Leer la vida
Si quiere estar seguro de que no va a perder ni el tiempo ni el dinero al comprar un libro, no se quede con la última novedad del listillo demasiado vivo, sino que conecte con los muertos
Leer la vida es evitar el ahora; y muy especialmente cuando eliges un libro. Por eso, al escoger lectura es mejor prescindir de las listas de best-sellers; evitar el famoseo del momento y buscar los autores que han dejado ya el eco de sus días en los nuestros.
Pero a los periodistas nos gusta publicar listas de los mejores libros para leer en verano porque ya nos va bien un barniz de prestigio cultural; y a los editores y autores toda publicidad les parece poca; y los lectores, en fin, creen que arriesgan menos si compran un libro que ya es un éxito.
Pero no les puedo engañar: ni siquiera como autor: si quiere estar seguro de que no va a perder ni el tiempo ni el dinero al comprar un libro, no se quede con la última novedad del listillo demasiado vivo, sino que conecte con los muertos.
Lea lo que autores que ya no cobrarán los derechos de sus obras le dirán desde el más allá, ¡Qué formidable milagro conectar con quien ya no nos puede oír -o tal vez sí- pero seguro que nos habla desde las líneas que escribió en vida y además nos dice algo diferente a cada uno en cada momento en el goce de la infinita diversidad de lo humano!
Es la eternidad: la única al alcance también de los ateos. Porque cuando les leemos, reviven sus vidas en las nuestras. Ahora mismo recuerdo, como en un flashazo, las páginas de Night Train (Tren nocturno) de Martin Amis o El lamento de Port Noy de Philip Roth o las correrías del conejo de Updike; la proximidad de Zweig al contarnos cualquier cosa lejana en el espacio y el tiempo...Y lo divertido que es el Quijote.
Todos han muerto ya, pero siguen ocupando los estantes de la librería y diciéndonos cada vez que los recordamos alguna cosa que vale la pena escuchar. Son narrativa, sí, pero nada de cuentos, o bueno, son como los de Cortázar, deslumbrantes en la vuelta al día en ochenta mundos que aún sigue dando. En papel, sí, me temo; porque leer en papel es sumergirte en otros mundos y leer en digital solo permite surfearlos.
No es fácil acertar cuando buscas esos libros geniales, pero nuevos. Se calcula que desde la invención de la imprenta se han publicado unos 120 millones de títulos así tenemos muy pocas posibilidades de que uno precisamente impreso en el 2024 sea mejor que todos ellos. Y nuestra vida y nuestra cartera son limitados. Por lo que tal vez es menos arriesgado leer los avalados por nuestros padres y abuelos como clásicos que esperar a que los que se publiquen ahora se ganen esa garantía.
Otro consejo para los lectores veraniegos es que lean de un tirón. Si alargas un libro más de una semana es que no lo vas a acabar nunca. Se lo dice quien los tiene amontonados sin finalizar y los regala a los repartidores del supermercado cuando le traen los pedidos. Tal vez ellos les encuentren el sentido que yo no supe darles.
Eviten, en fin, los títulos demasiado ambiciosos, porque el peor modo de entender Europa sería comprarse un libro que se titulará así: Europa. El sentido de una idea suele encontrarse en sus rincones, igual que el de nuestro continente, o el de Catalunya misma estos días, está en La Cartuja de Parma cuando Fabrizio del Dongo, hecho un lío tras buscar la batalla de Waterloo dando vueltas sin encontrarla, no deja de preguntarse si ha participado o no en una auténtica batalla.