Sustantivos

Los niños muy pequeños, cuando no quieren ser vistos, se cubren los ojos: si no ven, creen que no son vistos. Es un conmovedor fenómeno de la primera infancia que tiene que ver con el concepto de permanencia del objeto: se necesita tiempo para que un bebé entienda que si algo o alguien, pongamos la madre, sale de su campo visual, sigue existiendo. Los niños pequeños piensan que solo existe lo que ven. Luego se les pasa. Casi de inmediato, en unos pocos meses. A los dos años ya saben que existe incluso lo que no ven. Este es el concepto que se nos escapa cuando sostenemos que la solución al racismo, al antisemitismo, al neonazismo, la inseguridad y la violencia que se cuece y prospera en nuestros países, es no hablar de ello. El eufemismo, la autocensura. Discusiones que van en torno a la denominación de los hechos que nos ocurren cada día. ¿Es posible llamar las cosas por su nombre? Depende de las cosas. Los periodistas deberían ir a ver y luego informar. El problema es que cuando informas hay quien se aprovecha y crea un relato apocalíptico. Pero no podemos continuar sin llamar las cosas por su nombre. Es el gran debate en Europa, que mira atónita cómo los valores que predica son los mismos que sirven para minar sus cimientos. La libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto, los derechos. Como una metralleta directa al núcleo. El problema es la cosa, no cómo la denominemos. Pero no hay cosa sin nombre. Y ahora necesitamos esos sustantivos.

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