La mirada glacial de Vladimir Putin

Para ser opositor en la actual Rusia hay que ser valiente. Mucho. Uno sabe que puede acabar ‘cayéndose’ por una ventana tras beberse entera una botella de vodka. O ingerir sin darse cuenta una buena dosis de Polonio 210. O resbalarse en el patio helado de una cárcel siberiana. En fin, todo casualidades de esas que suelen pasar un día sí, otro también.

Salvando las distancias, claro, hay que tener también muchas ganas para ocupar un alto cargo. Ahí no te juegas sufrir un accidente, o sí, pero desde luego estás en permanente riesgo de ser abroncado por el propio Putin. Una mirada suya debe bastar para que el mandamás de turno sude cual turista británico en la playa tras una comilona de paella y sangría.

El último ejemplo es de esta misma semana. Tras la incursión ucraniana en la región rusa de Kursk, el propio Putin convocó una reunión con la cúpula militar y el gobernador de la zona en cuestión, Aleksei Borisovich Smirnov. El pobrecico Aleksei había hecho los deberes y empezó a enumerar con exactitud la magnitud de la, por ahora, derrota rusa: «Actualmente la situación en la región es compleja. La incursión tiene una profundidad de 12 kilómetros a lo largo de un frente de 40 kilómetros. En las 28 localidades (controladas por Kiev) viven unas 2.000 personas. Tenemos 12 civiles muertos y 121 heridos, entre ellos, 10 niños».

La respuesta de Putin no se hizo esperar. Con voz calmada y mirada gélida, le replicó: «Escúcheme Aleksei Borisovich, ya se encargan los militares de comunicar cuál es la profundidad del avance. Usted comunique las consecuencias socioeconómicas y la ayuda a la población». Es decir, cállate y no te metas donde no te llaman. Ufff. Yo de Smirnov no estaría nada tranquilo.