Perlas jurídicas
'¿Tiene usted asegurado el daño en alguna compañía?', se le preguntó a una agredida
No sé si existe, si no, se podría crear, un espacio en la red donde colgar esas perlas jurídicas que, en forma de frases chocantes o anécdotas llamativas, viajan por el universo judicial. Incluso tengo el nombre que se le podría dar: El rincón de la toga.
Perlas como la respuesta que en un juicio por lesiones dio una gitana, muy seria ella, cuando el fiscal le preguntó si le habían dado un navajazo en la reyerta: «en la reyerta no, señor fiscal, entre la reyerta y el ombligo».
Otras veces la hilaridad viene de frases ambivalentes o equívocas que en no pocas ocasiones hemos leído al final de un acta judicial: «y firma el juez con las partes». Lo cual tiene un doble significado: o su señoría firma con los comparecientes, o él solo, pero no con la pluma. O del error mecanográfico que en más de un escrito de personación he visto, donde el procurador que comparece pide que «se enciendan conmigo las sucesivas diligencias», algo que puede entenderse como que se le pegue fuego junto con el expediente judicial, pero también la sustitución, por error, de una «t» por una «c», de modo que en lugar de «se entiendan» se lee «se enciendan».
En su obra De juzgado de guardia, el periodista Javier Ronda relata algunas anécdotas judiciales muy jugosas. Por ejemplo, la de aquél juez muy religioso él, que regañó a un testigo por responder al fiscal «yo vi como el acusado le pegó un par de hostias a ese hombre». Y al pedirle el juez que sustituyera las palabrotas por metáforas, el testigo añadió: «Sí, señoría, le dio dos buenas metáforas al otro».
La Guardia Civil es fuente inagotable de anécdotas, a veces surrealistas. Como la pregunta que el instructor de un atestado –un guardia civil de Salou novato– hizo a una mujer que había sido agredida por su marido: «¿tiene Vd. asegurado el daño en alguna compañía de seguros?». O el relato de lo sucedido en una comunión en Santander, donde un invitado había dado un puñetazo a un camarero que se demoraba en servirle y la Benemérita tuvo que poner orden ante la situación violenta que se produjo. Al redactar el atestado, decía: «En la localidad de Santander, siendo las 20 horas, tuvo lugar una gran pelea, sobre todo en las inmediaciones de la pista, cuando las parejas estaban bailando, todas las parejas menos la que suscribe este atentado».
Dice la historia que una coma cambiada de sitio salvó a un condenado a muerte. Fue en la Rusia zarista de finales del siglo XIX, donde un tribunal condenó a muerte a un ciudadano. Antes de ejecutar la pena el tribunal, como era preceptivo, lo comunicó al zar, que tenía el derecho de gracia. «Ejecución imposible perdonar», contestó lacónicamente el alto mandatario. ¿Qué había querido decir? El fiscal pidió la ejecución porque, según él, el zar queria decir: «Ejecución, imposible perdonar». El abogado defensor, en cambio, pidió el indulto alegando que había querido decir «ejecución imposible, perdonar». El ciudadano fue indultado por aplicación del principio in dubio pro reo (en caso de duda a favor del reo). Y la anécdota quedó como ejemplo de que el simple cambio de una coma daba lugar a una interpretación opuesta.
Los abogados cubrimos una parcela no pequeña del anecdotario judicial. Recuerdo, hace ya muchos años, que un señor se presentó en mi despacho rogándome que escribiera una carta a una importante empresa de nuestra provincia pidiéndole una cantidad de dinero o le decía a Interviu que bajo los cimientos de su edificio habían quedado unas cajas de dinamita, olvidadas por los operarios una tarde que comenzó a llover súbitamente. Le respondí que no pensaba secundar su idea ni servirle de instrumento para ponerla en práctica. Y que si era verdad lo que decía, que lo comunicara a la empresa sin más y, si era mentira, que se callara para siempre.
El abogado es capaz de hacer la pregunta más absurda, o de la sagacidad más audaz.
Ejemplo de lo primero lo tenemos en una recopilación de la revista del Colegio de Abogados de Madrid con preguntas reales hechas en juicio por abogados. ¿Estaba usted presente cuando le tomaron la foto? ¿Fue usted o su hermano menor, quien murió en la guerra? ¿A qué distancia estaban ambos vehículos en el momento de la colisión? ¿Estuvo allí usted hasta que se marchó? Su hijo más joven, de veinte años, ¿qué edad tiene?
La genialidad más ocurrente que conocí fue la que utilizó en los años ochenta Jesús Sancho Tello, un veterano y excelente penalista de Valencia, cuando le pidió por escrito al juez de Alcira, José Mengual, que cambiara “por huebos” una resolución. El juez, ofendido, procesó al letrado por desacato, y el fiscal llegó a pedirle siete meses de prisión y multa. En su defensa el experto abogado alegó que la expresión “por huebos”, con “b”, significa “por necesidad”, una terminología antigua pero en vigor, según la RAE. Añadió que ni se había confundido ni había cometido una falta de ortografía, pues “huebos” con “b” no se refiere a lo que todos están pensando, sino que viene del latín “opus”, que significa “es necesario” o “hay necesidad”, y así lo recoge el Diccionario RAE que aconseja se escriba sin “h”, es decir, uebos. Si el juez no sabe gramática, allá él, concluyó el genial letrado, que fue condenado en primera instancia, pero absuelto en apelación.
Claro que para echar un pulso así al juez hay que ser muy culto y tener muchas tablas, cualidades ambas que reunía Sancho Tello.
Así que, ya sabéis, compañeros abogados, si utilizáis la expresión “por uebos”, no estáis hablando vulgarmente, sino todo lo contrario, de forma muy culta. Pero, ¿quién le pone el cascabel al juez?
Feliz verano para las mujeres y hombres de buena voluntad.