La polémica. Macron da alas al autoritarismo chino

El presidente de Francia confunde a europeos y aliados al pedir no hacer «seguidismo» de Estados Unidos y reivindicar una «autonomía estratégica» para la Unión Europea.

La mirada

El presidente de Francia, Emmanuel Macron ha generado una polémica a los dos lados del Atlántico por unas recientes declaraciones en la que defendió que Europa se alejara, dijo, del «seguidismo» a Estados Unidos y China, particularmente en el conflicto con Taiwán, una isla que Pekín considera parte inalienable de su territorio.

Macron cree que la Unión Europea debe mantener una «autonomía estratégica» en el mundo desligada de Washington. Sus palabras pueden sonar bien –más para un europeo que ve con espíritu crítico a Estados Unidos– pero presentan, en un mal momento, un problema de principios.

Ninguna nación que se precie –y aquí podríamos incluir al proyecto de la Unión Europea– quiere ser vista o actuar con «seguidismo» de otro país. Quiere tener voz y criterio propio. Pero esa voz y ese criterio deben basarse en principios, no en buscar la diferencia por ser diferentes.

China acaba de realizar los enésimos ejercicios militares en torno a Taiwán, y no han sido unos ejercicios bélicos más. Por primera vez, la marina china simuló ataques de aviones que partieron de portaaviones alrededor de la isla. Pekín los describió como «una seria advertencia a la colusión de las fuerzas separatistas de Taiwán con fuerzas externas, y un paso necesario para defender la soberanía nacional y la integridad territorial».

A principios de la década de 1960, Taiwán entró en un período de rápido crecimiento económico e industrialización llamado el Milagro de Taiwán. En los 80 y principios de los 90, pasó de ser un estado de partido único bajo la ley marcial a una democracia multipartidista, con presidentes elegidos democráticamente desde 1996. A diferencia de la China continental que se mantuvo bajo el régimen comunista de partido único.

Hoy Taiwán es «una democracia, una economía de libre mercado, una economía súper sofisticada y uno de los lugares más importantes del mundo para la economía global», como la describió hace unos meses el periodista Dexter Filkins, de la revista ‘The New Yorker’, en una conversación con la radio pública NPR.

¿Cuál es entonces la postura de Macron sobre el tema de Taiwán? ¿No le importa que Pekín esté amagando con invadir la isla y terminar con esa democracia en la que hoy viven los 23 millones de taiwaneses? Porque si le importa, ¿qué está dispuesto a hacer? Y aquí, en caso de agresión, sólo hay dos posibilidades más allá de las palabras o comunicados de condenas: no hacer nada más o apoyar al agredido.

¿Cuáles son los valores que defiende Macron? ¿Los del autoritarismo chino o los de las libertades taiwanesas? ¿Qué hará Macron cuando, después de Taiwán, Pekín amenace a Corea del Sur o Japón en el Indo-Pacífico? ¿Y cómo responderá Macron a las consecuencias tecnológicas que supone que Pekín ocupe y controle una isla donde hoy se producen más del 60 por ciento de los semiconductores del mundo y cerca del 90 por ciento de los más sofisticados, según el ‘Financial Times’?

Uno puede patalear para pedir tener voz propia y no hacer seguidismo, pero al final hay que comprometerse. La voz propia ha de servir para defender principios y justificar decisiones estratégicas, coincidan o no con la de otros. Lo importante es tener esos principios claros y buscar los aliados que también los tengan para defenderlos. Eso es tener coherencia y tener estrategia.

Si lo que Macron quiso decir es que Europa debe reforzarse internamente, tener un proceso de decisión más rápido y fácil de gestionar, con un ejército propio con capacidad de acción y poder de disuasión frente a amenazas como la del nacionalismo expansionista ruso o chino, debería haber escogido mejor sus palabras y el momento en que las hubiera pronunciado (no en medio de unos amenazantes ejercicios militares que amagan con una invasión a la isla).

Con su reivindicación, Macron ha dado alas al autoritarismo comunista chino y ha generado dudas sobre dónde se ubica él respecto a los valores que defiende Estados Unidos.

¿Se ha preguntado el presidente de Francia si Washington, frente a la invasión rusa en Ucrania, hubiera respondido con un «no hacemos seguidismo de Europa» y «preferimos una autonomía estratégica»?

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