Melilla, el genocidio invisible a las puertas de Europa
El 24 de junio, en el enclave de Melilla, miles de migrantes, en su mayoría sudaneses, intentaron forzar las vallas de la frontera. Las fuerzas de seguridad marroquíes reaccionaron con gases lacrimógenos, balas de goma y porrazos. Al menos, según las organizaciones de derechos humanos, la tragedia se eleva a 58 víctimas, entre muertos y desaparecidos. Marruecos solo ha reconocido a 23 fallecidos.
Hemos escuchado unas declaraciones del presidente del Gobierno más progresista de la historia de España hablando de presión migratoria, del Sahel y del África subsahariana, como si fueran lo mismo. Vergüenza torera le tendría que dar a Pedro Sánchez creer que el Sahel y la mal llamada África subsahariana son la misma cosa. Sánchez ha hablado de integridad territorial y ha defendido la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad marroquíes y un acuerdo de migración entre los dos países, que es causa de muerte para muchas personas africanas.
Como siempre y una vez más, hemos escuchado hablar de asalto violento, bien organizado y perpetrado, una expresión que redunda en la criminalización de las personas africanas, con un objetivo estudiado y claro: justificar el uso de la violencia y la fuerza desmedida contra ellas. Desde la criminalización, se habla de los niveles de violencia empleados por los migrantes, como si la violencia ejercida por ambas partes fuese equiparable. Quitarles la etiqueta de migrantes y hablar de personas sería humanizarles y eso no interesa a los gobiernos ni a los medios de comunicación. Lo que interesa es seguir relacionando a las personas migrantes africanas con la criminalidad, las avalanchas y la amenaza a la integridad. Anclarlas a la categoría de migrantes perpetúa la deshumanización y ésta garantiza la indiferencia.
Este es el mecanismo utilizado para que, cuando veamos las imágenes de todas esas personas agonizando mientras la policía sigue maltratando sus cuerpos, no haya alarma ni indignación. Que nadie sienta la rabia quemándole por dentro, ante tanta violencia. De hecho, la audiencia ya está insensibilizada. Se ha promovido tanto la pornografía de la muerte de los cuerpos negros que, a fuerza de verlos sin vida, poca gente reacciona. Así nadie sale a la calle a pedir explicaciones de por qué se violan, sistemáticamente, los derechos humanos de estas personas.
El trabajo colectivo de deshumanización está bien logrado. No son personas, son migrantes y vienen desde África a invadir, a amenazar los valores de esta Europa, fortaleza que se construyó y progresó robando y expoliando sus tierras y esclavizando a sus habitantes. Son delincuentes, son bestias salvajes; la propaganda ya se ha encargado de retratarlas así, despersonalizándolas para justificar el trato violento y deshumanizado que se ejerce sobre ellas.
Son otra categoría de personas. No son rubias con los ojos azules, ni católicas ni europeas. Por eso no merecen la movilización social ni la acogida inmediata. Por eso merecen la muerte y el trato vejatorio. Por eso no merecen vías seguras para migrar y llegar a Europa. Por eso no merecen medidas instantáneas para la regularización de su situación. Por eso merecen el genocidio invisible y la muerte.
El mecanismo criminalizador que utiliza el gobierno de Pedro Sánchez para justificar las políticas migratorias de muerte funciona a la perfección. Las imágenes mostrando a la policía marroquí amontonando cuerpos negros y dejándolos agonizar hasta la muerte, ignorando el deber de socorro, han pasado inadvertidas para la mayoría del público español, que volvía su cabeza hacia Estados Unidos para mostrar su indignación por la derogación del derecho al aborto. Ahí sí se han volcado las condolencias y las muestras de apoyo.