Mascotas, no
No vivo en Salou, porque en puertas de la Semana Santa de 2006, recién llegada de Turquía, no encontré una vivienda de alquiler anual. Todos querían hacer el agosto con sus propiedades. Por eso nos trasladamos a Cambrils.
Después me di cuenta de que no vuelvo a los lugares donde fui feliz, era el indicio de una etapa cerrada. Contabilizo que a lo largo de mi vida he residido en 22 casas. No es un problema, me divierte.
Cuando me canso de un lugar me voy, acarreando menos bártulos cada vez. Lo que sí es un problema que causa más estrés que la mudanza y por mucho que un propietario tenga el derecho de elegir las condiciones de alquiler de su inmueble es que prohíba la entrada al animal que es parte legítima de la familia. Es un acto de egoísmo y hasta cierto punto de intromisión en la vida privada y personal, como lo sería anunciar expresamente: ‘lesbianas, no’ o ‘veganos, no’. Hay otras restricciones aplicadas a seres humanos que no se publican abiertamente pero se saben.
Un perro, un gato y otras especies que habitan en los pisos de familias afortunadas son ‘seres sintientes’ según la ley. Estos animales son parte muy importante de la calidad de vida de las personas con el don de participar en su estado de ánimo, la compañía y complicidad, e incluso refuerzan ese sentimiento de reconciliación y reparación moral hacia los seres vivos que tanto hemos maltratado históricamente desde usarlos en guerras como porta-bombas dirigidos hasta los terribles experimentos científicos pasando por el abandono.
Para que aceptasen a nuestro perro, en alguna ocasión doblamos la cantidad del depósito. Por si se ablanda algún propietario intransigente y a favor de la gran comunidad de pequeñas manadas pacíficas que pululan por el mundo, mi perro me ha proporcionado sanación cuando no podía caminar por una lesión y tiraba de mí para hacer unos metros de rehabilitación. Se ha tumbado a mi lado, silenciosamente, cuando me ha escuchado llorar o he estado enferma. Me ha hecho reír con sus juegos y enternecido con sus demostraciones de alegría y afecto. Me ha enseñado a tener paciencia y a observar desde otro punto de vista.
No se le quita nada a una persona por dárselo a un animal pero si tengo que quitarme algo, y en eso coinciden otras personas afines, lo hago con gusto pues la compensación es superior. Tampoco humanizo su conducta, soy muy crítica con cualquiera que se sirva de ellos para hacer un vídeo viral, pues a menudo los animales son drogados, obligados a sufrir con posturas impropias de su naturaleza y puestos en peligro para crear ‘falsos rescates’ con los cuales llenar de basura lacrimógena la red, cosa que no hace más fácil el alquiler ni reduce el maltrato. Solamente me he puesto de rodillas o he ido al suelo por voluntad propia en tres ocasiones.
La primera cuando jugaba con Droopy. La segunda, la noche al lado de la cama donde mi madre falleció y la tercera para asistir a este perro que estaba enfermo y dopado de morfina.
Entiendan que ‘esa mascota‘ que ustedes no dejaron entrar conmigo en una casa suma activamente en mi vida, me importa más que sus restricciones y que la mayoría de cretinos que molestan tanto con esa actitud totalmente territorial de «en mi casa hago lo que quiero». Sin pensar en los demás, con el ruido que tanto afecta a cientos de personas en todo el vecindario.
Los propietarios se han fortificado en sus negativas, no hay más que dar un vistazo a las webs inmobiliarias. Por lo tanto, es una injusticia rozando la discriminación que se nos niegue la posibilidad de vivir según nuestras normas y valores, pagando religiosamente el alquiler con todas las garantías. Decir que un perro no puede estar en un piso es una excusa para justificar su sentencia de muerte en los albergues. El animal a nuestro cargo necesita contacto, amor, alimento, atención sanitaria, distracción libre y techo. Como nosotros.
Un perro no te juzga por tu aspecto pero te conoce por tus intenciones. Lo que reafirma mi condición humana y me salva de esa incomprensión generalizada, es que soy la persona que mi perro creía que era. Sin pecar de sentimental, lo cierto es que no he encontrado a un ser vivo más leal y confiado que Droopy, por ello me conmueve esta frase de Jean Anouilh: «En algún lugar bajo la lluvia, siempre habrá un perro abandonado que me impedirá ser feliz». En memoria de Droopy, 2006-2021.