La Rambla cutre
Esta semana han cerrado la Tagliatella y el Viena de la Rambla Nova de Tarragona. Dos más a añadir a la larga lista de establecimientos históricos que han bajado su persiana en el eje principal de la ciudad. A la mente me vienen los casos del mítico Lemans, de la Casa Cuadras, de la Llibreria la Rambla y varias franquicias como Zara, Oisho, Bershka, Pull&Bear y Massimo Dutti, que ya hace tiempo decidieron abandonar el centro.
El declive de la Rambla Nova como arteria comercial de Tarragona es evidente. Es algo que se ve venir desde hace años. A pesar de ello, nadie ha intervenido con criterio para revertir la situación. Todo lo contrario. Bajo mi humilde opinión, la Rambla cada año está más gris, más dejada, más vacía, más sucia y con un aspecto cada vez más decadente, no ya solamente a ojos de los visitantes de Tarragona, sino también de los vecinos que la transitamos a diario.
Lo del asfalto en la coca central es algo entre triste y acojonante. Es el ejemplo máximo de dejadez y abandono absoluto al que hemos sometido a la Rambla Nova durante los últimos lustros. Lo que en 2007 debía ser una solución provisional mientras finalizaban las obras de la Plaça Corsini, se ha convertido en la cutrez que pisamos cada día impasibles. Me resulta increíble que entre todos hayamos aceptado que esta debe ser la imagen que proyecte durante más de 15 años una de nuestras joyas de la corona. Patético es poco.
Y lo mismo ocurre con el mobiliario urbano. El aspecto de bancos, bordillos, papeleras, vallas publicitarias, fachadas y otros elementos que conforman el paisaje es sin duda mejorable. De hecho, les invito a que intenten encontrar un sitio donde sentarse sin riesgo de quedar pringados con cacas de paloma u otras sustancias (líquidas y sólidas) derivadas del incivismo ciudadano, contra el cual Tarragona parece haber perdido la lucha hace tiempo. Lamentablemente, la dejadez ha llamado a la dejadez y, por muchos equipos de limpieza que trabajen a diario en la zona, la gente ha ido perdiendo la estima por los espacios públicos de su ciudad, incluso por la Rambla Nova.
Me solidarizo aquí con los barrenderos públicos, a los que veo cada día pasar la escoba y las máquinas por la zona, a pesar de que saben que a la mañana siguiente todo volverá a estar hecho un asco por culpa de una sociedad cada vez más irrespetuosa con el bien común. También es de recibo tener buenas palabras para los responsables de la jardinería, que cada temporada resiembran con diligencia el césped y cambian plantas y flores de los laterales de la Rambla, aun a sabiendas de que algunos cafres los usarán impunemente como pipicán de sus mascotas.
Otro punto de mejora es su iluminación nocturna. En otoño, y más ahora que pasamos a horario de invierno, pasear por la coca central al atardecer no es agradable. La visibilidad es escasísima, hasta el punto de que es prácticamente imposible distinguir caras entre las pocas personas que te vas cruzando por el camino. Por todos es sabido que una calle bien iluminada aporta una mayor sensación de seguridad a los peatones y, por ende, más vida al llegar la noche. Todo lo contrario de lo que ocurre actualmente, con la única excepción de la campaña navideña, cuando las luces decorativas compensan este déficit. Durante el resto del año, hay que conformarse con la iluminación procedente de los escaparates y de las terrazas que aún sobreviven a la desertización de la Rambla Nova.
Eso sí, el párquing y los alquileres de los locales los tenemos a precios de Passeig de Gràcia. Propietarios que piden 12.000 euros mensuales por un local que, a día de hoy, no es ninguna garantía de buena marcha para un negocio. Prefieren mantenerlos vacíos, con las persianas bajadas y llenas de grafitis de mal gusto, a bajar precios y contribuir al dinamismo de su ciudad. Mala política –la del párquing y la de los alquileres–, si es que queremos algún día recuperar la gloria de antaño.
Así es hoy en día nuestra Rambla Nova, una avenida por la que muchas ciudades matarían, con su espléndido Balcó del Mediterrani, pero que nosotros estamos dejando languidecer porque carecemos de un mínimo sentido de la estética y de ciudad. En definitiva, por ser unos cutres.
Y con todo este panorama, aún nos llevamos las manos a la cabeza cuando cierra otro negocio. Nosotros, que somos los primeros que preferimos ir a pasar las tardes a Les Gavarres o al Parc Central, porque la Rambla Nova está ya más tiesa que el pobre Avi Virgili, quien sentado en su banco observa atónito el declive de la calle más importante de la ciudad.
Me siento a su lado y le escucho. «Si la Rambla Nova está así, no quiero ni pensar en cómo debéis tener el resto de la ciudad», me dice.