Própositos

Propósito uno: intentar no convertirme —ni aunque la edad empuje a ello— en uno de esos cínicos que no respeta la tristeza ajena. Propósito dos: no reducir a las personas a una sola dimensión. Buenos y malos. No tenemos ocho años. Somos adultos capaces de comprender matices. ¡Vivan los matices! Propósito tres: leer la realidad más allá de la política. «¡Es que todo es político!». Calle, pesado. Una sociedad se rige también por sus afectos, que se entregan no siempre del modo más predecible. Propósito cuatro: no dejarme vencer por la melancolía mientras todo cambia y te sientes cada día un poco más expulsado del mundo por la tecnología o el vocabulario. Propósito cinco: no tener excesivos propósitos para el 2025. Dejarlo crecer. Que sea lo que tenga que ser. Por supuesto nada de gimnasios, ni de diarios, ni de dietas, ni de beber dos litros de agua al día- qué pesadez con el agua- ni comer más verdura, ni viajar a Mongolia interior (aunque me encantaría, pero no puede ser un propósito). Intentar contentarse. Buscar el punto de serenidad y de conformidad. Algo así como lo que le decía Merce Rodoreda a Joaquin Soler Serrano en una entrevista en 1980: «Yo soy una solitaria, me gusta estar sola, me gusta sentirme libre. Ahora soy feliz. Estoy con mis flores, sin pasiones. Esta libertad que tengo, ya ve, no me sirve para nada, pero oiga... es una libertad».

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