? No supe que responder. Suspiré al verlos marcharse orgullosos. Miré a mi derecha. Otro bar. Entré.
Un chupito. ¿De qué? Dijo la muchacha lavando un vaso sin mirarme. No sé, de libertad. Se giró y me contempló en silencio. De coñac ya me irá bien. Marchando, fue su respuesta sin dejar de mirarme seria. Aquí tiene. Gracias. Me lo tomé de un trago. Descansé la mirada a mi izquierda.
El diario del día estaba doblado junto a mí. Sin tocarlo, leí en la portada las declaraciones de un líder de opinión que valoraba la hemorragia de mentiras padecida durante la campaña electoral, las medias verdades, los libelos descarados. Perdona, le dije a la encargada del bar. ¿Sí? Ponme otro chupito. No me queda coñac, ¿te sirve de ron? Me sirve cualquier cosa.
Salí del segundo bar incierto sobre la coordinación entre gravedad y rotación de la Tierra. Llegué junto a un grupo de muchachos que, sentados en un banco de la calle, se arremolinaban alrededor de uno que sostenía su móvil mientras todos veían un vídeo. ¿Qué veis? Le pregunté a uno. Es un recopilatorio de zascas del candidato de estos al candidato de aquellos, me respondió alegre.
El video mostraba una declaración corta de un político e inmediatamente un tipo que, como si fuera un comentarista de fútbol sentado entre ordenadores, le sustituía en pantalla gritando, tocando sirenas y dando vueltas como una peonza en su silla de gamer. Así, una y otra vez entre destellos y lucecitas. Acabé aturdido. Necesité sentarme. Vi un bar al otro lado de la calle.
¿Qué pongo? Me preguntó una mujer china sonriente y servicial. ¿Tienen algún licor chino bien fuerte? Esto es bar de tapas, sólo tapas españolas, sólo licores españoles. Me respondió con tono de indignación. Lamento mis prejuicios, traté de esbozar con mirada perdida. Póngame un pacharán. ¿Con hielo? Bueno, estamos en verano. Pero, si es con hielo, cárguelo un poquito.
Detrás de mí una mesa llena de parroquianos hervía en bullanguera tertulia. Me acerqué copa en mano a escucharlos. Esos son unos fachas, gritó uno. Tú sí que eres facha, le respondió otro dándole una sonora palmada en la espalda. Al menos no soy indepe como tú, concluyó entre carcajadas el primero. Yo no soy indepe, protestó el otro.
Los dos sois indepes, lo que pasa es que uno además es facha y el otro rojo, remató un tercero. Reían ruidosos. Se fijaron en mí de pie a su lado. ¿Y usted? Me preguntó uno. Puse cara de circunstancias, chasqueé la lengua en clara muestra de no saber qué hacer ni con mi voto, ni con mi vida.
Usted vaya, coja la primera papeleta que vea y salga corriendo, total, no va a servir de nada. Todos los reunidos rieron en beoda reflexión constitucional y me ofrecieron otra copa nada más terminé la mía.
Dando tumbos llegué al colegio electoral. Una señora mayor buscaba su papeleta entre las dispuestas en una mesa. Me puse a su lado. Me miró de arriba a abajo. ¿Está usted bien? Preguntó ante el marcado pendular de mi cuerpo. Sí, sólo que no sé qué votar, ¿usted lo tiene claro? Yo siempre voto a los mismos, me dijo. ¿Y eso? Le pregunté. ¿Para qué cambiar? Desde tiempos del Caudillo siempre he votado a los mismos.
La señora se fue satisfecha con su papeleta en la mano. Yo las miré todas. Pensé mi voto. Lo pensé, pensé y pensé. Noté un cierto mareo. Y lo siguiente que recuerdo es un muchacho de la Cruz Roja dándome palmaditas en las mejillas. Los resultados electorales atronando en una televisión lejana.