Las propinas en la campaña electoral de EEUU
El programa. Los dos candidatos proponen eliminar los impuestos a las propinas. Con su decisión perpetúan salarios injustos y precariedad laboral
Una sorprendente promesa electoral une a Donald Trump y Kamala Harris en la campaña para las elecciones presidenciales de noviembre: eliminar los impuestos a las propinas. La medida es muy electoralista; populista, podríamos decir. Con ella, intentan cortejar el voto en Nevada, uno de los siete estados considerados pendulares y que son clave para llegar a la Casa Blanca.
Solo en Las Vegas, la industria hotelera y sus casinos emplea a 300.000 trabajadores, cuyos bajos salarios hacen de las propinas un complemento fundamental para ellos. Así, sin impuestos a las propinas, seducen a miles de potenciales votantes, reabriendo el debate sobre las propinas en Estados Unidos que, para muchos europeos que visitan el país, generan sorpresa cuando no indignación.
La sociedad norteamericana está acostumbrada a dejar generosas propinas, sobre todo en restaurantes. Es algo aceptado como una forma de expresar agradecimiento por el servicio recibido.
Recuerdo que esta fue una de las prácticas que más me sorprendieron cuando llegué a este país hace más de 17 años. Entonces, las propinas oscilaban entre el 15 y el 21 por ciento, y el cliente elegía cuando pagaba en el momento de pedir la cuenta.
Hoy el rango habitual va desde el 18 hasta el 22 por ciento, y en algunos casos incluye la opción del 25 por ciento. Y cada vez es menos opcional. En muchos restaurantes te avisan en las cartas o menús (claro, al final y con letra pequeña) que se incluirá la propina automáticamente en tu cuenta. En el restaurante en el que cené anoche fue del 22 por ciento. Ni te preguntan siquiera, ni te dan opción; bueno, opción a que dejes más sí, pero no menos.
Los que defienden las propinas –fundamentalmente quienes las reciben y los propietarios de restaurantes– dicen que son necesarias para que los negocios sobrevivan, y que sin propinas los precios en el sector se dispararían para los consumidores. Pero eso es un engaño porque los precios se acaban disparando igual ya que te imponen la propina cuando pagas, y no te das cuenta sino hasta que llega el momento de sacar la cartera.
Camareros y empresarios explican que las propinas son parte de los sueldos de los trabajadores, traspasando así al comensal no solo la responsabilidad del empresario de ofrecer sueldos dignos a sus empleados, sino una carga de culpa si no dejas esa propina. Siento que es una forma de coacción social vestida de falsa educación.
Fíjense que no hay propinas cuando los estadounidenses compran en un supermercado –donde hay cajeros o reponedores que te ofrecen un servicio–, cuando van al cine o al teatro a ver un musical –donde, si llegas tarde, los acomodadores te ayudan a encontrar tu asiento–, o cuando compran un billete de metro o toman un autobús urbano o van al médico a que les revise el dolor de una rodilla. ¿No están, todos ellos, ofreciendo al usuario, viajero o paciente un servicio que puede ser mejor, más amable, o peor, más antipático?
Creo que se está abusando de las propinas en Estados Unidos, y que ese abuso fomenta y perpetúa salarios injustos para los trabajadores, alimentado la precariedad laboral.
Entre los que están absolutamente en contra de las propinas hay quienes creen que dejar propina es propio de un pasado feudal y compasivo. Yo no lo creo. Yo sí estoy a favor de las propinas, pero sin imposición, con libertad y sin abuso.
Un modelo que me gusta es el que vi en Colombia la primera vez que fui: cuando pides la cuenta en un restaurante, siempre te preguntan si quieres incluir «el servicio» y ese servicio –es decir, la propina– siempre es el 10 por ciento. Primero te preguntan; y segundo, la cifra es razonable.
Donald Trump y Kamala Harris, más que promover medidas que perpetúan ese sistema, deberían prometer una ley de salario mínimo para terminar con la precariedad salarial, y beneficiar así no solo a los trabajadores de la hostelería y restauración sino a todos los trabajadores del país.
Gustau Alegret es periodista internacional y presentador de TV. Vive en Washington DC