Agotamiento ante la hipérbole. Sirva este titular como ejemplo

La ‘trumpización’ de la política es efectiva para movilizar a los seguidores acérrimos de un partido pero aliena a cada vez más sectores de la población agotados por el ‘y tú más’

No sé si es por el calor extremo de las últimas semanas en Viena o la falta de sueño que va asociado al mismo, pero esta mirada la voy a escribir sobre el agotamiento. Concretamente sobre el agotamiento mental y emocional de parte de la población al ver que los líderes políticos se enfrascan en debates fútiles que aparentemente sólo sirven para movilizar a sus seguidores en vez de responder a las necesidades de la población.

Escribo ‘aparentemente’ porque no creo que todos los debates sean insustanciales ni todos los políticos iguales, sin embargo, es palpable la creciente distancia de una parte de la población con una manera de hacer política varada en la hipérbole.

Vayamos un momento a Estados Unidos. En un mitin reciente, Kamala Harris decía estar preparada para la contienda política contra Donald J. Trump. Apuntillaba su discurso con el eslogan «bring it on» (traducido al castellano sería algo así como «Venga, estoy preparada!»). Sin mediar un segundo, se escuchó al unísono el cántico «Bring-it-on! Bring-it-on!» de cientos de asistentes. El tono del cántico era calcado al del famoso «Lock-her-up» (encarcélala!) que Trump acuñó en las presidenciales de 2016 contra Hillary Clinton. No se me malinterprete: Las posturas que defienden Harris y Trump están en las antípodas (una defiende la democracia, el otro, no), sin embargo, los demócratas parecen haber adoptado el tono ‘trumpista’ de la campaña republicana.

Volvamos a Europa. Hace poco más de una semana, estaba sentado en una mesa en el ‘Bairro Alto’ de Lisboa con una veintena de periodistas de varios países de Europa y Estados Unidos especializados en desinformación. Ante mí, en la mesa, un Bacalhau à Lagareiro y, al lado, un periodista francés que había investigado las operaciones de manipulación de la información e injerencia extranjera (FIMI, por sus siglas en inglés) durante las elecciones europeas del pasado mes de junio.

Pasamos buena parte de la cena hablando sobre la eficacia de las operaciones rusas de manipulación y de cómo éstas utilizan los ecosistemas en los que conviven grupos asociados a ideologías extremistas y de la conspiración (entre ellos, X y Telegram) para hacer mella en la opinión pública. Buscábamos la raíz de la aparente polarización en Europa. Pintábamos un cuadro de una sociedad europea poco más que atrincherada ideológicamente en dos bandos irreconciliables. Si bien esto es cierto, sólo representa a una parte de la población, o quizá a toda la población pero sólo en un momento específico de máxima tensión social como pueden ser los períodos electorales.

En aquél momento, recordé una conversación que había mantenido con mi padre unos días antes a colación de la última Mirada que publiqué sobre el resultado de las elecciones en Francia y de cómo el país galo había evitado que la extrema derecha se aupara con el gobierno en un giro inesperado de los acontecimientos. Hablando con mi padre, me preguntaba cuántas veces seríamos capaces de recurrir a medidas extraordinarias, como la movilización de los suburbios de París, para detener el avance de los extremismos. Cuántas veces los políticos, no sólo en Francia, podrían seguir apelando al ‘que viene el lobo’ antes de que la llamada quede manida y el agotamiento de la población se convierta en indiferencia, primero, y en hastío, segundo.

El tedio de la población por la política empieza a ser también una realidad para algunos medios generalistas en Europa. Según directivos de algunos de los medios de comunicación de Hungría, Austria y Alemania, el tráfico que generan las noticias que hablan de corrupción política, de la precarización del sistema sanitario o de la educación ha descendido considerablemente entre los lectores que pagan una suscripción a sus medios. Un síntoma especialmente preocupante en contextos regresivos como el de Hungría, o en países como Austria o en zonas como el este de Alemania, con la extrema derecha postulándose como claros favoritos en las inminentes elecciones parlamentarias y regionales.

La más que comprensible indiferencia de parte de la población ante una política de gestos y aspavientos puede allanar el camino a los extremismos. Históricamente, nadie mejor que ellos han sacado el máximo provecho del agotamiento que genera el constante ruido del griterío vacuo.

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