Yo no voy a Catar

Conxa Manrique es abogada especialista en Derecho Administrativo. Miembro de la Sociedad de Estudios Económicos. Patrona de la Fundació Trencadís Modernismo y Cultura.

Tras más de una década de polémica, el Mundial se celebra en Catar. De poco han servido las campañas lanzadas por ONG humanitarias para detener el flujo de dinero y popularidad del evento. Ha habido tiempo para echarse atrás, pero nadie se ha pronunciado con firmeza. Durante la realización del proyecto y evento los organizadores de la competición y la comunidad internacional, como cómplice, dejan a miles de trabajadores migrantes muertos de calor, a gays, lesbianas y transexuales perseguidos entre partido y partido y a mujeres sometidas a la vigilancia de sus hombres. Pese a todo, el balón rodará sobre la hierba. Entre violaciones a los derechos humanos.

Cada vez que se celebra una competición en un estado totalitario, oímos que hay que disfrutar sin escrúpulos. Que el fútbol ayudará a lograr gestos aperturistas, a avanzar en derechos civiles, al progreso hacia valores de igualdad... ¡Mentira! Hay que hablar del poder del dinero y de la conveniencia económica del lugar de celebración. Se dice que fue el dinero de Catar el que compró el Mundial, señalando a la FIFA como agente responsable. Ha salido a la luz el lado oscuro del rico emirato árabe.

Ahora el dilema es qué hacen los aficionados al fútbol. Toca adoptar una decisión individual. El coste moral para el mundo del fútbol por tantas muertes en la construcción de los estadios y por tanta corrupción es enorme. Pero los jugadores no tienen la culpa de la elección de la sede. Ni los entrenadores. Y tampoco los aficionados. Muchos piensan que la FIFA ha manchado un espectáculo mágico que se disputa cada cuatro años. Algunos pensarán que ello no debe ser un obstáculo para disfrutar del torneo, sin tener que experimentar la agria sensación de ser cómplices de un blanqueo de imagen. La respuesta vuelve a ser la misma: cada uno debe decidir según sus valores.

Poco se puede añadir a lo ya publicado sobre las condiciones de vida y de trabajo de los miles de migrantes empleados en la construcción del estadio y de los que han muerto. El uso de la ‘kafala’, controvertido sistema de empleo por patrocinio, «esclaviza» a los trabajadores. Hace años llevé un procedimiento judicial de reconocimiento en España de la Kafala a una menor magrebí, lo que me permitió estudiar esta figura. La ley Sharia, en el ámbito de la familia, por motivos religiosos, no permite la adopción legal, es decir, otorgar a los niños adoptados el mismo estatus legal que a los hijos biológicos, sino que permite a los padres «patrocinar» o garantizar el bienestar de un niño huérfano y asumir la responsabilidad de su bienestar.

En el ámbito laboral, en los países de Oriente Medio, principalmente del Golfo, todos los residentes extranjeros están sujetos al sistema kafala. En el contexto migratorio, mediante esta forma los gobiernos delegan la supervisión y la responsabilidad de los inmigrantes en ciudadanos particulares o empresas. Su regulación es supervisada por el Ministerio de Interior de cada país. El estatus migratorio de los trabajadores es tratado como cuestión de seguridad en lugar de cuestión laboral.

El sistema de patrocinio lo forman las leyes que rigen la inmigración y la residencia legal de los trabajadores migrantes. Catar tienen una ley explícita para esta situación. El procedimiento otorga a los patrocinadores un conjunto de capacidades legales para controlar a los trabajadores: sin el permiso del empleador, los trabajadores no pueden cambiar de trabajo, ni renunciar a él, ni salir del país, etc. Si un trabajador deja un trabajo sin permiso, el empleador tiene la facultad de cancelar su visa de residencia, convirtiéndolo automáticamente en un residente ilegal en el país. Muchos empleadores han negado a sus empleados patrocinados los permisos de salida en casos de disputas laborales, salvo que cuenten con la autorización del Ministerio de Interior, que previamente contacta con el patrocinador. Catar y Arabia Saudita son los únicos países del Golfo que requieren que los trabajadores migrantes tengan ‘permisos de salida’ oficiales antes de salir del país.

El sistema kafala es muy propenso al abuso, ya que es muy difícil para los trabajadores impugnar o quejarse cuando no se respeta alguna parte de su acuerdo contractual, cuando se viola cualquiera de sus derechos o se les explota. Quejarse los pone en conflicto con su patrocinador, quien tiene el poder de cancelar su visa de residencia y deportarlos. Aunque está prohibido, es una práctica común que los empleadores confisquen pasaportes para mantener a los trabajadores bajo control. Esta costumbre es un claro indicador de trabajo forzoso.

La Kafala tiene su origen en la economía tradicional de la pesca de perlas en el Golfo. Los propietarios de los barcos «patrocinarían» a los pescadores de perlas cada temporada, adelantándoles su alojamiento y comida en el barco, así como los gastos para sus familias. Al final de la temporada, los propietarios restaban estos gastos de los salarios que habían ganado los miembros de la tripulación y les pagaban el saldo, si quedaba alguno. Por lo general, los buzos permanecieron en un ciclo continuo de deuda. Actualmente, la Kafala es un sistema (moderno) de esclavitud.

Aunque el historial de abusos a los derechos humanos de Catar ya se conocía de antiguo, no ha sido hasta los últimos meses cuando selecciones, personalidades del mundo del deporte, medios de comunicación y famosos se han posicionado en su contra. Pero ya es demasiado tarde.

Estos días, en Catar, los trabajadores migrantes serán el rostro del Mundial de Futbol. Aficionados y periodistas se encontrarán con ellos en hoteles, restaurantes, estadios y tiendas. Aquellos que les atiendan, probablemente serán víctimas de abusos inasumibles para el público. Pero, ¿qué pasará con ellos cuando la construcción termine? ¿O cuando acabe el Mundial?

«Cada uno de nosotros sólo será justo en la medida en que haga lo que le corresponde».

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