Hacer de personas

Tres años después del inicio del confinamiento por la pandemia de Covid, muchos hemos recordado estos días cuan frágiles nos sentimos en marzo de 2020. De repente, la única manera de luchar contra un virus desconocido era encerrarnos en nuestras casas para evitar su propagación, como había sucedido en tantas ocasiones en la historia con plagas y otras epidemias.

Cada uno de nosotros sobrellevamos esos días de aislamiento como pudimos, pero si algo echamos de menos fue la interacción social, el contacto con familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo.

Me acordaba especialmente de ello mientras leía la noticia que publicábamos ayer sobre el incremento del número de personas que viven solas. De los 326.172 hogares que hay en la demarcación de Tarragona, en 42.929 vive una persona sola de 60 años o más, el doble que hace una década.

El 65% son mujeres y el 35%, hombres. En España, según datos del INE, en 2021 había 4,8 millones. Se trata, además, del modo de hogar que más crece. La tendencia irá a más, por el envejecimiento de la población. España es uno de los países con mayor esperanza de vida. Vivimos un promedio de 83,07 años: 85,8 en el caso de las mujeres; 80,2, en el de los hombres.

Vivimos más tiempo y muchos de los años ganados son con mejor calidad de vida. Este es un notable logro social, pero la mayor longevidad nos lleva a una mayor soledad. Y en ese momento empieza una espiral peligrosa. Las personas que se sienten solas tienen menos ganas de cuidarse, se alimentan peor, las defensas de su organismo se reducen y tienen más probabilidades de enfermar.

Tanto es así, que una persona sola, y/o que se siente sola sufre hasta un 30% más de mortalidad que el resto de la población. Incluso hay estudios que indican que estar solo o sentirse solo representa mucho más riesgo para la salud que fumar quince cigarrillos al día, o que tomar seis bebidas alcohólicas a diario.

Las cifras nos interpelan. Como sociedad, hemos olvidado a las personas mayores, no les damos el apoyo que merecen. Ni les reconocemos todo lo que les debemos. Es más, existe un claro edadismo. Practicamos cierta discriminación social hacia las personas mayores.

El talento de los sénior se dilapida con prejubilaciones anticipadas. Administraciones y entidades financieras dificultan el acceso a sus servicios, y en muchos casos solo es posible conectar con ellos a través de Internet. En el caso de las mujeres, la exclusión es aún más evidente.

Con 60 años, Michelle Yeoh, la ganadora del Oscar a mejor actriz por su papel en Todo a la vez en todas partes, mencionó en su discurso del pasado domingo la discriminación que padecen las mujeres cuando se hacen mayores. Y Madonna ha reconocido recientemente ser víctima de la misoginia, de la exclusión que padecen las mujeres mayores de 45 años, y de la exigencia tácita de prevalecer jóvenes el mayor tiempo posible.

Hemos logrado avances en la lucha contra otras discriminaciones, como la racial, pero nos queda mucho por hacer en la que tiene que ver con la edad. Y pronto será un colectivo con un peso demográfico muy importante. Hacia el año 2050 un 30% de los españoles. Un 40%, si nos referimos a los ciudadanos con derecho a voto, tendrá más de 65 años.

En el caso de la soledad, la administración mejor preparada para intervenir es la municipal, a través de los servicios sociales y sanitarios. Pero no basta con ello. José Augusto García Navarro, director del Hospital Universitario Sant Joan de Reus entre 2007 y 2011 y presidente de la Sociedad Española de Gerontología, tiene clara la forma de combatirla: el contacto con otras personas, la conversación, el afecto.

«Esto va de vecinos, de amigos y de generosidad social. Va de hacer de personas», subraya. No puedo estar más de acuerdo. Yo añadiría: va de respeto y reconocimiento a nuestros mayores. Qué sería de nuestra sociedad sin esos abuelos que cada día van a llevar o a buscar a sus nietos al colegio, que les preparan la comida o que les cuidan mientras sus progenitores trabajan. ¡Feliz Día del Padre!

Economía azul

Esta semana han sido noticia dos iniciativas para impulsar la conocida como economía azul, que hace referencia a aquella procedente del mar. Por un lado, Tarragona, Cambrils, Torredembarra y Calafell han unido esfuerzos para presentar una candidatura conjunta a los fondos europeos con el objetivo de potenciar la gastronomía, la cultura y las actividades náuticas, más allá de las actividades puramente económicas procedentes del mar como la pesca.

Por otro, el presidente del Port de Tarragona, Saül Garreta, ha explicado su intención de impulsar un «distrito de economía azul» en sus instalaciones para la captación de talento y el impulso de start-ups y empresas relacionadas con estas actividades. En paralelo, el puerto trabaja para definir un conjunto de proyectos de restauración ambiental en la costa y en el mar bajo la denominación de Anella Blava, como por ejemplo, la colocación de biotopos para la regeneración de especies marinas en el entorno del puerto y otros, en aguas interiores, para recuperar la biodiversidad en el puerto y contribuir a la descarbonización.

Todo ello tiene su importancia en sectores tan característicos y tradicionales como la pesca. Hoy mismo, en la sección de Tarragona, leerán las dificultades de los pescadores de El Serrallo para sobrevivir y conocerán el paro que ha programado la flota de arrastre del 16 de octubre al 12 de noviembre para no ver tan mermados los días de pesca en el calendario.

No queda otra que salvaguardar y recuperar la naturaleza marina. Los ecosistemas oceánicos producen la mitad del oxígeno que respiramos y representan el 95% de la biosfera del planeta. Por eso es de destacar que, tras veinte años de negociaciones, el pasado 6 de marzo se aprobara el Tratado de los Océanos.

El acuerdo pretende convertir el 30% de los océanos en zonas protegidas para 2030. Sin duda, estamos solo ante el principio de una regulación que era necesaria para evitar la regresión de la vida marina por el calentamiento y la contaminación del agua, pero, por algo se empieza.

La lucha contra la emergencia climática también se puede librar cuidando nuestros mares y océanos. No en vano, estos son el sumidero de carbono más grande del mundo, ya que absorben dióxido de carbono.

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