La vara del senyor alcalde
La vara de mando no es de propiedad particular del alcalde, sino que se guarda en el ayuntamiento
Hasta muy entrado el siglo XIX, algunas autoridades civiles y militares ostentaban la llamada ‘vara de mando’ o ‘bastón de mando’: se trataba de un palo o rama delgada y alargada, que simbolizaba la autoridad y poder coercitivo de que disponían esas personas. Habitualmente, esa vara o palo, generalmente con alguna decoración, se convertiría en un símbolo de autoridad de alcaldes y otros cargos civiles o militares. No cabe duda que, en sus orígenes, esa vara o bastón de mando se utilizaba no solamente como símbolo, sino que se aplicaba como instrumento de castigo físico sobre las personas sometidas a la autoridad. En definitiva, era el símbolo de una determinada jurisdicción (poder juzgar y castigar): si se infringía alguna norma, la autoridad debía utilizar la vara de mando para restablecer el orden alterado. En la obra de Pedro Calderón de la Barca, El alcalde de Zalamea, el protagonista utiliza su autoridad para ejercer la jurisdicción sobre un militar que había ultrajado a su hija. Y se le representa con la vara en alto, incluso ante la presencia del rey Felipe II, que finalmente ratifica la decisión tomada por el alcalde.
Por supuesto, en la actualidad las cosas han cambiado, y nadie puede ejercer la violencia sobre otra persona, por mucha autoridad que tenga reconocida. Un ejemplo: en el recientemente aprobado Código Penal Militar (Ley Orgánica 14/2015, de 14 de octubre) se establece en su art. 46 que «El superior que maltratare de obra a un subordinado será castigado con la pena de seis meses a cinco años de prisión, sin perjuicio de la pena que corresponda por los resultados lesivos producidos conforme al Código Penal»
En nuestros días, la vara o bastón de mando se sigue utilizando para escenificar y representar visualmente la autoridad conferida a una persona. Además de los jefes militares, ostentan vara de mando los rectores de Universidad, los alcaldes y presidentes de diputaciones provinciales que utilizan protocolariamente este símbolo en las tomas de posesión del cargo y en actos solemnes y destacados relativos a su autoridad. Nadie renuncia a esa fotografía levantando la vara después de haber tomado posesión del cargo; incluso los alcaldes más antisistema o antiprotocolarios la han asumido con gusto y ganas…
Sin embargo, sería muy extraño encontrarnos, por ejemplo, con un alcalde o alcaldesa paseando por la calle, en una recepción, en una visita de obras, en el cine, o en una reunión de trabajo, empuñando o enarbolando la vara de mando. Sin duda alguna, además de la mala imagen que ello supondría para el propio alcalde, nos asaltarían de inmediato unas dudas: ¿Por qué lleva la vara? ¿Es que quiere ejercer su autoridad de forma ostensible? ¿No se trataba de un símbolo circunscrito a la toma de posesión protocolaria? ¿A quién quiere impresionar y por qué? Más extraño sería aún si alzara la vara de mando más allá de su municipio, en un lugar donde no tiene ninguna atribución ni competencia, o en un acto o circunstancia que no se relacionase en absoluto con su autoridad o competencia municipal.
Deberíamos concluir que, en este caso, el alcalde estaría frivolizando con su autoridad y con el símbolo que lo personifica, utilizándolo de forma improcedente e inadecuada. Pero, realmente, cuesta mucho creer que algún alcalde incurriera en un desliz de este tipo… Al fin y al cabo, la vara de mando no es de propiedad particular del alcalde, sino que se conserva y guarda en el ayuntamiento como símbolo institucional de la ciudadanía a la que representa.