La Machosfera y el fin de los Machos

En el 96 el Macho se tambaleaba, en 2015 está por los suelos. Están a la defensiva

Si usted, como yo, es hombre, blanco, sano y heterosexual, alégrese y admita los hechos: la vida es dura, pero la jugamos en modo fácil. Nos han tocado cuatro loterías. Ya, es injusto que se nos acuse de tener privilegios cuando no los hemos pedido (y además seguramente nos duela la cara de ser tan guapos) y seguimos teniendo que currarnos muchas cosas, pero la perra verdad es que gozamos de una cantidad obscena de privilegios. Privilegios de los que, además, seguramente abusamos sin darnos cuenta.

Con ese 4-0 que le marcamos a los demás con tan sólo pisar el césped podemos hacer varias cosas: escurrir el bulto, aprovechar y golear, ponernos condescendientes y repartir Verdad y Orden desde nuestra atalaya o, la más esforzada pero lo más sano, intentar que el no ser como nosotros no suponga un obstáculo adicional. Salir al campo en 0-0, vaya: en eso consiste la igualdad de condiciones. Y luego, a partir de ahí, que cada cual amerite.

De entre esas ventajas hoy vamos a hablar de lo de ser hombre. Que nos llevará a hablar de feminismo. No se me vayan: prometo no ver fantasmas ni acusarles de nada. Las teorías de la conspiración, con sus tramoyistas invisibles haciendo y deshaciendo, sólo sirven para dar respuestas satisfactorias pero falsas a problemas gordos. Ni vamos a destapar a un Gran Macho Alfa coordinando la Machosfera ni reclamaremos la Supremacía del Útero (tampoco vamos a enseñar las tetas como las Femen; se siente). El feminismo es una cuestión muy compleja y no se arregla en cuatro tweets ni en una columna de todología como ésta. Lo que sí haré, por una parte, es anunciarles que el Macho está tocado de muerte y, por otra, argumentarles que eso es una ventaja para todos nosotros, hombres. Y lo ilustraré con una de mis novelas y películas favoritas, ‘El club de la lucha’ (Chuck Palahniuk/David Fincher).

Las dos versiones de ‘El club de la lucha’, en el 96 y 99, ya anunciaban el fin del Macho. Eran relatos sobre las grietas y las miserias de la sociedad del consumo (como todo lo de Palahniuk, como todo lo de Fincher), con la diana puesta, esta vez, en la desorientación del hombre contemporáneo, “hombres criados por mujeres”, hombres que no han vivido una Gran Guerra, hombres emasculados. La idea del Macho como armadura (como privilegio) ya no nos protegía del mundo y eso nos asustaba. ¿La solución? Liarnos a tortas, ejercicio incontestable de virilidad.

Para entender esa angustia, analicemos mejor al Macho. No es igual ser Macho que ser hombre. Yo, hombre, no pienso demasiado en el hecho de serlo ni leo a los demás desde esa perspectiva, pero para mí es fácil: no hay obstáculos que me recuerden mi sitio. Ni techos de cristal, ni trato de segunda clase. Hay muchos hombres que, al contrario, sí piensan en el hecho de ser hombres, y alardean de ello y lo celebran y definen su identidad a partir de ese constructo abstracto que es lo masculino. Llevan el privilegio como medalla y coraza. Esos hombres, ibéricos o de cualquier geografía, son los Machos.

El Macho es un ente construido por oposición. No es mujer (el rival a conquistar, con quien pugna por unos recursos disputados en suma cero), no es homosexual (Bertín Osborne se enfadó en una entrevista cuando le preguntaron si al disfrazarse de mujer en una obra de teatro sacaba su lado femenino), no es lo que el Fary catalogaba como “hombre blandengue” (el de las bolsas de la compra y el carrito del niño), ni siquiera es otro Macho (hasta a sus congéneres se opone). El Macho se define por el poder y no ve la sutil diferencia entre control y libertad. El Macho funciona por el tener y por el dominar. El Macho sabe de todo y, más importante, sabe más que tú (el Macho y el cuñao se solapan; “anda, déjame, que tú no sabes”). El Macho se toma muy en serio a sí mismo y usa la broma para atacar a sus enemigos (la pulla, la forma más baja del humor) pero nunca se la aplica a sí mismo ni a su entorno, porque el humor sirve para analizar y cuestionar y el Macho no puede ser cuestionado, vaya a ser que lo conviertan en mujer, marica u hombre blandengue.

Con este perfil, entenderán la gravedad del momento que captura “El club de la lucha”: la sociedad moderna, neoliberal, sometida a fuerzas casi mágicas como el mercado y la tecnología, es una sociedad de la pérdida de control. Vivimos en la sociedad del vértigo, de la impotencia (y eso nos frustra y nos indigna). A las mujeres no les ha quedado otra que acostumbrarse al no tener y no poder, pero a los hombres eso nos viene de nuevas. ¿Dónde vamos a decir eso de “bajo mi techo mando yo” si no tenemos ni techo? ¿Qué autoridad nos queda si no sabemos lo que es el índice Nikkei o cómo funciona el WiFi? Así, una vez perdido el poder, nos volcamos en el tener, como ese protagonista que acumula en su casa el catálogo entero de Ikea, hasta que la histeria (ahora nosotros somos los histéricos) es insostenible y sólo encontramos un poco de verdad en curtirnos el lomo en un sótano. O en alardear de borracheras, leer el Marca (la prensa cuñá) y rascar paquetada en público. O, la opción más viciada de todas, en ponernos victimistas y montarnos foros de Machos en internet.

¿Creían que lo de la Machosfera iba en broma? Es un concepto que existe y va en serio. Busquen “manosphere” en Google o en la Wikipedia, que la define como “una red informal de blogs, webs y comentaristas de internet centrados en el culturismo, el antifeminismo y la seducción”. Lean a los Activistas de los Derechos de los Hombres o, mejor, diviértanse con el blog We Hunted The Mammoth, que se dedica a recopilar las burradas de lo que ellos llaman “la nueva misoginia”. En el 96 el Macho se tambaleaba, en 2015 está por los suelos. La nueva misoginia surge de la consciencia que tiene el Macho de estar perdiendo su hegemonía. Los Machos se han puesto a la defensiva porque el modelo se cuestiona, y aunque surgen nuevas formas, soy optimista y quiero creer que son los coletazos desesperados de un arquetipo agotado. Está pasando en la política: Machos tradicionales como Aznar, González, Aguirre (sí, ella es la Macho absoluta) o Fabra patalean y defecan todo lo que pueden en el convento porque no les queda nada dentro.

Por todo eso afirmo que el Macho está tocado como nunca antes lo había estado. La Machosfera no es más que un Club de la Lucha, y éste no era más que un rincón para llorar y patalear. Lo que Palahniuk adelantaba en el 96 se ha consumado. Añado, además, que es motivo de celebración. Enterrar al Macho no es ignorar el fútbol, renegar del cine de tortas (¡jamás!), negar el bikini ni autoflagelarse, es dejar de pensar en supremacías y hacer algo con los puercos privilegios que nos han tocado. Ni siquiera es plantear un arranque a 0-0 sino ponernos en el mismo equipo, redirigir juntos esa energía histérica hacia torres más altas y más malvadas: si el protagonista de ‘El club de la lucha’ acaba volando compañías de crédito, nosotros podemos volar las estructuras del Macho que nos aprietan a todos, hombres y mujeres.

Y luego ya, si eso, seguimos con lo de blancos, sanos y heteros.

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