La extraña violencia de género
La reincidencia podría evitarse instaurando la cadena perpetua para los casos más graves
La forma de expresión de las gentes, y dentro de ellas la que adoptan los periódicos, por regla general suelen autoimitarse, y además de recurrir a esa manía tan malsana, consiguen algo no buscado, es decir la actuación de personas que se consideran obligadas a que se trate de ellas en letra impresa, aunque sea por la poca agradable labor de pegarle al cónyuge una paliza o algo mucho peor.
Lo cierto es que cuando se decidió hablar de violencia de género, todos sabemos que se estaba pensando en que un hombre, por llamarle de alguna manera, se dedica a sacar a relucir sus instintos más bajos, en contra de su cónyuge, y a veces contra su antigua cónyuge, o contra su novia, su pareja, su amante, pero siempre contra alguien inferior físicamente. Porque dentro de estas clasificaciones nunca encontraremos la situación inversa, es decir, el hecho de que la violencia provenga de la esposa, la mujer, la pareja o la que más te ha querido.
También se ha oído decir o se ha visto escrito en letras de molde que cuando la mujer utiliza este tipo de actitudes es más sutil, y que en lugar de los puños usa el veneno o simplemente el desamor.
Decir o escribir esta barbaridad no deja de ser una estupidez, que el escritor se permite propalar dado su estado de acaloramiento que no necesita demostración, puesto que es, desde cualquier punto de vista, propia de un idiota.
Lo que nos llama la atención es que todo este tipo de noticias alcancen colosales dimensiones en diarios, emisoras, telediarios y demás medios audiovisuales, y que sus protagonistas se crean dignos de figurar en el “guiness” del crimen, de la animalada, de la bestialidad y, solo de pasada, de una violencia que se puede ir repitiendo de vez en cuando, porque seguramente con una sentencia posiblemente leve, pueda, en pocos años, volver a caer en reincidencia.
Evitar esa reincidencia podría evitarse drásticamente, instaurando la cadena perpetua, para los casos más graves, parricidios o asesinatos, o una larga condena de muchos años.
Pero mucho nos tememos que los políticos tan democráticos de nuestra actualidad no estén por esta labor. Por supuesto que las condenas habrían de ser rápidas, además de servir para que los imitadores se lo piensen dos veces antes de delinquir. Porque, de lo contrario, seguirán prefiriendo lucir sus poco estéticas pelambreras en las primeras páginas de la prensa.
La violencia, tan extraña para nosotros, se ha de cortar, y todos sabemos quien puede y debe hacerlo. Pero, viendo lo que hoy vemos que sucede, podemos calificarla de cualquier manera, pero no de extraña.
Y es que ya se ha convertido en habitual, no solo el hecho de producirse la salvajada correspondiente, sino que además, es cada vez más amplia su difusión y la conversión de algo tan horroroso en simple dato de una estadística, esperando además a que las cifras se vean superadas.
Para mí, la propagación de informaciones de este tipo se convierten prácticamente en complicidad, al conocer con seguridad a que clase de personas se dirige la escasamente aceptable publicación, casi algo parecido a una publicidad pagada.
Uno recuerda de pasadas etapas periodísticas, y por la propia experiencia profesional, que noticias de ese tipo se publicaban, lógicamente, pero sin alardes de tipografía, sin informaciones de noticias a toda plana, dentro del “amarillismo” más subido, sino que sencillamente se limitaban a lo que se llamaba un suelto, una breve noticia, que por desagradable no nos permitía dedicarles espacio desorbitado. Quizás se pecase por defecto. Pero es que para pecar por exceso, en casos así, estaban las revistas de escándalo y de sucesos.
No vamos a querer acabar con hechos tan lamentables, aunque de buena gana lo intentaríamos. Porque no esta misión de quienes exponemos opiniones al público, pero sí tenemos que manifestar que estamos ante unas tremendas faltas de educación, de confianza, aprovechando hechos lamentables, o incluso crímenes del código penal, porque lo que están es dando publicidad a una falta de amor, a las más bajas pasiones, que, si desgraciadamente se producen, lo que están pidiendo a gritos es castigo ejemplar, y nunca, nunca jamás, un anuncio con pie de imprenta.