Mis alumnos tendrán 100 años en el 2100

Nuestros hijos (y estudiantes) vivirán de media más de un siglo. Es decir, que los profesores de hoy tienen que aprender más y más rápido que los alumnos.

Voy a comenzar como cada curso el mío en la URV. No afirmaré que soy profesor de Periodismo, porque en realidad son mis alumnos los que me enseñan. Y no es un topicazo: es literal, porque ¿cómo quieren que aprendan ellos algo de mí si llegarán a los 100 años en el 2100? Soy yo el que voy de cráneo intentado saber cómo se comunican; qué leen; dónde se informan y opinan...

O donde se conocen y ligan. El bar de la facultad de la UAB donde estudié fue como las discos de comarques entonces: el lugar donde se hacían y deshacían todas las parejas.

Todo era presencial –el cien por cien– empezando por conocer a la que sería madre de tus hijos; hoy los estudiantes reparten, yo diría que al 60-40 por ciento la vida digital y la real (y soy optimista al dejar el 40 para la realidad). Así que no es extraño que haga furor como lugar de citas la sección de frutería del Mercadona siguiendo directrices de alguna app emparejadora.

Sirva de apunte para los doctorandos que, en los 90, era a la sección de discos del Corte Inglés donde se iba a buscar ligue, empezando por comentar lo último de los Bee Gees. Como ya no hay música que no esté en el móvil y las discos languidecen, no me extraña que hoy se exhiba una piña para indicar que se busca compañía.

De modo que les preguntaré a mis estudiantes de Cuarto de Periodismo dónde convierten las horas de pantalleo en conversación con personas y me olvidaré de las veces que los he visto en el bar en una mesa mirando el móvil en silencio sin hablarse en lugar de estar riéndose de los profesores cara a cara, que es mucho más sano y divertido.

La reputada pedagoga inglesa, Louise Stoll, que trabaja ahora con la Generalitat en mejorar nuestra educación para que no quedemos tan mal en las pruebas PISA, observaba el otro día, al oír como me quejaba del exceso de reformas de leyes educativas que hemos sufrido, que es imposible dejarlas sin reformar cuando nuestros hijos vivirán de media más de un siglo. En resumen, venía a decir que los profesores hoy tienen que aprender más y más rápido que los alumnos.

A su vez, el no menos reputado demógrafo de Oxford, George Leeson, apuntaba que vivimos el doble, pero seguimos jubilándonos a los 60. Y eso no hay estado del bienestar que lo aguante. De acuerdo, ya nos lo temíamos. Pero lo realmente insostenible, añadía, es tratar de averiguar quién nos soportará en su casa si superamos los 80.

¿Hay alguien tan ingenuo para pensar que sus hijos a los 40 y 50 le querrán en el sofá día y noche a su lado? ¿Quién puede permitirse un piso de más de 90 metros cuadrados? ¿Volveremos al pueblo y a las masías? Ojalá, pero tampoco serán tan baratas como hoy.

El demógrafo proponía que repensáramos la familia para que nos montemos otra en nuestra cuarta edad. Tal vez con otros octogenarios que hayan llegado hechos unos pimpollos a serlo.

Habrá que trabajar más años y no depender así de las ganas de vernos de estudiantes, hijos y hasta nietos que preferirán enchufarse a cualquier pantalla. Por si acaso, ya le he pedido a mi director Antoni Coll, que no hace tanto que acabó la carrera, que venga a echarme una mano con los nuevos casi graduados de Periodismo de la URV. Os espero en clase, amigos.

Lluís Amiguet es autor y cocreador de ‘La Contra’ de ‘La Vanguardia’ desde que se creó en enero de 1998. Comenzó a ejercer como periodista en el ‘Diari’ y en Ser Tarragona. Su último libro es ‘Homo rebellis: Claves de la ciencia para la aventura de la vida’.

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