La fábrica de la pasta

Antes que profesora fui monitora de comedor, y siempre digo que las dos horas del mediodía convalidan por cuatro de clases. Por la ratio de niños a cargo y por la intensidad

No, no voy a hablar de billetes ni de monedas, me refiero a la pasta de comer, esa que viene en forma de macarrones, fideos, estrellitas o espaguetis... La relación que tenemos desde niños con la comida es fundamental para nuestro desarrollo, y no sólo a nivel nutricional, sino a nivel emocional. Porque comer, si tenemos suerte, es algo que hacemos cada día.

Me refiero a comidas, cenas, desayunos... Y hay niños que pasan un calvario cada vez que llega este momento y, por supuesto, ese sufrimiento no lo llevan sólo ellos, sino que les acompañan las personas que se encargan de su alimentación.

Niños que comen de todo sin problema, y otros que se les hace bola hasta con el caldo de la sopa. Niños que piden repetir, y otros que sienten que les cría el plato y cada vez hay más comida.

No escribo para dar recetas mágicas y conseguir que un niño coma, sino como reflexión sobre lo que representan esos ratos, tanto a nivel familiar como en los colegios. Antes que profesora fui monitora de comedor, y siempre digo que las dos horas del mediodía convalidan por cuatro de clases. Tanto por la ratio de niños a cargo como por la intensidad.

Estos días estuvimos de colonias, y a la hora del comedor se transforma todo en locura.

Porque hay que tener en cuenta las alergias, intolerancias, menús diferentes, sea por cultura, por religión, o por convencimiento, los que comen muy rápido, que no han acabado y ya quieren repetir, cuando hay otros que aún no tienen la comida servida, los que piden agua, pan, los que lo piden educadamente, los que dicen ¡Pan! ¡Agua!...

Los que no quieren probar la comida, los que hacen arcadas, los que se provocan el vómito, los que se guardan comida en los bolsillos, los que se les cae al suelo sin querer, los que sí quieren que se les caiga al suelo... Sin hablar de las necesidades educativas diferentes que pueda haber.

Sumando a todo eso, cuando llegan al comedor con conflictos sin resolver de la mañana, y que recuperan allí. Niños que no se encuentran bien, y les mandan al comedor, pensando que allí se les pasará, o ya avisarán los monitores a las familias.

Teniendo en cuenta también, que dependiendo de qué clases han tenido antes de llegar a comer, pueden tener más o menos necesidad de moverse. Y se supone que los monitores han de dominar y controlar todo eso...

Me parece crucial la relación entre los profesores y los monitores, porque si un día por ejemplo han desayunado más tarde de lo normal, y avisas al monitor del comedor de ese curso... ya sabe que puede ser que ese día les cueste más, pero si no dices nada... allá se apañen con lo que encuentren.

En un comedor escolar se hace mucho más que servir comida y vigilar a los niños. Cuando hago cursos para futuros monitores, siempre les digo que a veces cuando les preguntan y dicen que son monitores, lo dicen bajando la cabeza y así como flojito. Y creo que ser monitor es algo que hay que decir fuerte y con la cabeza alta.

Lo de la fábrica de la pasta se lo decía yo a mis sobrinos cuando eran pequeños, que los macarrones, los fideos, los espaguetis... salían del mismo sitio, que era una fábrica que hacía la pasta, y en cada sala la transformaban en un tipo diferente.

Pero aun y así... puede ser que un tipo de pasta te guste y otra no. Los ratos de comer pueden ser ratos de compartir, de hablar, o ratos de pasarlo mal, de lloros, y de enfados.

¿Os imagináis un comedor escolar? ¿Todas y cada una de las variables que se dan allí? Porque no es a modo de Kárate Kid, «dar cera, pulir cera», vamos, «dar comida, comer comida».

Va mucho más allá. Es saber qué necesita cada uno de esos niños que hay en el comedor. Y os aseguro que a veces, lo que necesitan no es un plato de verdura hasta arriba. A veces basta con cuatro patatas y cuatro alubias verdes, acompañadas de un monitor que les ve y les escucha.

Temas: