Todo por una mentira

La oleada de violencia que se ha propagado por el Reino Unido ejemplifica el poder de la desinformación al servicio de la ultraderecha para desestabilizar un país

El Reino Unido se ha despertado herido después de un fin de semana fatídico. La violencia se extendió por varias ciudades, entre ellas Liverpool, Bristol, Leeds, Manchester y Londres. Los grupos de extrema derecha e identitarios ingleses han saqueado decenas de tiendas. Los enfrentamientos con las autoridades ya han dejado más de 50 policías heridos, 400 detenidos y sumando, ya que los altercados se siguen multiplicando. Mientras escribo esta contraportada (lunes 5 de agosto a las 11 de la noche), unos 150 policías se enfrentan a grupos violentos en Plymouth.

Todo, por una mentira.

El 29 de julio, en Southport, un chico de 17 años irrumpió en una clase de baile y mató con un cuchillo a tres niñas e hirió a otros ocho niños, cinco de ellos de gravedad. Una masacre que debería haber unido a todo el país. Sin embargo, grupos de extrema derecha empezaron a difundir en redes sociales la supuesta identidad del asesino antes de que la policía hiciera oficial la identidad del detenido. Según la información distribuida en Twitter, se trataba de un refugiado musulmán que había llegado al Reino Unido en patera. Los líderes de estos grupos, junto a otros personajes influyentes ultranacionalistas, tardaron poco en encender la mecha con consignas que apelaban a ‘recuperar nuestro país’ y a ‘echarlos de aquí’.

En realidad, el detenido y acusado de un triple homicidio es un chico nacido en Cardiff. La desinformación, es decir, la información manipulada interesada, ha provocado la peor oleada de violencia en el Reino Unido de los últimos 13 años.

Así operan estos grupos, que han conseguido dominar el medio de la redes sociales como muy pocos. Desde hace años, los ideólogos y otros personajes influyentes de la ultraderecha han convertido sus canales y cuentas en X, Instagram, Facebook o Telegram en verdaderos púlpitos desde los que grajean consignas que apelan al odio, sabedores que los algoritmos de las redes benefician este tipo de contenido por la cantidad de clics que acumulan.

Esto no sólo sucede en el Reino Unido. Adina Marincea es una periodista de Rumanía que, cada vez que publica una investigación sobre la ultraderecha, tiene que irse de su casa dos días antes de que salga el artículo por miedo a las represalias y no regresa hasta al cabo de una semana. Adina se ha especializado en cubrir el pujante movimiento identitario de su país que pretende reescribir la historia de sus propios crímenes durante la Segunda Guerra Mundial.

En una de sus últimas investigaciones para Libertatea, el pasado abril, la periodista expuso una red de organizaciones, páginas webs y canales en redes sociales de carácter supremacista que ensalzan la grandeza de la identidad rumana y en la que se distribuyen informaciones con un discurso marcadamente antisemita.

Las pintadas en la calle contra Adina no tardaron en aparecer, tachándola de líder comunista y antipatriota. Además, varios mensajes en redes sociales la acusaban de difundir noticias falsas.

Se trata de discursos que buscan desacreditar el trabajo del periodista o medio de comunicación alegando que responde a intereses extranjeros o, lo que es peor, atenta contra los intereses del propio país. Este tipo de narrativa es especialmente peligrosa en según qué contextos porque etiqueta al periodista, verificador o medio de comunicación como el ‘enemigo’ a ojos de una parte de la población. Esta ‘demonización’ del periodista como ‘enemigo’ legitima cualquier ataque contra ellos.

Si bien los discursos en el Reino Unido y Rumanía son formalmente diferentes, unos son islamófobos y los otros anticomunista, ambos comparten el mismo axioma: El ‘otro’ es el culpable y una distorsionada concepción de la palabra ‘patria’, al parecer ‘en peligro’ o ‘vilipendiada’, justifica cualquier acto de violencia contra el ‘otro’, ahora convertido en ‘enemigo’.

Los líderes de los movimientos de ultraderecha del Reino Unido o Rumanía lo saben, y aún así apelan en sus discursos al odio. No hay artículo ni verificador ni académico que pueda cambiar el discurso de estos oportunistas, propagandistas o populistas. Sin embargo, depende de nosotros minimizar el alcance de su discurso al no compartir los mensajes de odio que nos llegan por X, TikTok o grupos de Whatsapp. Es más fácil que cicatrice una herida que nunca se ha producido.

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