Israel, Líbano y la guerra de los pasteles
E l ser humano es así. En ocasiones le basta con una trifulca tan estúpida como un puñado de tartas robadas para declarar una guerra. Es lo que sucedió en 1838 entre Francia y México, en la que luego se conocería como Guerra de los Pasteles. Cuenta la historia que diversos oficiales del ejército mexicano se marcharon sin pagar unos bizcochos de la pastelería de un ciudadano francés, Monsieur Remontel, que tenía su negocio en la población de Tacubaya. Remontel pidió ayuda a su gobierno y exigió una compensación de 60.000 pesos, que México se negó a pagar. Francia ya había recibido quejas de otros compatriotas por los supuestos desmanes de los militares mexicanos, y mantenía una disputa con el presidente Antonio López de Santa Anna porque éste se negaba a conceder privilegios a las rutas comerciales francesas... Así que respondió con contundencia: procedió a bloquear puertos mexicanos y bombardeó la fortaleza de San Juan de Ulúa, en Veracruz. En un año de guerra hubo 214 heridos y 133 muertos entre ambos bandos. Los pasteles salieron caros.
Estos días, los escarceos armados entre Israel y Hizbulá no han cesado, pese a que firmaron una tregua el pasado miércoles. Ya hay un soldado libanés muerto. El alto al fuego se mantiene, pero es muy frágil. Cualquier cosa podría encender la mecha de la guerra. Hasta unos pasteles.